Un día en la vida – Aspectos biográficos de John Cheever Un ensayo sobre John Cheever – Parte II
Raúl Andrés Cuello
Después de haber introducido al lector a los signos que caracterizan el estilo Cheever en la primera entrega, creemos pertinente pasar ahora a su biografía, para así tal vez entender un poco la trama literaria descripta anteriormente, trama que ocurría en su (si me permite Patricio Pron el hurto de la frase) demasiado enloquecida cabeza.
John Cheever fue el segundo hijo de un matrimonio compuesto por su padre Frederick, vendedor de calzados (y alcohólico antológico que perdió su trabajo y casi toda la fortuna familiar, inclusive antes del crash financiero del 29’) y “Liley”, madre inglesa que se dedicó a los negocios (tenida en cuenta por Cheever como una mujer “dominante y tiránica”). Estas imágenes paternales conformarían luego el imaginario de la familia Wapshot (Crónica y Escándalo de los…) y volverán a aparecer con menos fuerza en Bullet Park. En una entrevista para The Paris Review, Cheever -a quién cada vez que podía defenestrar a su madre lo hacía- dijo: “Mi madre afirmó haber leído Middlemarch (novela decimonónica de George Eliot, compuesta por 8 libros) unas trece veces; debo decir que no lo hizo. Eso tomaría toda una vida.” Sobre todo esta relación materno-filial permite comprender en parte la mirada del escritor, una bien crítica y ácida, pero acertada en el tono sobre quienes lo rodeaban. Cheever tuvo también un hermano (Fred), que al igual que el padre y él mismo representaba al clásico “hard drinker”. Las referencias hacia su hermano abundan en los Diarios de Cheever y se vuelven ficción en relato Adiós hermano mío (The New Yorker, 1951) y en la icónica Falconer (1977), novela que protagoniza el fratricida Ezekiel Farragut y que catapultó a Cheever a lo más alto de las letras norteamericanas del siglo XX (en el mismo año de la muerte de Fred, Cheever le dice a su hermano: “al fin te he matado en Falconer”. “Oh muy bien” replicó su hermano, “lo has hecho al fin luego de tantos años.”). En todas ellas se deja entrever la relación ambigua de amor/odio que existió entre John y su hermano Fred, la cual no estuvo exenta de relaciones incestuosas entre ambos miembros de la familia Cheever.
En el año 1941 Cheever se casa con Mary Winternitz, con quien sostuvo su matrimonio a pesar de todo (y de todos), hasta su muerte. En la misma entrevista con The Paris Review le preguntaron a Cheever si era capaz de dar un ejemplo de una mentira que dijera mucho acerca de la vida; él dijo sin vacilar: “Claro. Los votos del sagrado matrimonio”.
A pesar de los brotes de locura provocados por el alcohol (Cheever supo decir “estoy atado a fumar, a beber alcohol y a todo lo demás”) y por su cada vez más notoria bisexualidad culpógena (entre sus conquistas se encuentran tanto la actriz Hope Lange, como el escritor mormón Max Zimmer), logró construir una familia y criar a tres hijos: Susan, Benjamin (quien es retratado como Tony en Bullet Park, 1969), y Federico. Aun así no pudo escaparse de varios centros de rehabilitación frente a su problema con la bebida. Tuvo un primer acercamiento con la muerte (un edema pulmonar) provocado por el alcohol en 1973, situación en la que afirmó no volver a beber más. Pareció importarle un bledo su promesa, Cheever continuó trasegando alcohol durante el semestre de enseñanza en el Writer’s Workshop de Iowa, con su compañero de aventuras etílicas, Raymond Carver. Mientras su matrimonio se desplomaba Cheever aceptó un puesto de profesor en la Universidad de Boston, mudándose a un pequeño departamento cercano a la Universidad. Luego de un vendaval maratónico de ingesta de alcohol, pudo entender que estaba al borde de la muerte, sólo y en una pequeña habitación de hotel, lejos de su familia. Fue entonces cuando realmente dejó de beber. De ahí en más se acabó el estrépito, la locura y las tribulaciones producidas por su famoso cafard. Todo sería belleza y virtuosismo luego de que Falconer (1977) fuera considerada una obra maestra, para así y merecidamente, encontrarse con ese paraíso siempre evocado y nunca encontrado hasta entonces. Un cáncer descubierto en su riñón en 1981 sería el comienzo del fin de la vida del atribulado escritor. Esto no representaría un flagelo para quien ya había podido vencer a sus demonios, había logrado alcanzar un cierto equilibrio entre sus aspiraciones familiares y sus apetitos sexuales, y por último pero no menos importante, había logrado escribir una de las páginas más importantes de la literatura mundial. Luego de poder patinar sobre la suave pista de realización personal, Cheever encontró la muerte un 18 de junio de 1982.
En una de las últimas apariciones públicas Cheever resumió en unas palabras todo lo que representaba para él la literatura:
“Una página de buena prosa es aquella donde uno puede oír la lluvia. Una página de buena prosa es aquella donde escuchamos el rugido de una batalla. Una página de buena prosa tiene el poder de hacernos reír. Una página de buena prosa me parece a mí el diálogo más serio que pueden llegar a tener las personas bien informadas e inteligentes a la hora de mantener ardiendo pacíficamente los fuegos de este planeta.”
Cheever es uno de mis escritores preferidos y su cuento, Reunión está en mi lista de los mejores cuentos.
Hola Natu Poblet
En la próxima entrega de Cheever vamos a estar hablando sobre sus cuentos y sus novelas. No te la pierdas!
PD: coincido con tu elección.