“El síndrome de los agujeros negros”: 9 mujeres en el acantilado del amor y del odio
Por Horacio Otheguy Riveira
Y en el comienzo se hizo la luz. Una luz en la penumbra para que una muchacha, linterna en mano, hable consigo misma y nos haga cómplices de su confesión. Y en el final, un juego de caza mayor entre dos que bien se han querido. En medio, otras tres historias de mujeres en situaciones límite. Comienzo, desarrollo y desenlace a través de cinco obras breves que hacen honor a un noble género hoy olvidado, esta vez con personajes femeninos de enorme interés en diferentes planos. Seis actrices bajo la estricta composición escénica de un director que es, a su vez, autor de la mayoría de los textos. En el Teatro Lara, “El síndrome de los agujeros negros”, por la Compañía PasoAzorín.
(…) De pronto, te enamoras, y esas mismas personas, esas mismas personas que sólo tenían cualidades invisibles, invisibles para ti, se convierten en únicas y valiosas. El amor da luz. Las personas empiezan a existir cuando las amas. Yo necesito amor para no desaparecer en uno de los millones de agujeros negros que pueblan mi vida: lo vulgar, lo frívolo, la mentira, los compromisos, la cobardía…
Yo no tengo amor, pero le tengo a él. Él es amable y fascinador. Él es fuerte y débil a la vez. Él es inteligente, y distinto, porque yo le amo, pero él… quiere a otra. (Natalia, Horizonte de sucesos).
PasoAzorín Teatro nació en 2012. Desde entonces no para de producir —bajo la autoría y dirección general de Ramón Paso, y la activa participación de las hermanas Ana y Blanca Azorín— espectáculos enfocados a una pertinaz investigación teatral sobre su propia piel, generalmente femenina, actrices portadoras de personajes que indagan en su condición tanto sexual como social y política.
Transitan por la tragedia nacional (Matadero 36/39) y universal (Perversión Medea, La ramera de Babilonia), el humor histórico y pletórico (Usted tiene ojos de mujer fatal… en la radio, en unión con el gran Jardiel Poncela), el humor cotidiano, revoltoso y buscador de respuestas (¡Hazlo, nena, hazlo!), el arrojo surrealista de mujeres que se enfrentan a la falocracia (Retablo pánico; todavía en cartel después de cinco meses)… Son sólo algunos títulos de una compañía que ama el teatro como una vocación ilimitada, con la certeza de que el trabajo constante les nutre: sus investigaciones son siempre orgánicas, indagando en métodos conocidos e inventando otros, rompiendo reglas y saboreando las que más les interesan como una tarta exquisita que a veces les empacha, lo suficiente como para partirse de risa y volver a empezar: ayunan en profundidad y reconquistan palmo a palmo sus hallazgos. Dejan de lado los excesos de información de la profesión, de la política nacional, de las pasiones que les rodean mordiéndoles los talones, para hilvanar su propia voluntad de cambio, de poesía al alcance de la mano, de la oscuridad imprescindible para aprender la lección de la poetisa Olga Orozco, cuando escribió que La oscuridad es otro sol…
Ahora afrontan El síndrome de los agujeros negros como una indagación en el amor y el odio con perfiles femeninos de turbadora belleza: la belleza de lo sórdido campea por un recorrido de gran suspense al hilvanar cinco historias independientes, pero con una atmósfera común muy bien ambientada por un cautivador espacio sonoro.
La sordidez de luchas interiores, de psicosis bien planteadas, de sexualidad desbordante y por eso mismo ciega, de lo fatalmente prohibido y sin embargo hermoso, y también de lo inmensamente feliz de los encuentros generosos, abiertos, de manos tendidas sin miedo a ser cortadas. De todo esto y mucho más se encuentra en esta función atípica, cuyo riguroso desarrollo dramático recuerda las obras breves de clásicos magistrales, de maestros a los que siempre debemos recurrir para seguir aprendiendo como, por ejemplo, August Strindberg (su “obrita” La más fuerte recibe aquí un sentido homenaje) o Luigi Pirandello, uno de los creadores del siglo XX más prolíficos en narrativa y teatro, que también dedicó amplio espacio a obras breves antológicas como El gorro de cascabeles, El gato, El tonel…: en todas ellas una necesidad imperiosa de plasmar con gran poder de síntesis ideas y emociones cuya brevedad permite profundizar sólo en aspectos esenciales del conflicto hacia un final de precisa expresividad, dramáticamente exacto, sin improvisaciones ni alharacas.
Pero si la genialidad de estos creadores huía del erotismo explícito como de la peste, tan pudibundos como los agobiantes trajes con chaleco que vestían, aquí y ahora lo aprendido de sus técnicas necesitan un lenguaje en el que lo impúdico se adhiere al dolor o la ambición con la misma libertad con que los cuerpos buscan el placer sexual como agua en el desierto.
De una u otra forma hay un cúmulo de aciertos en este espectáculo que es un modelo de creatividad escénica con los elementos más rudimentarios. A puerta cerrada, en un espacio reducido sin escenografía, calzadas con deportivas de lona, vestidas con ajustada policromía, desnudas en el laberinto de sus pasiones… seis jóvenes actrices de diferente estilo —y con distintas escuelas de interpretación a sus espaldas— ofrecen un encomiable trabajo dirigido como si se tratase de un concierto coral:
Horizonte de sucesos, de Ramón Paso
Natalia (Laura de la Vega) habla mientras camina, se sienta, se arrastra, se revuelca… solo acompañada con una linterna. El resto es noche cerrada, la oscuridad y la penumbra en un romance de envolvente sensualidad en el que las cosas no son como debieran. Su confesión es el único monólogo de la noche, y en nada se parece a los monodramas tan al uso en nuestro tiempo: es en realidad un pensar en voz alta que los espectadores tenemos la suerte de presenciar. Con nosotros tiene la certeza de que estaremos atentos a su peculiar viaje por el amor no correspondido. Un andar en piel ajena que es la única conquista que le interesa, y a por su satisfacción avanza a ciegas…
Me resisto, me revuelvo, pero su polla es mi horizonte de sucesos. Cuanto más chupo, más cómoda me siento. Es como volver a casa. (…) Soy una perrita buena. Chupo con más ganas. Mi boca le reconoce. Pasaría lo mismo con mi coño, pero no hay tiempo. Rara vez hay tiempo con él. Se corre. Me lo trago. Soy una niña buena. (…) Quiere que me vaya. No lo dice, pero quiere que me vaya y me lleve la culpa. Yo noto su sabor en mi boca y me siento gilipollas.
El síndrome de los agujeros negros, de Ramón paso
Dos mujeres frente a frente: una lleva muchos años con el hombre que han compartido durante un tiempo: Carmen (Ana Azorín) da una lección singular a Silvia (Jennifer Rubio), acerca de las veleidades y debilidades del amante en común. ¿Por qué quiere conocerla? ¿Por qué intentar humillarla, o no es eso? ¿Tal vez le ronde otra cosa? ¿Quizás se trata de un rompecabezas que ninguna de las dos quiere terminar de armar? Tras tantos gestos y palabras se asoma el aroma de una extraña muchacha de 19 años…
(…) Silvia. ¿Cómo consientes…?
Carmen. ¿Consiento?
Silvia. ¡Consientes! ¡Tú consientes…! ¡Tú sabías! ¡Estabas enterada! ¡Estás enterada!
Carmen. Lo estoy.
Silvia. ¡Y permites…!
Carmen. ¿Permito?
Silvia. ¡Aceptas!
Carmen. Y tú juzgas.
Silvia. ¿Juzgo?
Carmen. ¿Por qué terminó contigo?
Silvia. ¿De qué estás hablando?
Carmen. Quiero saber qué os llevó a terminar.
Silvia. No pienso responder a ninguna pregunta más.
Carmen. Entonces, ¿por qué has venido? (…)
Mermelada de fresa, de Marta Mangado
Una diversión incomparable: contacto en una discoteca, se gustan mucho, en el sudor de los bailes y el subidón de las copas, a Daniela (Ángela Peirat) le resulta imposible rechazar la invitación de Ana (Elena Ribeiro) a su apartamento: un reino donde podrán florecer esas manos cálidas que ya la tocan, y sus labios carnosos al fin la recorrerán a gusto (“me gustaría follar como tú; me encanta follar contigo”). Una vez confirmado el éxito del encuentro, Daniela quiere irse a casa, pero se encuentra con una sorpresa desagradable:
Ana. (Seca) He estado toda la tarde haciendo mermelada para ti. No te puedes ir.
Daniela. ¿Has estado toda la tarde haciendo mermelada para alguien que no conocías?
Ana. ¿Que no conocía?
Daniela. Me voy a ir.
Ana. ¿Qué es eso de que no te conocía?
A continuación una creciente psicosis difícil de salvar. Una caza impensable. Un volcánico placer se convierte en una angustiosa necesidad de posesión.
Panteras rosas, de Sandra Pedraz Decker
Eva (Ana Azorín) lo tiene todo en contra: es borde como ella sola, ansiosa, desagradable a más no poder, odia todo lo que se menea. No ve la hora de abandonar el mundo en que vive, camarera que acabaría con la clientela en un pispás, a hostias mejor que con lluvia de granadas. Pero hay una clienta muy dulce (Laura de la Vega) que la observa en la cafetería en que trabaja. Es más joven, muy bella, se llama Clara, está tan a disgusto con su vida como Eva, pero la observa día y noche, ¿la adora sin siquiera ir más allá del roce de las manos al pagar la consumición? Se las apaña para llevarle la droga que necesita, no le importa lo mal que la trate, va en busca de la consagración de un amor con runrún de bolero, como no hay otro igual, y por mucho que le cueste no cede en su empeño. Clara insiste. Eva resiste. ¿Hasta dónde serán capaces de llegar?
Eva. Recuerdo que me moló tu colonia.
Clara. Es ese perfume que anuncian…
Eva. ¿El de la cantante esa que tiene un…?
Clara. ¡Ese mismo! (A público) ¡Lo sabía! Sabía que no había desperdiciado el dinero. Sólo tengo que aguantar unos pequeños picores en la zona donde me lo aplico. Pero merece la pena.
(Clara coge la botella y le da otro trago. Se la ofrece a Eva, que bebe).
Eva. ¿Cuánto tiempo llevas observándome?
Clara. Como un mes.
Eva. ¿Y has pillado M sólo para traerme aquí?
(Silencio).
Eva. Estás loca.
El jardín salvaje, de Ramón Paso
A través del tiempo regresa una pasión descontrolada a pedir cuentas. Con riesgo cierto, con amenaza decidida. La vertiginosa aventura de una artista de óleo, pincel y lienzo con una menor a su cargo desencadena en la chiquilla una atracción tan poderosa que la trastorna. Y ahora vuelve, inesperadamente, con preguntas de alta precisión, sin ambages y con mucha fuerza, con mucha rabia. Han pasado los años, se reencuentran con la vergüenza en la mirada, temblores en las manos y una humedad intacta entre los muslos.
Belén (Inés Kerzán) duda, teme los riesgos penales, le angustia el recuerdo. La niña se crece: Alicia (Laura de la Vega) no ha vivido en ningún país de maravillas, sino en un infierno buscando los besos y las caricias de antaño. El pasado se une al presente, estalla una rabia que anhela una paz tal vez imposible…
Belén. Escúchame, escúchame de verdad. Las cosas… A veces, las cosas… Mira, Alicia, esa chica…
Alicia. ¿Esa chica?
Belén. Esa chica con la que pasaron aquellas cosas…
Alicia. ¿Aquellas cosas?
Belén. Aquellas cosas…
Alicia. ¿Aquellas cosas sexuales?
Belén. ¡Aquellas cosas!
Alicia. ¿Sexuales, Belén?
Belén. Esa chica ya no existe.
Alicia. ¿Qué le ha pasado?
Belén. Ha crecido. Ahora es otra chica distinta. ¡Una mujer!
Alicia. ¿Y qué pasa con la chica que me dejaba dormir con ella cuando tenía miedo…? ¿No está? ¿Qué pasa con la chica que me compraba libros y videojuegos… que me llevaba a comer pizza… que me metía la lengua en el coño…? ¿Qué ha pasado con ella?
Ayudantes de dirección: Blanca Azorín, Daniel San Miguel, Laura de la Vega
Diseño de iluminación: Pilar Velasco
Vestuario: Sandra Pedraz Decker
Fotografías: María Jordán
Diseño gráfico: Ana Azorín
Producción: PASOAZORÍN TEATRO
Sala Nao 8. Viernes 20,30 de septiembre y octubre 2016. PRORROGADO A DICIEMBRE.
TEATRO LARA. A partir del 16 de julio de 2017. Domingos, 19,15h
REPOSICIÓN 2018:
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