Fabián Casas y la cantinela eterna de las frases
Por Raúl Andrés Cuello
Sobre ‘Trayendo a casa todo de nuevo’ – Todos los ensayos
Cuando era pibe y llegaban las cinco de la tarde sabía que tenía que prender el televisor para ver Los Simpsons. Era una suerte de ritual mágico que teníamos con mi hermana. El otro, el ritual que venía luego de verlos, era el de encontrar referencias de los Simpsons en cualquier cosa que nos sucediera. Recuerdo un capítulo en el que Rafa o Ralf Górgori -el hijo del jefe Górgori- va al dentista y éste de manera sombría le pregunta ‘¿Cada cuánto te cepillas Ralf?’ y Ralf mucho muy preocupado le dice ‘Tres veces al día doctor’. El dentista descubre la mentira y le sentencia con un ‘¿Sabes cuánta hipocresía presencio en este consultorio?’. Con esta pregunta logra doblegar al pobre niño, que acto seguido confiesa su mentira. Luego y en una forma que recuerda las técnicas de tortura orientales, lo “invita” a que le echen conjuntamente un vistazo al ‘Gran libro de las sonrisas británicas’. Para los fanáticos al extremo -como yo- de los Simpsons no hace falta explicar el desenlace.
Pensaba en ese gran libro y se me ocurrió que la última obra publicada de Fabián Casas, un compendio de todos sus ensayos titulado Trayendo a casa todo de nuevo, debería ir a parar al Gran libro de las frases geniales. No es que no existan libros que estén compuestos de frases, basta pensar en el cuarteto de David Markson: Reader’s Block, This is Not a Novel -estas dos primeras traducidas y publicadas por la editorial La Bestia Equilátera-, Vanishing Point y The Last Novel, para dar cuenta de lo que es posible hacer con un puñado de reflexiones.
Iba entrando a una de las librerías que más frecuento acá en Mendoza y me topé con esa lápida celeste con un dibujo bien esquemático de una mujer haciendo karate. Antes había leído las notas que Casas escribe para un diario de Buenos Aires y sus reflexiones me parecían las de alguien que es fiel a lo que le dicta su razonamiento, que no se deja llevar por las imposiciones de moda, los amiguismos, los ‘cánones’ y toda esa charada. Intuí que el subtítulo Todos los ensayos, me permitía poder contar con un corpus de información, un n -como dicen los científicos- nada despreciable; así que me lo llevé.
Al llegar a mi casa lo abrí en una página cualquiera para ver de qué iba la cosa. Di con un ensayo que se llama ‘Serrat el orto’. Me llamó mucho la atención como Casas en un breve título pudo aglomerar dos significantes -por un lado el apellido del cantautor catalán, por el otro una expresión tan argentina como ‘cerrá el orto’, que quiere decir básicamente que cierres la boca- y le había otorgado un nuevo significado. Me pareció sencillamente genial el ensayo y atribuí su efecto al de leer un artefacto híbrido y actual. La suerte o el azar no me habían dado antes una literatura como la suya.
Terminé con ese ensayo y fui a por otro que se llama ‘Odio contra la máquina I’. Al finalizarlo seguí con ‘Odio contra la máquina II’ y no podía creer lo que tenía ante mis ojos. Cada nuevo ensayo que leía me parecía mejor que el anterior. Seguí leyendo sin parar, encontrándome con un montón de artilugios desplegados con maestría por Casas: referencias literarias, expresiones del argot popular argentino, el homenaje y la celebración de sus maestros, reflexiones zen y todo un idiolecto particular del autor, comandado por expresiones como ‘me rompió la cabeza’, o ‘demoledor’, o -mi preferida- ‘una literatura que crece como una mata de pasto entre las rendijas de las paredes’. Inclusive me encontré con la analogía más espectacular que había visto en un ensayo literario: durante los albores del Mundial de fútbol 2006, Lionel Messi, que en esos tiempos era un gurrumín, no era tenido muy en cuenta por el seleccionador Pékerman -o el Hombre Peker, como lo apoda Casas-. Muy furioso por esa decisión describe en clave metafísica lo que significa Messi para él, y para lo que se entiende, el fútbol en general:
‘Creo que ahí debe estar Messi desde el comienzo, sobre todo porque -al igual que Rafael Nadal- es un máquina de ganar porque no tiene pensamiento abstracto, es casi como el Benjy faulkneriano de El sonido y la furia. Esos tipos son los que ganan el Mundial. Los que se mueven en otra dimensión de la Matrix. Los que escuchan el disparo y salen corriendo el conejo o lo que le pongan delante, sin dudar.’
Frases como esta hay miles, millones; frases que podrían conformar a la perfección el Gran libro de las frases geniales.
Aún no termino el libro pero sé que está a la altura de otros libros imprescindibles -como los Diarios de John Cheever, o Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline-, ésos que transforman a toda una generación: libros inagotables, libros que por su poder inmanente y su fuerza centrífuga se convierten en una cantinela eterna de los mitos.
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