Viajes y libros

‘El camino de la bestia’, de Flaviano Bianchini

Por Ricardo Martínez Llorca

El camino de la bestia

Flaviano Bianchi

Traucción de Raquel Bermúdez y José Feliú

Pepitas de calabaza

Logroño, 2016

313 páginas

 

“Cada uno vela por sí mismo, pero no hay un dios que vele por todos”.

el-camino-de-la-bestia2A no ser que ese dios tenga la misma cara que la maldición. Porque este es un libro sobre los auténticos ángeles caídos. Un libro que no se debería haber escrito, pero que todo el mundo debería leer. Sí o sí. No hay marcha atrás en esta enmienda. Este libro trata sobre los emigrantes del centro y sur de América que atraviesan por su cuenta y riesgo, a pulmón vacío, sin más alhajas que la humedad de los ojos, un país tan extenso y tan variado como México para alcanzar la costa de los Estados Unidos e intentar sobrevivir allí, aterrizando desnudos. Para tal fin caben dos opciones: la primera pagar a un coyote, un especialista en trasladar gente desde cualquier punto del mapa a la franja sur de los Estados Unidos, o la que utilizan los ángeles caídos, quienes no han podido arrancar a la tierra el dinero suficiente para pagar ese paraguas. Estos emigrantes se suben a lomos de la Bestia, que es como se llama a los trenes que surcan de sur a norte un país con la desdicha del infierno y las pequeñas bendiciones de los seres humanos.

Flaviano Bianchini (Flaviano, Italia, 1982) fue alpinista de élite antes de entregarse a la lucha por los derechos humanos. Los derechos humanos son una invención del hombre para proteger a los más humildes, a los débiles. Lo contrario es una carta de naturaleza para que se les permita ser devorados. Y los devoradores agreden en dos formas anónimas: una consiste en acopiar más y más riqueza desde una jaula de oro, ser un psicópata al que le importa una mierda las condiciones laborales de la gente, que los niños se mueran de hambre, mientras sus acciones suban en bolsa. La otra es formar parte de un grupo, en el que pierdes la personalidad para adquirir la máscara violenta que terminará por apropiarse del alma de esos asesinos que forman parte de los violentos y sádicos Zetas, en México, o los imbéciles de los minutemen en Estados Unidos. Cualquiera de ellos puede acabar con la vida de los migrantes porque sí, porque les encanta apretar el gatillo.

Para denunciar lo que viven estos migrantes, Bianchini se disfraza de uno de ellos, siguiendo la estrategia de periodistas como Gunter Wallraff, y lleva su vivencia al extremo, al hambre absoluta, a la sed inhumana, una falta de agua que es sinónimo de falta de vida, a la desorientación espacial y en el tiempo, a la falta de sueño que enloquece, a la fatiga extrema, al intenso frío y al desgarrador calor. Jamás abandona su empeño, ni cuando le apuntan las metralletas de grupos que controlan alguna región, ni cuando vive horas de angustia encerrado en un calabozo de ocho metros cuadrados con otras veinte personas, con el aire hecho una papilla de orín. El mismo aire que se repite durante las veinticuatro horas que sobrevive en el doble fondo de un camión, sin luz. Ese aire casi sólido, ácido, mortal, que representa mejor que ninguna otra figura lo que respiran los que sufren la globalización. Pues este libro no deja de formar parte de aquellos textos nobles que nos exponen cuál es el vertedero de la globalización, donde está, quienes viven en él. A lo largo del viaje, Bianchini no cesa de repetirse que no debe fiarse de nadie. Y, sin embargo, ninguno de los desesperados migrantes con los que comparte trayecto hace otra cosa que ayudar a los demás. Como ayudan ciertos buenos samaritanos que se arriman a las vías para regalar galletas, tortillas, agua a los migrantes. Este es un libro que demuestra que no se puede ser otra cosa que anarquista, en el sentido más estricto del término: creer en las personas, desconfiar de los grupos.

Repetimos: este libro no se debería haber escrito, porque no deberían haber ángeles caídos. Pero dado que existe esa maldad que les empuja al vacío, es una obra que debería ser obligatorio leer en las facultades de derecho, de filología, de física, de lo que sea. Y también fuera de las facultades. Una obra diseñada para ser leída en voz alta en familia. Un recorrido al que una vez que uno se sube, es imposible bajarse, aunque pase una noche en vela. Este libro es una pesadilla. Por eso es por lo que resulta tan creíble.

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