‘Guerreros alpinos’, de Bernadette McDonald
Por Ricardo Martínez Llorca
Guerreros alpinos. La historia heroica del alpinismo esloveno
Bernadette McDonald
Traducción de Pedro Chapa
Desnivel
Madrid, 2016
336 páginas
Un profesor que programa una excursión al monte con sus alumnos, nada más iniciarse la primavera, para ver las flores que están brotando, es un héroe antiguo, moderno y postmoderno. Porque su empeño es que muchachos de catorce años, criados en el asfalto y frente a las pantallas led, vivan la brisa que limpia los perfiles de la naturaleza. A esa edad, uno no atiende a las explicaciones del profesor frente al lirio azul, pero sí reconoce que sin la flor que brota iluminando el interior del pecho al sentir la amistad de tu compañero, no hay felicidad posible. Para leer un libro como este que ha escrito Bernadette McDonald (Canadá, 1951) debemos tener presente que existen muchas formas de heroísmo y que tal vez el factor común es un esfuerzo, no necesariamente tan físico como para subir al K2, que ayuda a comprender la belleza del mundo. O a reconocer nuevos matices y expresiones en ella. Si hacemos caso a Rilke, entre la belleza y el terror hay una membrana muy permeable, cuya altura varía en el alma de cada ser humano. Y este grupo de alpinistas eslovenos, al igual que los polacos que protagonizaban su otro libro, Escaladores de la libertad, ponen ese listón en lo más alto de las capacidades del hombre.
A diferencia de la escuela polaca, la de Eslovenia posee una suerte de Biblia a la que hace referencia, una y otra vez, McDonald. Se trata de Pot, cuya traducción es algo así como La ruta, un libro escrito por uno de los pioneros, Nejc Zaplotnik, quien abriera la directa a la arista oeste del Everest, una de las vías más difíciles en el techo del mundo, y falleciera en 1983 en el Manaslu. Zaplotnik destaca, al igual que los demás protagonistas del libro, por su carisma. Si bien los polacos eran, por alguna suerte genética, los más potentes e indómitos en grandes proyectos, los que los eslovenos tienen en común es una poesía cercana al estremecimiento, un orgullo a prueba de bombas y unas ideas excéntricas que les llevan a plantearse retos imposibles, absolutamente imposibles, como el de Tomaz Humar enfrentándose en solitario a la pared del Rupal, una muralla de cuatro mil seiscientos metros que culmina en la cima del Nanga Parbat. O, en un caso más mundano y culminado con éxito, cargan a una cabra sobre su mochila de treinta kilos para cruzar un puente colgante sobre un gran torrente del Himalaya. Todos ellos son tan ingenuos como libres, todos ellos forman parte de esa estirpe de humanos a los que si se les priva de su vocación se les convierte en cadáveres.
La montaña, la gran montaña, es su ilusión épica. Y la medida del éxito, como se expresa en el libro Pot, es una ecuación en la que prima la amistad sobre el éxito. Pero no renuncian a la apertura de rutas. La mayoría de las grandes cumbres, entre ellas los ocho miles, ya habían sido conquistadas. Ahora queda trepar a las cimas por las vías donde el esfuerzo hace más bello el mundo, esas que provocan la sensación de estar solo en la montaña. McDonald habla del estilo propio de esta escuela de alpinistas, de su ética, de los retos y situaciones límite que viven, de su manía de romper las ceremonias a las que estábamos habituados, sobre todo negándose a formar parte de grandes expediciones, de la elección entre ser un lobo solitario o socializarse, y de la influencia de la guerra de secesión de la antigua Yugoslavia, un conflicto que hizo más seguras las paredes del Annapurna que la heroicidad de habitar los valles de Eslovenia.
Y también comenta las polémicas que provocaron Tomo Cesen o Tomaz Humar, siempre con respeto, sin tomar otro partido que el de la admiración por haberlo intentado. Es posible que presumieran de conquistar unas cimas que no alcanzaron. Pero ¿qué importancia tiene eso en un planeta donde los profesores que muestran los lirios a los alumnos ya son héroes? Podríamos hablar de piratería, sí. Pero McDonald sabe que la vida pirata posee dos vertientes. Y no se pronuncia por ninguna que no sea la de animar a no ser cadáveres en vida. A ello dedica las últimas páginas del libro. Uno a uno, va revisando los logros en la montaña de los protagonistas del libro y sus versiones de entender el alpinismo. Todo ello con el único fin de reconocer la humanidad y las versiones de la humanidad que pueden brotar dentro de nosotros. De ahí ese tono melancólico, casi de elegía, con que hará cumbre este libro sobre los alpinistas que protagonizaron una época en la que todavía no se había podrido el ambiente del Himalaya con tanta competición.
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