Carla Lonzi: “Igualdad o diferencia”
«El problema femenino significa una relación entre cada mujer –carente de poder, de historia, de cultura, de rol- y cada hombre –con su poder, su historia, su cultura y su rol absoluto-.
El problema femenino cuestiona todo lo hecho y pensado por el hombre absoluto, por el hombre que no tenía conciencia de que la mujer fuese un ser humano de su misma dimensión.
En el siglo XVIII pedimos la igualdad y Olympe de Gouges fue condenada al patíbulo por sus “Declaraciones sobre los derechos femeninos”. La demanda de igualdad entre mujeres y hombres en el plano jurídico coincide, históricamente, con la afirmación de la igualdad de los hombres entre ellos. Hoy tenemos conciencia de ser nosotras las que planteamos una nueva situación.
La opresión de la mujer no se inicia en el tiempo, sino que se esconde en la oscuridad de sus orígenes. La opresión de la mujer no se resuelve en la muerte del hombre. No se resuelve en la igualdad, sino que se prosigue dentro de la igualdad. No se resuelve en la revolución, sino que se perpetúa dentro de la revolución. El plano de las alternativas es una fortaleza de la preeminencia masculina: en él no existe un lugar para la mujer.
La igualdad de la que hoy disponemos no es filosófica, sino política: ¿queremos, después de milenios, insertarnos con este título en el mundo que han proyectado otros? ¿Nos parece gratificante participar en la gran derrota del hombre?
Por igualdad de la mujer se entiende su derecho a participar de la gestión del poder en la sociedad, mediante el reconocimiento de que aquella posee la misma capacidad que el hombre. Pero la experiencia femenina más auténtica de estos años nos ha enseñado el proceso de devaluación global en que se encuentra el mundo masculino. Hemos comprendido que, en el plano de la gestión del poder, no concurren capacidades, sino una forma particular de alienación que es muy eficaz. La actuación de la mujer no implica una participación en el poder masculino, sino cuestionar el concepto de poder. Si hoy se nos reconoce nuestra imbricación a título de igualdad es, precisamente, para alejar aquel peligro.
La igualdad es un principio jurídico: el denominador común presente en todo ser humano al que se le haga justicia. La diferencia es un principio existencial que se refiere a los modos del ser humano, a la peculiaridad de sus experiencias, de sus finalidades y aperturas, de su sentido de la existencia en una situación dada y en la situación que quiere darse. La diferencia entre mujer y hombre es la básica de la humanidad.
El hombre negro es igual al hombre blanco, la mujer negra igual a la mujer blanca.
La diferencia de la mujer consiste en haber estado ausente de la historia durante miles de años. Aprovechémonos de esta diferencia: una vez lograda la inserción de la mujer, ¿quién puede decirnos cuántos milenios transcurrirán para sacudir este nuevo yugo? No podemos ceder a otros la tarea de derrocar el orden de la estructura patriarcal. La igualdad es todo lo que se les ofrece a los colonizados en el terreno de las leyes y los derechos. Es lo que se les impone en el terreno cultural. Es el principio sobre cuya base el colono continúa condicionando al colonizado.
El mundo de la igualdad es el mundo de la superchería legalizada, de lo unidimensional; el mundo de la diferencia es el mundo en el que el terrorismo depone las armas y la superchería cede al respeto de la variedad y multiplicidad de la vida. La igualdad entre los sexos es el ropaje con el que se disfraza hoy la inferioridad de la mujer.
Esta es la posición de alguien diferente que quiere operar un cambio global en la civilización que le ha recluido.
Hemos descubierto no sólo los datos de nuestra opresión, sino la alienación que se ha originado en el mundo por habernos tenido prisioneras. La mujer ya no tiene pretexto alguno para adherirse a los objetivos del hombre.
En este nuevo estadio de conocimiento, la mujer rechaza, en tanto que dilema impuesto por el poder masculino, tanto el plano de la igualdad como el de la diferencia, afirmando que ningún ser humano, ni ningún grupo debe ser definido por referencia a otro ser humano o a otro grupo. La opresión femenina es el resultado de largos milenios: el capitalismo más que producirla la ha heredado. La aparición de la propiedad privada ha expresado un desequilibrio entre los sexos como necesidad del poder de cada hombre sobre cada mujer, mientras se definían las relaciones de poder entre los hombres. Interpretar sobre bases económicas el destino que nos ha acompañado hasta hoy significa apelar a un mecanismo, cuyo impulso motor se desconoce. Nosotras sabemos que, caracterológicamente, el ser humano orienta sus instintos hacia su satisfacción, al menos en sus contactos con el sexo opuesto.
El materialismo histórico olvida la llave emotiva que ha determinado el tránsito a la propiedad privada. Esto es lo que queremos recalcar para que el arquetipo de la propiedad sea reconocido, para que se vea cuál es el primer objeto que el hombre concibe: el objeto sexual. La mujer, al retirar del inconsciente masculino su presa primera, desata los nudos originarios de la patología posesiva. Las mujeres tienen conciencia del nexo político que existe entre la ideología marxista-leninista y los sufrimientos, necesidades y aspiraciones de las mujeres. Pero no creen que sea posible esperar que la revolución los solucione. No consideran válido que su propia causa esté subordinada al problema de clase. No pueden aceptar una impostación de su lucha y una perspectiva que pasen por encima de sus cabezas. El marxismo-leninismo necesita equiparar a ambos sexos, pero el ajuste de cuentas entre las colectividades masculinas no puede sino traducirse en una dádiva paternalista de los valores masculinos a la mujer. Además se le pide ayuda más de lo que se está dispuesto a ayudarla».
(Fuente: “Escupamos sobre Hegel”, Carla Lonzi)
Pingback: Bitacoras.com