‘Manifiesto incierto’, de Frédéric Pajak. Ensayo de una vida dibujada
Por Rubén Varillas @littlenemoskat
“Resulta curioso que las palabras parezcan una necesidad, un consuelo, al mismo tiempo que encarnan una equivocación, un desliz, una fuente de incomprensión. Me dejan perplejo y consternado la desenvoltura oratoria, esas bocas llenas de sí mismas, esas voces que lucen, que proclaman alto y claro su permanencia a la “realidad” -quiero decir a la autoridad-. Naturalmente, ante ese vasto ruido demasiado bien ordenado se abren abismos, y no me creo ni una palabra. Creo en el balbuceo, en la palabra hecha añicos entre sus zarzas y su maleza. Creo en una verdad total y absoluta, y perfectamente inefable.”
Se queja Pajak de la oratoria, pero él escribe, con palabras, como un torrente que fluye vertiginoso y cristalino, y con imágenes, en un claroscuro expresionista que dibuja la vida de poesía.
Dice Pajak que cree en el “balbuceo, en la palabra hecha añicos entre sus zarzas y su maleza”. Lo demuestra en las páginas de un libro que se esboza entre las espinas de su existencia. Entre la memoria de su soledad, de sus trabajos humillantes, la mendicidad, sus muertos y el éxito que ni él mismo comprende. Y lo demuestra en una escritura lúcida que serpentea entre las imágenes de su pasado (dibujadas y vividas) y un relato que a ratos se presume biografía y en otros sueño; o recuerdo soñado.
Comienza Frédéric Pajak en el prólogo de Manifiesto incierto. Con Walter Benjamin, soñador abismado en el paisaje confesando que lleva una vida soñando, pensando y escribiendo su manifiesto. Que entre medias ha escrito otros libros, pero que son sólo eso, entremeses. Nos informa de que éste no será el único volumen de su manifiesto; y que su título nació antes de que la confusión dejara paso a la iniciativa y a la tentativa. Nos confiesa en voz muy baja que va a plagiar, y mucho, y que, en realidad, todo es cuestión de tiempo: que el pasado sólo sobrevive ya en “estado de recuerdo, un recuerdo inerte, privado de voz, de sustancia, de realidad”.
En el libro de Pajak, como en todo buen ensayo, se cruzan las ideas y se enhebran las reflexiones. Con libertad, sin nudos, con el único rigor de un narrador (pensador) que lleva un cabo de la mano por el laberinto de sus razonamientos, y que sabe por dónde anda o presiente a dónde quiere dirigirse. En Manifiesto incierto se amontonan las conversaciones: las que mantiene Pajak con sus aludidos; pero también la que Samuel Beckett mantuvo con el pintor Bram Van Velde, por ejemplo; y, sobre todo, las conversaciones, reales y figuradas, fragmentarias, profundas, a veces contradictorias, que Walter Benjamin mantiene con Baudelaire, con Celine, con la tripulación del Catania, con su amigo Gershom Scholem, con la Historia y consigo mismo.
Porque si Manifiesto incierto es algo, en realidad, es un viaje, un viaje de la mano de Walter Benjamin, lingüista, filósofo, escritor, historiador… Un viaje íntimo que Pajak vive a través del otro para llegar a reconocerse, para entender el presente a través de la historia trágica de Europa, que acabó consumida en su propio odio xenófobo, y para recuperar y actualizar el viejo arte de la narración: “Trato de comprendender ‘por qué se muere el arte de contar historias’, es decir, el arte de la narración oral”, le confesaba Benjamin a su amigo Hofmannsthal; sólo para responderse a sí mismo: “quien no se aburre, jamás sabrá ser narrador. Pero el aburrimiento ya no tiene cabida en el mundo. Las actividades que están secreta e íntimamente ligadas a él han caído en desuso”. Podemos leer a Benjamin desde el presente, con la voz escrita y dibujada de Pajak, y entender muchas cosas.
Pajak viaja con Benjamin: llega a España, a Ibiza, a Alicante, se va de Alemania, vuelve a Francia, huye a Estados Unidos… Pajak viaja solo también: por Francia, al París de su infancia; a Lausana, donde encuentra a los compañeros pro-nazis del reformatorio que estuvieron a punto de arruinar su infancia; nos lleva hasta Sicilia abismado en sus reflexiones acerca del tiempo que deja de serlo cuando la masa, el presente de los turistas, ruge e invade las piedras pretéritas y el barroco de Noto y Ragusa.
Se imaginará el lector, ya, que en su Manifiesto incierto Pajak viaja con nosotros sin plano ni hoja de ruta: que tan pronto nos lleva de una costa a otra, saltando continentes y aduanas, como nos sacude en el reloj de la Historia, y nos deja en los estertores de la Primera Guerra Mundial y el castigo de Versalles o nos pone al pie de una crisis económica y en las puertas de otra Guerra Mundial; precedida ésta por el apogeo necio de los nacionalismos y el fracaso de la intelectualidad.
Estamos entrando en la misma deriva que precedió a una guerra casi final, escribía un periodista inglés hace unos días, un julio de 2016. Nos vemos reflejados en los terribles años 30 de hace un siglo, añadía. Es nuestro presente, pero podría ser uno de los muchos prólogos de Manifiesto incierto.
[Apéndice rigorista]
En la contraportada de la edición española, leemos una cita de Le Nouvel Observateur felicitando a Pajak por la invención del “ensayo gráfico”. La atribución no ha sido bien recibida por todos. En rigor, si hablamos de ensayos gráficos deberíamos tener en mente los estudios en viñetas sobre el lenguaje comicográfico de Will Eisner (El cómic y el arte secuencial, La narración gráfica) o de Scott McCloud (Entender el cómic, La revolución de los cómics…); o incluso el reciente ensayo científico en viñetas de Nick Sousanis titulado Unflattening. En este sentido, sería preferible (o deberíamos) definir Manifiesto incierto con la etiqueta de ensayo ilustrado. Y es que, aunque los dibujos que acompañan el trabajo de Pajak admitirían una lectura secuenciada en caso de que los aisláramos del texto, estaríamos en ese caso mucho más cerca de las novelas gráficas de Frans Masereel o Lynd Ward de las primeras décadas del siglo pasado (formadas por ilustraciones autónomas independientes), que de un ejercicio de secuenciación gráfica o de un cómic propiamente dicho.
¿Hacen falta etiquetas después de todo? La virtud de Manifiesto incierto está en su especificidad, en su condición de anomalía. El libro de Pajak se mueve con naturalidad en el territorio del ensayo, en el del relato histórico, la biografía o la narración ilustrada; su trabajo nos absorbe, precisamente, porque es tan incierto como anuncia su título.
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