Grandes frases para antes de morir
Es común ver en diversas películas a los protagonistas o antagonistas diciendo frases verdaderamente memorables y de una sofisticada construcción retórica que ya muchos quisiéramos en momentos menos importantes que el momento justo antes de la muerte. Lamentablemente, en la vida real muchos no han tenido la fortuna ni la “inspiración” necesarias para articular frases memorables en el umbral del fin.
Los monjes zen y poetas japoneses tenían la disciplina sorprendente de escribir unas líneas antes de morir[1] y, en algunos casos, los monjes que habían consagrado su vida a Buda terminaban confesando, o tal vez dándose cuenta en ese momento, de que Buda no existía, o cosas similares. En la mayoría de las ocasiones los poemas terminaban con la frase “Katsu”, que significa “Vencí”:
La verdad nunca se obtiene
De nadie
Uno la lleva siempre
Consigo.
¡Katsu!
Tetto Giko, monje Zen (†1369)
Solomon Kugel, el protagonista de la novela Esperanza: una tragedia está obsesionado con encontrar las palabras perfectas para antes de morir, por eso se la pasa acumulando apuntes con sus mejores ocurrencias y repasa mentalmente algunas de las citas finales más repetidas de personajes ilustres.
Sin embargo, no sólo en la tradición japonesa, en la literatura o en las películas hay personas que encuentran esa sintaxis “perfecta”, esas palabras precisas para decir algo memorable antes de pasar al más allá.
A lo largo de la historia varios personajes han encontrado esas palabras que han atravesado el tiempo y que siguen resonando hasta hoy en el caracol de alguna que otra oreja.
Y porque una buena frase siempre puede despertar otra, aquí una serie de frases que podrán servir de inspiración para cuando estemos en ese momento al que todos llegaremos tarde o temprano.
El revolucionario político francés Georges Jacques Danton, dijo esta enigmática frase en la guillotina: “Asegúrate de mostrar bien mi cabeza a la multitud. Pasará mucho tiempo antes de que identifiquen el parecido”.
Walter Raleigh, el que introdujo el “tabaco” en el Reino Unido, sintiendo el frío metal del hacha que le cortaría la cabeza, dijo con un dejo irónico: “Es un remedio afilado, pero seguro, para todos los males”.
La “adúltera, incestuosa y traicionera” de Ana Bolena, dijo en el cadalso: “El verdugo es, según creo, muy experto y mi cuello muy delgado”.
El reformista y rey francés Luis XVI, dijo: “Que mi sangre cimente tu felicidad”.
El emblemático compositor Ludwig Van Beethoven, creador de la Oda a la alegría tan sonada en las Olimpiadas y quien, como todos sabemos, sufría sordera, se despidió del mundo con un casi deseo: “En el cielo oiré”.
El escritor, filósofo y enciclopedista francés Denis Diderot, apasionado de los vampiros, dijo antes del final de su vida: “El primer paso a la filosofía es la incredulidad”.
El escritor soviético Máximo Gorki, poco antes de morir dijo: “…Habrá guerras… Hay que prepararse”.
La “Reina Virgen” Isabel I de Inglaterra, dijo: “Todas mis posesiones por un momento de tiempo”.
El actor estadounidense Humphrey Bogart, quien hiciera célebre la frase “Siempre nos quedará París” en Casablanca, dijo, en sus últimos instantes: “Nunca debí cambiarme del scotch a los martinis”.
El revolucionario poeta romanticista Lord Byron dijo, con cierto humor ante la malaria que lo aquejaba: “Ahora yo me iré a dormir. Buenas noches”.
“Adiós, amigo mío, sin gestos, sin palabras./ Que no haya dolor ni tristeza en tu frente./ En esta vida, morir no es nada nuevo,/ pero vivir, por supuesto, es menos nuevo aun”, escribió a los 30 años el poeta ruso Serguei Esenin, utilizando como tinta su propia sangre, y luego se colgó de unas cañerías de agua que había en su habitación de hotel en San Petersburgo.
Béla Lugosi, el actor que se hiciera famoso por ser el primer conde Drácula de la historia del cine, dijo: “Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal”.
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