‘Don Quijote de Manhattan’, de Marina Perezagua
Por Ricardo Martínez Llorca
Don Quijote de Manhattan. (Testamento yankee)
Marina Perezagua
Los libros del lince
Barcelona, 2016
303 páginas
El recurso sigue siendo tan veterano como innovador: unes dos elementos aparentemente incompatibles y los estrujas debajo de la pata de la silla en la que te sientas cuando escribes, y ya irás viendo qué es lo que sale. Es algo así como perder la imaginación para encontrarla. En este caso, el ejercicio de estilo que Marina Perezagua, cervantino, por supuesto, y el caos cómico que desencadena la presencia de Don Quijote y Sancho Panza en el Manhattan de 2016, era un descanso necesario tras la intensísima Yoro, una novela que terminará por inscribirse entre las obras maestras de la década.
La génesis del libro se constata en las irónicas llamadas a la atención al espectador, al que considera un desocupado que no se ha enterado de que el mundo no tiene arreglo. Ni siquiera por un Don Quijote que se guía, en lugar de por los libros de aventura, por la mismísima Biblia. Un Don Quijote iluminado y un Sancho Panza crédulo, que aquí ni siquiera pone los pies en el asfalto. De hecho, hay un cuarto elemento en la jerarquía de la obra que la enaltece como desmadre anacrónico: la indumentaria clásica de los personajes se sustituye por disfraces de C3-PO y un Ewok. Tampoco La guerra de las galaxias terminará de enderezar el rumbo del planeta.
Pero lo que podría ser una ópera bufa tiene más niveles de lectura. Por ejemplo, de la Biblia no se cuestiona solo su sentido, también su significado: no solo la metáfora, también la redacción; o el paralelismo entre la locura de Alonso Quijano y la de Jesucristo, siempre expuesto con respeto y ambas sustentadas en la fe, que es lo opuesto a la razón y, con frecuencia, a la sensibilidad. O la mezcla de cultura popular con cultura de aquellos que pretenden ser sublimes sin interrupción, de manera que no chirríe el encuentro. O la metaliteratura, dado que si la novela de Cervantes se considera la invención de la novela moderna, aquí se van dando cuenta de los recursos con que los autores han ido innovando en las novelas de vanguardia.
Hay algo se surrealista, sí, y mucho de cómico, serio, pero cómico. Pero un equilibrio perfecto en la dificultad de pensar con la sintaxis de Cervantes mientras visitamos Manhattan. Nos aproxima a la primera fuente, que es la novela, pero nos aleja de ella, pues Don Quijote y Sancho Panza padecen una extraña amnesia respecto a sus aventuras de hace varios siglos. Que a la postre son las que cocinan la que posiblemente sea la mejor novela de la historia, a la cual estamos destinados a volver si perseveramos en la lectura de esta visita a Manhattan y a los lugares más simbólicos de Manhattan, junto a Don Quijote.
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