Raúl Arévalo: “La violencia es un sentimiento inherente al ser humano”
Por Álex Ander
Es martes y, a pesar de haber dejado atrás un agosto infernal, aún hace un calor de justicia en Madrid. Raúl Arévalo lleva ya varias horas atendiendo a la prensa en un céntrico cine de la capital española. Les explica con ilusión cómo ha parido Tarde para la ira, su acertado debut como director cinematográfico. Está satisfecho con la acogida que la cinta ha tenido en el Festival de Venecia, pero no por ello se confía ante el inminente estreno en España. Algo resfriado, no pierde la sonrisa en ningún momento y se muestra como un tipo cercano, un chico de barrio, alejado del divismo y el postureo del que por desgracia adolecen algunos de nuestros actores.
La idea de la película surgió hace ocho años. A lo largo de este tiempo, Arévalo fue modificando el guion y puliendo su ópera prima. Tenía claro que quería hablar sobre la violencia, pero no de cualquier forma. “Recuerdo a mi padre, que tenía un bar cerca de aquí, hasta hace un año y medio que se jubiló. Una vez un cliente del bar, viendo en el telediario una noticia de un asesinato decía ‘Si le pasa algo a mi mujer o mi hija, cogería una escopeta’. En caliente uno no sabe cómo va a reaccionar, pero… ¿y en frío? Una persona como yo, que soy tan miedoso y que nunca me he pegado, ¿cómo reaccionaría?”, se pregunta. Y añade que justamente esa reflexión sobre el tema de la violencia y el comportamiento de los seres humanos en ciertas situaciones límite fue el germen de todo.
Dice que escribió el guion a medias, junto a su compañero y amigo David Pulido, psicólogo de profesión. Al principio, confiesa que lo hicieron casi como un hobby, y después vinieron cinco años en los que tocó batallar la fase de financiación de la película. “Cuando yo pasaba el guion, a la mayoría de la gente le interesaba mucho, pero era un acto de fe, porque por mucho que me hubieran visto como actor, no sabían si yo era capaz de dirigir eso”, relata. Afortunadamente, a través de TVE y de Beatriz Bodega, la productora de la película, recibió el apoyo necesario y pudo hacer una película “absolutamente libre”. Esto es, con el casting y equipo técnico que quiso. “Eso ha hecho que la peli tenga esa libertad, con sus defectos y sus virtudes”, matiza Arévalo.
Una película llena de ira y venganza. ¿Cree su director en la venganza como respuesta? “No, lo que pasa es que lo que quiero hablar en la película es que creo que la violencia es un sentimiento inherente al ser humano, que todos tenemos y podemos entender, nos guste o no”. Y él también la experimenta a menudo. Muchas veces, en detalles tan cotidianos como el simple acto de montar en taxi. “Hace tres días cogí un taxi y el taxista me habló supermal. Yo me quedé tonto y cuando salí iba yendo para mi casa y fantaseando con que tenía que haber dicho no sé qué o que tenía que haberle pegado un portazo a la puerta. Me vi con ganas de venganza, en otra medida. Esto hace que a veces usemos el cine como canalizador o como catártico para sacar todo esto”, argumenta.
Y una película llena también de referentes. Tarde para la ira tiene mucho de Raúl, pero también de las películas y directores que el intérprete siempre ha admirado. Desde el italiano Matteo Garrone hasta el americano Sam Peckinpah, pasando por Michael Haneke, los hermanos Dardenne, Jacques Audiard o los españoles Carlos Saura y Eloy de la Iglesia. “Un popurrí de todo, y al final no dejan de ser grandes directores de la historia a los que me acercaba un poco homenajeándoles y que me inspiraban, sabiendo que tampoco iba a llegar a ese nivel”, explica.
Si hubo algo que desde el principio tuvo claro fue quién protagonizaría su película. Al respecto, comenta que tanto Antonio de la Torre como Luis Callejo, protagonistas de la cinta, han sido su auténtica inspiración. “Escribí el guion para ellos desde el primer momento. El resto de actores han ido apareciendo durante estos años. Pero no he tenido director de casting ni he hecho casting tampoco. A los cuarenta y siete personajes que hay les he ido llamando yo en privado”, dice.
Para Arévalo, trabajar con De la Torre ha sido fácil, ya que antes que compañero es amigo. “Tengo tanta confianza con él que en momentos que estaba yo más tenso lo pagaba con él, y luego le pedía disculpas […] Yo les conozco tanto que puedo entrar en sitios que a lo mejor con otras personas no. Eso es muy chulo. Te permite conocerles más”, apunta.
También tuvo claro todo lo que concierne a la acertada ambientación y las logradas localizaciones. “Quería llevármelo a mi terreno”, dice a la vez que explica que, a pesar de su intención, no terminó de encontrar los bares a los que iba de pequeño con sus padres. “O estaban cerrados o estaban reformados, y ya no molan para lo que yo quería. Me tuve que ir a Usera, a Vallecas, a Entrevías y a carreteras hacia el pueblo de mi padre, un pueblo de Segovia que se llama Martín Muñoz de las Posadas, donde rodamos dos semanas”, apostilla.
Como director del largometraje, estuvo muy encima de todos los detalles. Y en ese proceso se ha dado cuenta del nivel de exigencia que se autoimpone como capitán de un barco que hasta ahora estaba acostumbrado a que manejasen otros. Relata que disfrutó mucho del proceso de preproducción y también del rodaje, pero no pensó que el montaje, una fase que por lo general le divierte mucho, le supondría un momento de gran agobio. “Ahí me di cuenta que como director soy mucho más exigente que como actor. Pasé un mes y pico en montaje que sufrí mucho, porque las cosas que no me gustaban las odiaba mucho”. Lo pasó mal, y en ese tiempo se torturó bastante, ya que nada parecía gustarle. “Hasta que la vi terminada y me reconcilié en cuanto a ‘hasta aquí he llegado y ya aprenderé más’”, explica el mostoleño.
También se sentía inquieto por lo que pudiera aparecer o revelar el tráiler de la película. Y es que a Arévalo tampoco le gusta la actual moda consistente en editar esos tráiler repletos de largos clips que te cuentan y destripan el contenido y misterio de una película. Es más, dice que suele ponerse los tráilers americanos y quitarlos a la mitad cuando le interesa la película. “Mejor no saber tanto. A mí me jode mucho cuando sabes demasiado”, expresa.
Quiero saber si ha extrapolado a la dirección alguna manía que ya tuviera como actor. Se queda pensando unos segundos, antes de comentarme que tampoco sabe qué manías tiene como intérprete. Pero sí revela un detalle curioso: “Como actor, yo soy fan de los catering. A veces me han llamado la atención por engordar durante el rodaje, porque me pongo fino a lo que haya. O a donuts. Y como director estás tan concentrado que no tienes ni hambre. Se te cierra el estómago más”.
Ha llovido mucho desde que Arévalo, de 36 años, jugaba a rodar cortos con la cámara de su padre con apenas dos lustros de edad. A pesar de su juventud, cuenta ya con más de una veintena de películas a sus espaldas y es uno de los actores de moda. Eso hace que esté curado de espanto, curtido y preparado para las críticas que su película pueda suscitar. “Un día te ponen verde, otro día te dicen que estás muy bien, otro día te ensalzan y otro día te ningunean. Eso hace que ahora como director estés entrenado. Yo trabajo con directores que nunca se han enfrentado a una crítica”. Acepta que es parte del juego y lo asume con deportividad.
Pero el cine no es el único medio que ha reportado alegrías y satisfacciones al intérprete. La televisión también le ha servido para llegar a esa parte del público que aún no le conocía. La última vez, con la serie La Embajada, emitida en A3 hasta hace apenas unas semanas. Por eso, además de llevar bien el tema de la crítica, sabe lidiar con el peso de la fama. Afirma que el público le respeta y nota el cariño de la gente en la calle. Nunca se ha sentido agobiado ni ha pagado su mala leche con un seguidor. “El tema de la fama es un tema muy friki y particular. La diferencia está entre salir más en la tele y el cine. Normalmente, tú ves ahí a Luis Tosar y dices ‘Mira, ahí está Luis Tosar’ o, si te gusta, igual te acercas y le dices ‘Luis, que me encanta tu trabajo’. En cambio, tú ves a Paco León y le dices ‘¡Luisma! ¡Figura!’ y le coges del cuello o le tiras”, explica.
En cualquier caso, su trabajo está hecho y la suerte, echada. Eso no impide que a Arévalo le preocupe si con la coyuntura económica y lo mal que está el sector del cine, “a la gente le apetecerá ir a verla, sabiendo que es un perfil de peli que es el que es, para un determinado público”. En ese sentido, reconoce estar “con el culillo apretado” a la espera de que la gente vaya al cine y la recomiende. “Creo que es una película de boca a boca y para eso tendré que confiar más en que las exhibidoras mantengan la película en cartel un poquito”.
Antes de terminar nuestro encuentro le pregunto si cree que la del IVA cultural es una batalla a ganar. Se lo piensa y se sincera. “Pues espero, porque si no ya… ¡Tantas batallas a ganar hay a nivel político! A mí ahora, a veces, cuando veo a los políticos con esto de la investidura me sale ‘Tarde para la ira’. No lo puedo evitar”, bromea.
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Un gran actor puede ser un gran director… porque ha vivido el cine desde dentro, sabe todo lo que conlleva un film. Espero que Arévalo siga el camino del para mí mejor actor-director que ha existido nunca: Clint Eastwood. Puede que lleguen a ser historias paralelas.