“La Democracia en México”, un proyecto de Lagartijas Tiradas al Sol
Por Ana Prieto Nadal
Lagartijas Tiradas al Sol es un colectivo mexicano creado en 2003 que trabaja sobre la historia, la memoria y la autobiografía en piezas de teatro-documento. En sus montajes combinan el texto con imágenes, vídeos y audios, y ejecutan acciones teatrales con manipulación de objetos y figuras a pequeña escala. Sus procesos suelen durar meses e incluso años, por cuanto se implican personalmente —vivencialmente— en las investigaciones. Llegan a acumular mucho material, que en algunos casos ha visto la luz en formato de libros —como es el caso de El rumor del momento y La Revolución Institucional—.
Cuentan en su haber con catorce proyectos escénicos, en los que, partiendo de una investigación histórica, sobre todo social, y aportando asimismo una cierta perspectiva autobiográfica, tratan de arrojar luz y reflexión a realidades a menudo camufladas o silenciadas por intereses económicos y partidistas. En 2014 el Museo Universitario del Chopo (UNAM) les dedicó una retrospectiva en la que se presentaron cuatro proyectos creados entre 2010 y 2013: por una parte, El rumor del incendio, Se rompen las olas y Montserrat, que componen el ciclo “La invención de nuestros padres”, y, por otra, Derretiré con un cerillo la nieve de un volcán, un recorrido por la historia del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La democracia en México constituye un proyecto a largo plazo que trata de ofrecer múltiples radiografías del país, cincuenta años después de la publicación del libro homónimo de Pablo González Casanova (La democracia en México, 1965). El objetivo consiste en acabar realizando 32 piezas, cada una dedicada a un estado de la República Mexicana desde distintas perspectivas. Las tres primeras piezas del proyecto —Tijuana, Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa, y Santiago Amoukalli—han podido verse en varias ciudades españolas, como Santiago de Compostela, Terrassa, Madrid, Girona y Orense, entre otras; la próxima cita es en Bilbao, el 22 de octubre. Con este trabajo Lagartijas Tiradas al Sol pretende hacer balance de qué es la democracia en México y dejar constancia de cómo se vive en distintos lugares del país. Son conscientes de la dificultad ética que entraña hablar del dolor de los demás; por ello, deciden entrelazar los hechos objetivos que explican —el mapa situacional— con la microhistoria, sus propias experiencias y sentimientos en contacto con esa realidad tan suya y al mismo tiempo tan ajena.
Tijuana es un monólogo a cargo de Gabino Rodríguez, que relata su propia experiencia como trabajador de una maquiladora, a fin de aportar datos vivenciales a la cuestión del salario mínimo. Utilizando el nombre falso de Santiago Ramírez, el actor consiguió un puesto de trabajo en una fábrica de embalaje de ropa en Tijuana, ciudad en la frontera norte del país adonde llegó el 3 de enero de 2015. Allí trabajó durante 176 días, y conoció de primera mano lo que supone vivir con un sueldo tan bajo. De este modo pudo, también, explorar el concepto de “actuar lo que para otros es la vida”, esto es, de mudar la piel con el cambio de entorno, condiciones y rutinas.
Su discurso, que se apoya en textos de Günter Wallraff, Andrés Solano y Martín Caparrós, se acompaña de imágenes que documentan los traslados —en avión, en autobús, en camión— y la geografía urbana. También aporta páginas de su diario, proyectadas en pantalla, donde pueden leerse algunas de sus impresiones pero también las cuentas que tuvo que hacer a diario para subsistir, y los dibujos a bolígrafo de la casa en que se alojaba y que compartía con una familia en la Colonia Presidentes, una zona en el sureste de la ciudad surgida a partir de asentamientos irregulares y donde “las casas están perpetuamente en construcción”.
El hecho de llevar un diario, donde pegaba también recortes —tickets, facturas, anuncios de periódico—, le sirvió para no dejarse llevar por idealizaciones posteriores —para no “romantizar”, como él mismo dice—. Lo que su salario le dejaba para “caprichos”, una vez descontados el alquiler y los productos de primera necesidad, ascendía, con suerte, a 20.3 pesos —más o menos un euro— al día. El actor ofrece datos muy precisos, numéricos, sobre la vida que llevaba allí; así, sabemos la hora en que empezaba su turno (6.45), el precio del billete del camión que lo llevaba a la fábrica (8 pesos), y el número de prendas empacadas (1.253). Entre todos los documentos que aporta para demostrar la veracidad del experimento, intercala una entrevista hecha a posteriori, en la que cuenta cómo vivió el proceso.
En escena, el actor se acompaña de una silla y una bolsa de deporte, que están en el rectángulo delimitado en el suelo por una cinta blanca. Al fondo hay un cartel pintado, y, en primer término, un rectángulo hará las veces de tribuna y sobre todo de pantalla de proyecciones. Una serie de ladrillos amontonados, botellas de cerveza vacías y retales de colores vienen a completar el retablo que enmarcó durante medio año su existencia de empacador de ropa explotado.
Rodríguez se define a sí mismo como un actor que construye un personaje a fin de comprender las implicaciones de vivir con el salario mínimo en México. Como lo último que quería era presentarse allí como un artista, todas las grabaciones, tanto de audio como de vídeo, las realizó a escondidas. Sus únicos momentos de distensión consistían en subir a la azotea y fumarse un cigarrillo, y en beber cerveza en el bar Brisas, frecuentado solo por hombres. Los fines de semana solía acercarse a una cancha de fútbol destartalada donde contemplaba los partidos de niños “con camisetas que dicen lo que no son”, pero raramente disfrutaba de la experiencia.
El creador confiesa que lo que más le costó fue acostumbrarse a las privaciones cotidianas; poco a poco —añade— fue experimentando un cambio en su persona, como si hubiera perdido sus coordenadas vitales: “No tener dinero es como estar desnudo o perder tu padre en la infancia”. Sus reflexiones finales, antes de inmovilizarse en la silla mientras suena la cumbia Viene de mí (2103) de La de Yegros, vienen a confirmar que el salario mínimo impide vivir con libertad y dignidad y empuja a la gente a vivir fuera de la ley para poder subsistir.
Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa constituye una conferencia performativa que surgió de un encargo del Festival Escenas do Cambio de Santiago de Compostela. En ella, su creadora, Luisa Pardo, se propuso explicar la situación actual del estado de Veracruz, y de su capital, Xalapa, de donde ella misma es oriunda. El tema central de la pieza es el asesinato de la activista Nadia Vera y del periodista Rubén Espinosa, ambos comprometidos en la denuncia de la corrupción y la violencia estatal. Dado que Pardo “A veces sentía que no tenía el derecho de hablar de esto porque es un dolor tan grande que no puedo ni imaginarlo”, quiso levantar esta pieza de denuncia a partir de su vínculo emocional con la ciudad que la vio crecer.
Luisa Pardo habla tras una mesa llena de objetos —una fotografía enmarcada, un collar, figuritas, velas— que a lo largo de la función irá desplazando hacia otra mesa de menor tamaño que hace las veces de altar dedicado a los muertos y desaparecidos —alrededor de ella irá situando las plantas que evocan la vegetación del Bosque de Niebla, como modo de hacer patente la salvaje deforestación sufrida por el estado de Veracruz—. En la pantalla situada al fondo se proyectarán imágenes de una naturaleza exuberante, noticias, entrevistas, declaraciones, mapas… El monólogo empieza con la mención de una noticia aparecida en febrero de 2016 en el periódico digital La silla rota, donde se informaba del hallazgo de un hueso humano calcinado. Ello nos sitúa ya en las coordenadas de un país en que la vida vale muy poco.
La intérprete lee unas páginas del diario personal de Shantí Vera, hermano de la activista asesinada el 31 de julio de 2015 en la Colonia Narvarte del Distrito Federal. Después procede a hablar del estado donde nació —“En un lugar donde crecen flores tan hermosas, ¿cómo pueden suceder cosas tan terribles?”—: lo ubica geográficamente; menciona los principales productos exportables y las culturas prehistóricas que forjaron su historia; alude a la conquista, en 1519, de Hernán Cortés, quien convirtió Veracruz en un puerto de salida de oro, plata y riquezas naturales, así como en un sitio de entrada de colonizadores, conquistadores, enfermedades europeas y esclavos negros. Tras referirse al hito de la independencia, se centrará en los desmanes de varios gobernadores destacados hasta llegar al momento actual. Con este relato se van intercalando testimonios de personas del territorio, como el de Carlos, quien afirma que con el asesinato de Nadia Vera y Rubén Espinosa “se rompió una barrera de seguridad”, en el sentido de que el peligro se había extendido más allá de las zonas rojas.
Luisa Pardo habla de algunos recuerdos de infancia, empañados de nostalgia: el chipi-chipi y la niebla; las flores, los bosques y los cafetales; los alacranes que caían del techo de la escuela y la absoluta confianza con que con apenas once años se desplazaba ella sola por la ciudad de Xalapa para ir a tomar clases de son jarocho —manifestación musical propia de la región y que está presente en el montaje también como banda sonora: suenan Aguanieve, un son tradicional, y La salida, del grupo Jarocho del Barrio —. Pero, por encima de todo, lo que añora es la seguridad del entorno en que creció y la vida cultural que se respiraba en la ciudad. El tejido urbano ha crecido desordenadamente y la ciudadanía se halla inmersa en una profunda crisis social y económica. Las balaceras, los soldados y los retenes policiales han pasado a formar parte del paisaje cotidiano. Nadia Vera y Rubén Espinosa —se proyectan fragmentos de grabaciones con declaraciones suyas— denunciaron el asesinato brutal de los disidentes, la implacable persecución política y policial contra los estudiantes, periodistas, activistas y manifestantes; y pagaron con su vida por ello. La conferencia deviene ceremonia en memoria de los compatriotas desaparecidos, y también expresión de una dolorosa nostalgia por aquella tierra exuberante que en otro tiempo propició el florecimiento del arte y el pensamiento crítico.
La tercera pieza, Santiago Amoukalli, cuestiona cómo se implementa la democracia mexicana en un ámbito específico, el de una comunidad nahua aislada en la montaña y en sus propios códigos culturales. En este montaje la escenografía es más compleja y elaborada: dos módulos de dos pisos cada uno, cubiertos de casas de juguete, figuritas de personas, caballos y cactus, entre otros, centran el espacio escénico; en uno de los muros observamos una pintura paisajística de corte simbolista, y en la pared opuesta, una pantalla donde se proyectarán distintas imágenes: las montañas, las gentes, los rituales. En la obra actúan Gabino Rodríguez y Luisa Pardo, que al principio permanecen inmóviles mientras suena la música de La saeta de Joan Manuel Serrat.
Una voz en off juega con los conceptos de ficción y realidad —“La historia que les vamos a contar es de un pueblo que no existe, de gentes que no viven y de cosas que no pasan”— y nos pone en antecedentes de la situación: Luisa Pardo y Gabino Rodríguez se dirigen hacia Santiago Amoukalli, en el suroeste de México, para impartir clases de teatro a unos niños que apenas entienden el español. Ambos abandonarán su identidad en varios momentos de la función —para ello se sirven de algunos complementos que tienen a mano, más o menos camuflados en el dispositivo escénico—: Rodríguez interpretará a un militar que intercepta e interroga a los artistas, y posteriormente al traductor de náhuatl de la comunidad; Pardo, por su parte, se pondrá una peluca rubia y adoptará un marcado acento francés para encarnar a la representante de la ONG que los ha contratado.
El espectador conocerá cómo es el modo de vida de la comunidad de Santiago Amoukalli: comidas, rituales, medios de subsistencia, religión, horarios, costumbres, estructuras sociales… También las precarias condiciones en que viven y los elevados índices de alcoholismo y de maltrato a las mujeres. Un político afirma que no somos todos iguales pero valemos igual, y este testimonio se relaciona con las invasivas campañas electorales que buscan comprar el voto de los indígenas.
Los dos creadores, que a menudo se sienten cómplices de una estafa, discuten acerca de la utilidad de lo que están haciendo: “Esta empresa financia la solución del problema que está creando”. No satisfechos con esquilmar sus recursos naturales, los primermundistas les dicen a los explotados lo que tienen que hacer y pensar —la función primordial de la ONG es que los habitantes de Santiago Amoukalli aprendan a lavarse las manos y a sanear el agua—, imponiéndoles modelos educativos, partidos políticos y hasta entretenimiento televisivo.
Cuando ella se adentre por parajes desconocidos, saltando por las piedrecitas que ambos han dispuesto en los laterales del escenario —unas bolsas de agua pinchadas con alfileres van goteando y se oye el ruido de una tormenta—, devendrá testigo de cosas innombrables que ocurren cerca de la cascada, allí donde les han prohibido terminantemente ir. Con todo, los artistas llevarán a buen puerto su dudosa misión y dejarán Santiago Amoukalli sin mirar atrás.
Lagartijas Tiradas al Sol, colectivo que se caracteriza por generar relatos de su país dando cuenta del presente y con el énfasis puesto en construir la historia a partir de experiencias personales y cotidianas, se han adentrado, a lo largo de su trayectoria, en temas tan espinosos, arriesgados y polémicos como la lucha armada, el narcotráfico y las instituciones políticas. Las tres primeras piezas del proyecto “La democracia en México”, planeado como un gigantesco retablo escénico —y no solo escénico, puesto que se completará con libros y otros soportes documentales—, se revelan acordes con la ética y estética de sus creadores, que, decididos a posicionarse como ciudadanos primero y como artistas después, utilizan las herramientas y la textura del documental para no dejarse engañar por la memoria, esa gran embaucadora que tiende a mixtificar y engrandecer lo vivido; por supuesto, en el proceso de registro y edición, añaden puntos de vista y afectos. Tanto Gabino Rodríguez como Luisa Pardo, dos de los miembros más destacados del colectivo y artífices de estas tres primeras entregas, se muestran preocupados por la legitimidad de sus incursiones en realidades que hasta cierto punto les son ajenas, y se hacen preguntas como, por ejemplo, qué derecho tienen ellos a hablar de la pobreza o del dolor de las familias de los desaparecidos. La respuesta es que para trabajar por una sociedad mejor es preciso conocer los hechos, saber —vivir, contar, denunciar— lo que está pasando. La valentía y la capacidad de compromiso de estos creadores son auténticamente admirables.
Tijuana
Texto y dirección: Gabino Rodríguez (basado en textos de Günter Walraff, Andrés Solano, Martín Caparrós)
Dirección adjunta: Luisa Pardo
Pintura escénica: Pedro Pizarro
Sonido: Juan Leduc
Iluminación: Sergio López Vigueras
Video: Chantal Peñalosa y Carlos Gamboa
Colaboración artística: Francisco Barreiro
Producción: Lagartijas Tiradas al Sol
Veracruz, nos estamos deforestando o cómo extrañar Xalapa
Conferencia de: Luisa Pardo (basada en entrevistas y documentos)
Colaboración artística: Gabino Rodríguez
Iluminación: Sergio López Vigueras
Video: Carlos Gamboa
Producción: Lagartijas Tiradas al Sol
Santiago Amoukalli
Dramaturgia: Luisa Pardo y Gabino Rodríguez
Intérpretes: Luisa Pardo y Gabino Rodríguez
Narrador: Francisco Barreiro
Espacio escénico y dirección técnica: Sergio López Vigueras
Sonido y diseño: Juan Leduc
Maqueta y telones: Pedro Pizarro
Video: Carlos Gamboa
Voz final: Cuauhtémoc Cuaquehua
Coproducción: Festival Belluard Bollwerk International (Suiza), Lagartijas Tiradas al Sol y residencia INTEATRO Polverigi-Ancona (Italia).
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