El porvenir (2016), de Mia Hansen-Løve
Por Jordi Campeny.
Conocemos el porvenir final de todos; sólo puede haber uno. No es casual que el prólogo de esta brillante, hondísima última película de la directora Mia Hansen-Løve se cierre con la imponente imagen de la tumba de Chateaubriand, frente al mar de Bretaña. A partir de este momento, entrando ya en el cuerpo del relato, El porvenir no puede alejarse más de la idea de la derrota y de la muerte, dibujándonos un sutil y desnudo recorrido por el lado más luminoso y centelleante de la vida, aunque en ella haya, claro, dolor y pérdida.
La exquisita filmografía de Mia Hansen-Løve, directora francesa de 35 años, atraviesa distintas etapas de la vida de unos seres en apariencia frágiles pero con unas rotundas ganas de vivir, a pesar de todo. Sus cinco películas, luminosas y despojadas de artificios, nos acercan a vidas anodinas que son también las nuestras, capturando siempre fragmentos de etérea y fulgurante verdad. Todo está perdonado (2007) y Le père de mes enfants (2009) se centran en la figura paterna, y en el dolor y vacío que deja su ausencia. Un amour de jeunesse (2011) dibuja uno de los retratos más veraces y sutiles de la adolescencia y el primer amor que ha dado el cine reciente. Edén (2014), quizás la pieza más anómala de su filmografía, posa su mirada en la figura del hermano y en el silencio que viene después de la euforia, ofreciéndonos, además, un recorrido por el panorama electrónico parisino durante la década de los noventa. El porvenir mira a la madre, a todo aquello que le queda por vivir mientras su mundo se va vaciando.
Basada en la figura de la propia madre de la directora, El porvenir, probablemente su mejor película, nos muestra la vida de Nathalie (extraordinaria Isabelle Huppert), una profesora de filosofía de Secundaria que ve cómo su mundo afectivo se derrumba e intenta, tras ello, resituarse sin tragedias a su nueva situación. Tras el vacío, sólo puede quedar vacío… o libertad. Cada uno debe utilizar las herramientas de las que dispone a la hora de afrontar una disyuntiva existencial de tal calado. Parece ser que el saber, los libros y el conocimiento pueden jugar un papel capital y resultar muy eficaces en estos casos. Así lo parece viendo los vaivenes de Nathalie, envuelta siempre en libros y ensayos filosóficos, y en jóvenes estudiantes rebosantes de futuro con los que pasa gran parte de su tiempo, mientras todo lo demás se va desmoronando. Así lo parece viendo a esta espléndida mujer de sesenta años pisando siempre firme aunque todo se tambalee, y así lo expresa: cuando alguien siente pasión por algo, aunque todo lo demás se haga pedazos, esta pasión le dará equilibrio y una sensación –quizás falsa– de renovada estabilidad. Nathalie, esta mujer que, a pesar de los baches, está siempre en movimiento.
Y todos estos conceptos, que pueden sonar grandilocuentes y vacíos, se nos muestran en la película llenos de significado y –ahí reside el mayor de sus logros– con pasmosa y desarmante sencillez, marca de la casa. Lo que vemos no es más que una tibia luz: la vida de una mujer que durante muchísimo tiempo había sido hija, madre y esposa. De repente, sólo vuelve a ser mujer. Ante ello, el abismo o la libertad.
El porvenir –trabajo que, a pesar de todo, se refugia más en el silencio que en las palabras– nunca levanta la voz, y está articulada y pulida con exquisita sensibilidad, sin aspavientos, rechazando cualquier tentación de sentimentalismo o maniqueísmo. La película, aderezada con pinceladas de alta graduación intelectual, se ve y se siente con naturalidad, pero inmediatamente deja poso. Y profundas reflexiones en el aire.
El porvenir, que tiene un eco en la película que contempla el personaje de Isabelle Huppert en el cine, la inagotable Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010), bien podría contemplarse como el reverso luminoso de la obra maestra que Woody Allen firmó en 1988, Otra mujer. En ambas, dos brillantes profesoras de filosofía, cultivadas y comprometidas con su mundo, se enfrentan al abismo emocional. Pero en aquélla, el memorable personaje interpretado por Gena Rowlands sucumbía al vacío y al pozo negro de la angustia. En El porvenir, el personaje de Isabelle Huppert los rehúye, ni siquiera les deja asomar el hocico; su mundo es más cálido, luminoso y liviano. En Otra mujer acecha siempre, seco y cortante, el fantasma de la derrota. El porvenir es un delicadísimo alegato a favor de la incuestionable victoria que supone siempre tomar la decisión de seguir adelante.
Pingback: Bitacoras.com