7 señales de que estás intelectualizando en exceso
La palabra “intelectual”, para referirse a una persona, puede tener connotaciones negativas de pedantería o testarudez; lo cierto es que el intelecto es la parte de nuestra conciencia que nos permite razonar, detener arbitrariamente el flujo de los acontecimientos y considerarlos en diferentes perspectivas, por lo que nuestro intelecto es tan importante como el pulgar oponible en la historia de la evolución.
Por otro lado, intelectualizar en exceso puede ser un dolor de cabeza –literal y metafórico– y, a la larga, una fuente de angustia. Para fines de este artículo, llamaremos “intelectualizar” al procesamiento innecesario y gratuito de información que genera angustia, procrastinación, ansiedad, etc. He aquí una recopilación de algunos síntomas de que tu cerebro está jugándote en contra (y, si en efecto tiendes a sobreintelectualizar las cosas, seguramente tendrás muchas horas de entretenimiento desenmarañando el por qué lo haces):
1. Te tomas tu tiempo para tomar decisiones… mucho… tiempo…
Uno de los problemas de sobreintelectualizar las cosas es que muchas veces la vida requiere decisiones prácticas, simples, cuyas consecuencias no son demasiado desastrosas. Pero si elegir un cereal o un tipo de leche puede parecer todo un rompecabezas en tu mente, tomar decisiones respecto a tu vida amorosa, profesional o académica implica considerar una lista siempre creciente de opciones y consecuencias. Por lo general, terminarás haciéndole caso a tu instinto o a tu premura… pero no estarás conforme con la decisión que tomaste. Cuida que el análisis no te provoque parálisis.
2. Pasas más tiempo planeando que haciendo
Si logras elegir un destino para tomar vacaciones (luego de considerar tus opciones), es probable que la mera idea de vagar por los rincones de una ciudad desconocida te parezca algo difícil de sostener en la práctica. Los intelectuales no se la pasan bien en medio de la incertidumbre (y conocemos bien el vértigo de estar frente a un estante de libros sin poder elegir uno; o, más sencillo, pasamos horas pensando qué ver en Netflix antes de ver por onceava vez la misma película de siempre).
3. Empiezas a sudar cuando alguien te dice “¿Podemos hablar más tarde?”
La escena puede tener lugar con tu jefe, tu pareja o los amigos. Desde el momento en que alguien te dice que quiere hablarte sobre algo asumes que es importante, impostergable; de lo contrario, ¿por qué no hablar de ello ahora? ¿Es que me van a despedir? ¿Vas a dejarme, mi amor? ¿Te ofendí de una manera horrible que ni siquiera me imagino? Probablemente el asunto a tratar es nimio o la gente simplemente quiere platicarte sobre sus vidas, pero para el hámster neurótico salido de una película de Woody Allen que vive en tu cabeza,la espera puede ser terrible.
4. Admítelo: puedes ser MUY demandante
Si envías un correo electrónico, un DM o un mensaje de texto y la persona no te responde en un periodo de tiempo razonable (digamos, de inmediato o dentro de los 30 segundos siguientes), comienzas a considerar que: a) la persona que buscas no sólo está fuera del área de servicio, sino probablemente muerta o secuestrada por Al Qaeda, o b) a la persona no le importas y cada minuto de espera para ti es una dulce y sádica tortura que te inflingen. Lo cierto es que la gente está ocupada y, debemos admitirlo también, las personas sólo son prioridad para sí mismas.
5. Ir al supermercado requiere de toda tu concentración
Seguramente llevas una lista de todo lo que necesitas, pero mientras vas echando las cosas al carrito serás torturadx por la idea de que algo fundamental y de vida o muerte se te ha olvidado. La sensación te perseguirá por cada pasillo, en la caja, en el auto, en el transporte público y rumbo a tu casa. Probablemente has vivido con esa sensación gran parte de tu vida.
Tal vez el punto aquí sea reconocer que no todas las cosas que tienen que ver contigo son tan importantes.
6. No vives el momento
¿Vivir el momento? Para una persona que utiliza su hemisferio cerebral izquierdo más que el derecho, cada momento está unido al siguiente, y al siguiente, y al siguiente, y así irremisiblemente hasta la muerte. El problema con esto es que se nos hace más difícil disfrutar lo que la “gente del hemisferio derecho” llama los pequeños placeres de la vida. Seguro: nuestros placeres están en fijarnos metas y alcanzarlas, en aprender algo nuevo o incluso en cambiar de opinión, pero la espontaneidad y el asombro de la contemplación son placeres más bien raros para nosotros.
7. Raramente “disfrutas al máximo”
Este punto es continuación del anterior, porque nos parece importante recalcarlo: cuando vives en tu mente y tus emociones son algo así como un ruido de fondo o un subproducto de tus razonamientos, tus entretenimientos y pasiones suelen ser sumamente complejos. Esto no es precisamente malo, pero las cosas “simples” o demasiado sencillas, que no te provocan la emoción del reto o el descubrimiento, sencillamente pasan de largo en tu radar. Y lo malo de esto es que la emocionalidad extrema también es sana. Reír y llorar a veces implica “olvidarse de uno mismo” y permitir que la emoción tome el control. Es, sobre todo, admitir que tener el control sobre todo lo que ocurre en nuestra vida no sólo es imposible, sino sumamente cansado.