Paz
por Mario Japaz
Era el coffe break de una charla que acababa de dar, había quesos y fiambres al lado del café como es costumbre en la zona. Rodeándome hay un grupo de personas que me sonríen, no nos podemos comunicar sin un intérprete, pero me sonríen y asienten con la cabeza, me sirvo y luego voy a sentarme a una mesa a unos diez metros, el mismo grupo me acompaña, se sienta conmigo y me sonríe nuevamente. De alguna forma en ese momento entiendo que la travesía del día anterior había valido la pena.
Cuatro días antes había dado una charla en Ereván, era promocionada por el Center for Agribusiness and Rural Development (CARD), Instituación armeno-americana dedicada al desarrollo y fomento de proyectos en el pequeño país asiático. La charla gustó mucho y ofrecieron pagarme para darla en Stepanakert, capital de la República de Nagorno Karabaj. Con el sí fácil que me caracteriza, acepté.
La distancia en el mapa entre Ereván y Stepanakert es más o menos similar a la que hay entre Mendoza y San Rafael, en mi mente calculé unas erróneas cuatro horas. Debido a los caminos sinuosos, cabras y la neblina típica de las montañas del Cáucaso Sur que toman de rehén a la humedad proveniente del Mar Caspio se transformaron en unas larguísimas doce horas. En una parte del viaje al costado del camino veo un terraplén que nos acompañaba todo el tiempo, pregunté si estaban haciendo un oleoducto. Me responden “es para los francotiradores”. A mi cara respondieron que “está todo bien”, hay “cese al fuego” que mantiene a la zona en una “inestable tranquilidad” desde el 94.
Nagorno Karabaj es una tierra hermosa. Colinas, montañas, bosques, vides, gente hospitalaria y simple siempre con una sonrisa en la cara, una sonrisa tan grande como las cicatrices de esa república solo reconocida por un puñado de países. En todo el territorio se ven las secuelas de la sangrienta guerra que se dio al finalizar el bloque soviético entre el estado independentista de mayoría armenia y Baku, la capital azerí. La guerra de Nagorno Karabaj fue cruenta, triste, larga y poco conocida para occidente, quien focalizó su atención en la más “europea” ex Yugoslavia. Al día de hoy se ven casas destruidas, tiros en paredes de Stepanakert que muestran claramente la locura de la guerra. Las guerras son siempre incomprensibles, pero estas en lo que se mezcla territorio, raza, religión y resentimientos ancestrales, para nosotros, gente del nuevo mundo, son muy difíciles de entender. La gente del Cáucaso es gente muy simpática, cálida y cariñosa. He tenido la suerte de conocer georgianos, armenios, azeries y kurdos, y aunque ellos se van distintos yo los veo parecidos. Y los veo buena gente, lo cual solo suma incertidumbre ante el hecho de la guerra.
En ese coffe break conocí a la familia Avetisyan, dueños de una pequeña bodega en el pueblo de Artsakh. Querían mi asesoría, porque “ellos querían calidad”. Fui, los asesoré, cenamos, nos reimos. Años despues, su vino Kataro fue el primer vino de nivel de exportación de esa pequeña república desconocida. Oobviamente fue por su pasión y trabajo duro. En la cabeza de los Avetisyan en gran parte fue por mi, cosa que dudo, pero cada vez que viajo a Armenia ellos hacen un monton de horas en auto solo para cenar conmigo y darme unas botellas personalmente. A mi eso me llena de orgullo y las guardo como un tesoro en mi cava personal, son mi As bajo la manga ya que todos quedan sorprendidos por la elegancia del khndoghni, varietal histórico con el cual se hace Kataro.
Años después volví a Artsakh, los Avetisyan habían seguido todas las sugerencias al pie de la letra de forma metódica y precisa. Fui a ver una posible expansión de la bodega. Para sacar bien la foto que necesitaba del edificio fui hasta una construcción cercana y subí para tener mejor perspectiva, en la pared había un dibujo, hecho en tiza. Ametralladoras, bombas…, tanques… Se me helo la sangre. Todos los niños del mundo dibujan armas, pero les juro que este dibujo era distinto.
Hace una semana la guerra volvió, la tensión entre las milicias de Nagorno Karabaj y el ejército de Azerbajan explotaron en Martakert. Ya van más de 30 muertos. Me llenó de tristeza. Acá termino mi relato, porque no puedo decir nada más que… paz.
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