‘El Cerro Torre, lo imposible y yo’, de David Lama
Por Ricardo Martínez Llorca
El Cerro Torre, lo imposible y yo
David Lama y Christian Seiler
Tutor
Madrid, 2015
215 páginas
Liberar una vía de escalada quiere decir que el protagonista la ha escalado sin servirse de otros medios que no sean sus manos y pies. Nada de apoyarse sobre una clavija, un anclaje de expansión, o una pedaleta. La cuerda y los puntos de seguridad sirven solo para sostenerse en caso de caída. No se perforará la piedra para grapar esos puntos de seguridad, que serán fisureros o friends adaptados a la fisonomía de la roca.
El Cerro Torre es una de las montañas más hermosas del planeta. Ubicada en el sur de la Patagonia, casi en la frontera entre Argentina y Chile, en la región de paredes y dientes de granito de las Torres del Paine, junto al Fitz Roy y otras montañas igual de sorprendentes. La climatología de la región y la verticalidad extrema hacen del Cerro Torre un lugar cuya cima, rematada por un merengue de nieve, muy pocos han pisado. Y la mayoría de quienes han llegado allí, lo han hecho valiéndose de técnicas de escalada artificial. Para escalarlo en libre hace falta una ilusión casi arrogante, una vitalidad a prueba de bombas y la suerte de una ventana de buen tiempo.
David Lama es un jovencísimo escalador austriaco, de padre nepalí, que abandonó las competiciones de rocódromo para interesarse en un terreno de juego mucho más intenso, como es el alpino. Alguien le sugiere un día que escalar el Cerro Torre en libre es imposible, y que de haber alguien lo bastante loco y lo bastante fuerte como para hacerlo, esa persona sería él.
Tres son las veces que viaja hasta el Cerro Torre hasta que logra liberarlo. Para ello, hace falta, además de todo lo anterior, un compañero de cordada que cuente con su misma vehemencia. Por otra parte, a la montaña, como a cualquier otro lugar, conviene ir con el mejor amigo, no con el alpinista más fuerte. Alguien a quien le importe cómo se escala, por encima de pisar la cumbre. Todo ello aparece descrito en este libro, en el que muchas páginas se dedican a la descripción minuciosa de la escalada: las técnicas de progresión, las formas de la ruta, la supervivencia en vivacs o contra el mal tiempo, el material básico, las sensaciones en los pasos más inseguros.
En el resto del texto es donde se encuentra el conflicto y el mayor interés del libro para los que no son expertos en el mundo de la montaña. No solo por la polémica que sigue a cada uno de los intentos de David Lama, sino por algo que llaman ética de la escalada y que consiste en contaminar lo menos posible, ser discreto y no entrar al trapo de quienes se empeñan en denunciar que la pasión que uno siente no es pura. La ética de la escalada, sobre la que trata este libro, se refiere a qué podemos entender por aventura, que es algo que todos deseamos sentir: viajar hasta territorio virgen e inventarse, y volver con una tonelada de belleza en los pulmones. Ese es el indicador de que nuestra aventura ha contenido un aprendizaje. Y aprender, seguir aprendiendo, es necesario. Luego todo eso que nos ha ayudado a comprender las verdades de la existencia, en este caso en el terreno de la montaña, puede ser trasladado a cualquier otra actividad humana. No todos podemos disfrutar de la suerte de ser David Lama, pero la aventura, como dijo Santa Teresa refiriéndose a Dios, puede estar entre los pucheros.