El cielo que me tienes prometido: Teresa de Jesús enriquece su fe
Por Horacio Otheguy Riveira
Insólito enfoque en la última obra de Ana Diosdado, El cielo que me tienes prometido: un enfrentamiento intelectual apasionante entre la sobrevalorada Madre Teresa de Jesús y la injustamente muy atacada Ana de Mendoza, princesa de Éboli. El juego está servido con magnífico dominio del lenguaje, a caballo de la época original y nuestro tiempo, aportando una mirada nueva sobre los personajes. Una representación perfectamente enfocada en el llamado Teatro de ideas donde su carácter discursivo está brillantemente defendido por la dirección de la autora y sus tres intérpretes. María José Goyanes conmueve con una Madre Teresa entrañable, cercana, enfrentada a la sensualidad apasionada de la joven Irene Arcos, con un personaje que atraviesa los cánones historicistas para ser una mujer a secas, que lucha por ser ella misma.
Para disfrutar de este espectáculo es imprescindible dejar a un lado —o reducir a la mínima expresión— cuanto se conozca de los datos históricos sobre estos personajes y abandonarse al ímpetu colosal de Ana Diosdado, que escribe y dirige esta función de encargo, seriamente enferma, luchando con energía y excepcional sentido del humor. Vio su propia obra estrenada, disfrutó al recorrer los parajes reales que aquí se mencionan y, ya fallecida, nos dejó una función de enorme valía, fundamentalmente por su audacia al sintetizar un pensamiento personal con gran carga poética, a través de los poemas de Fray Juan de la Cruz, la fe empecinada —y temerosa de sí misma— de la monja, y la arrebatadora voluntad de conquistar una libertad completa por parte de Ana de Mendoza.
Este triángulo peculiar —entre el poeta ausente, muy querido por la religiosa, y las dos mujeres— consigue momentos de trascendencia poética en la que los personajes ceden a sus emociones, las convierten en ideas que defender, y a veces padecer, mientras lo místico y lo terrenal se entrelazan con una mezcla encantadora de tensión y serenidad, también acompañados por una adolescente novicia que quiere lanzarse a los brazos de un hombre como una necesidad incomparable e irrenunciable.
Lo carnal y lo místico rozan por momentos la tragicomedia típica del catolicismo, abarrotado de santos y golpeado por la propia voluntad de Teresa invocando a Dios como mi esposo, mi señor, en un patético afán de posesión… Un hombre sobrenatural para tantos millones de almas, una deidad impoluta, todopoderosa, que es el esposo de siervas que para rendirle homenaje perpetuo y salvarse ellas mismas de todo pecado, han de abandonar espejos, ropas y prendas de colores, el más mínimo placer secular…
Sin embargo, en el rifirrafe que mantienen las dos mujeres, será la aparentemente más frívola quien ilumine el camino de la fe a la fundadora de la orden de las carmelitas descalzas, pura austeridad y penitencia. La princesa rabia ante la inflexibilidad de Teresa de Jesús pero ésta a su lado aprende a sentir la llamada de la auténtica fe, a través de la mágica experiencia que le ofrece su muy querido Juan de la Cruz en una carta. Es una espléndida paradoja entre contrarias, y una forma excelente por parte de Diosdado de encontrar fisuras en los convencionales artilugios de la mística.
La monja y el fraile, amigos devotos de sus creencias, pero a su vez de ellos mismos en un devenir de amor platónico cargado de emociones literarias. Un poema que ella al principio rechaza, incapaz de entrar de lleno en su vigoroso planteamiento, pero que la implacable Ana de Mendoza (estupenda interpretación de Irene Arcos) sí sabe escuchar e interpretar…
Un poema que se escucha en diversas y formidables entonaciones en boca de María José Goyanes, pero la primera vez en la voz incomparable de Emilio Gutiérrez Caba:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
La escenografía compone un contexto contemporáneo en el que se funden aquellos lejanos años: una revelación que tiene que ver con la propia voluntad del texto (bellísimo lenguaje de envolvente elegancia), con unos pocos objetos y un cortinaje de simbólica belleza. Asimismo el conjunto es iluminado de tal manera que las inquietudes más recónditas se permiten volar como la propia Teresa cree tomar vuelo en el instante final, un momento dramáticamente pleno en el que el proceso de creación de la actriz encuentra el tono, la imagen, la música celestial suficiente para entrar de lleno en la reconstrucción de una monja autoritaria, de gran carácter y en eterno conflicto, también mujer descalza, desprotegida, convertida aquí, por momentos, en una jovencita perdida entre las tenebrosas sendas por donde pretende encontrar a un dios generoso… Todos estos sólo son algunos de los matices que la gran actriz desmenuza desde el monólogo inicial hasta la ascensión singular del final.
El cielo que me tienes prometido
Texto y dirección: Ana Diosdado
Director ayudante: Diego Sabanés
Intérpretes: María José Goyanes, Irene Arcos, Elisa Mouliaá
Voz en off: Emilio Gutiérrez Caba
Escenografía y vestuario: Alfonso Barajas
Iluminación: Rafael Echeverz
Música y espacio sonoro: Luis Delgado
Fotos: Guillermo M. Díez
Producción: Salvador Collado. Colabora: Fundación SGAE
Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Del 7 al 18 de septiembre 2016.
Pingback: Bitacoras.com