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Lorca, loco de amor. Por Irene Zoe Alameda

Momento de la representación de Lorca Madly in Love en el Carnegie Hall. ©Irene Zoe Alameda
Momento de la representación de Lorca Madly in Love en el Carnegie Hall. ©Irene Zoe Alameda

 

Esta semana se cumple la luctuosa efemérides del asesinato de Federico García Lorca. Aunque la fecha del 18 de agosto no apunta ni mucho menos a un hito celebrable, sí da pie a recordar al autor en el día mismo en que dejó de producir su portentoso lenguaje.

Hace casi diez meses, el 25 de noviembre del año pasado, acudí al Carnegie Hall de Nueva York para ver Lorca Madly in Love, con libreto de Manuel Francisco Reina y música de Daniel Casares. El espectáculo contaba con Miguel Poveda como cantaor y con el bailaor y coreógrafo David Morales, quien en el papel de Lorca representa la euforia de eternidad que le trajo su último enamoramiento (del joven Juan Ramírez de Lucas), y la náusea con la que le fue cercando el presentimiento de la muerte.

El evento fue recibido con críticas mixtas por parte de la prensa cultural norteamericana; el motivo, sin lugar a dudas, fue que el código del flamenco les resultó a muchos completamente ajeno, absurdo incluso. Se hace evidente al leer la crónica de Brian Seibert para el New York Times que el periodista se encontró perdido durante gran parte del espectáculo. Con todo, en lo que sí hubo unanimidad fue en que el libreto, basado en la iluminadora novela Los amores oscuros de Manuel Francisco Reina y firmado por él mismo en su adaptación al escenario, resulta emocionante y característicamente lorquiano.

En este ochenta aniversario de la trágica desaparición del poeta son muchos los escritores a los que los periódicos nos han pedido un textito que conmemore su vida, su obra o su muerte. Es innegable el influjo que la sensibilidad del autor ejerce sobre cuantos escribimos en español. El momento más pleno de mis años de formación fue una madrugada previa a un examen de mi tercer año de Filología. Era la una de la madrugada y avanzaba en la psicodélica lectura de Así que pasen cinco años cuando estallaron simultáneamente dos tormentas, una en el caluroso Madrid de comienzos del verano y otra dentro de mí, como si una sed intuitiva se abriera camino con un fogonazo de conocimiento. Junto a la ventana de mi dormitorio, por la que se colaban las ramas empapadas del árbol de enfrente, tuve la certeza de que, cuando el cerebro deja de comprender, hay que dejarse llevar por los sentidos. Dejé de luchar con la literalidad y supe que la clave para descifrar a Lorca era su salto desde el plano lógico al primitivo obviando el emocional.

Fue la suya una apuesta valiente; al fin y al cabo, es en el espacio de las emociones donde casi todos los artistas desarrollan su carrera. Lorca, como Picasso, no se molestó en explorarlas; en su lugar bucea en las intuiciones primigenias de eros y thanatos: el deseo y el miedo al acabamiento –que supondrá el fin del deseo-. Y en virtud de esa negación del recorrido intelectivo que hacemos todos desde el nacimiento hasta la edad adulta, Lorca reinventa el lenguaje y crea nuevos significados a través de analogías irreverentes, reales solo en los paisajes más yermos del ser.

La apuesta de Federico García Lorca por el teatro supuso la fusión de lenguaje y acción, la demostración de que para revelar las verdades más ocultas se requieren las palabras y los gestos más simples. Fue la suya una transformación audaz del papel en un universo perceptible a través de los sentidos, con esa “poesía que sale del libro y se hace humana (…) [que] habla y grita, llora y se desespera”[1].

Tras su estreno en el Carnegie Hall, habría esperado que Lorca, loco de amor se hubiera paseado triunfalmente este año por los teatros de España: como espectáculo proteico en el que se aúnan poesía, música, danza, interpretación y fotografía y que recoge a la vez el espíritu del Lorca más andaluz y más contemporáneo, es sin lugar a dudas el tributo idóneo para un artista que escribió, trabajó y vivió como él lo hizo en el apogeo y el ocaso de la modernidad. El guión de la obra es capaz de incardinar la poética lorquiana en la historia misma de una España dual, libre y lastrada por la intolerancia.

Ignoro cuáles son los motivos por los que el espectáculo no ha sido contratado masivamente en estos meses de conmemoraciones. La pacatería que ha dejado la “crisis” tras de sí en el mundo cultural se me antoja como uno de peso. Sea como fuere, sirvan estas líneas para felicitar al equipo de artistas que hace unos meses supieron celebrar a Lorca en Nueva York con una fiesta digna de su entusiasmo.

www.irenezoealameda.com

 

 

[1]

Entrevista en La Voz de Madrid (7 de abril, 1936).

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