Vicky Gastelo, cadencias de dulce derrota
Por: JB Rodríguez Aguilar
Vicky Gastelo es una artista santanderina de mucha carretera y largo recorrido ya, cuyo nombre, en cambio, resuena aún engañosamente por lo bajines. Su presencia sobre los escenarios, como esencia destilada en secreto, se hace a menudo de rogar. Transeúnte del escabroso mundillo musical desde hace casi dos décadas, ha sorteado en él las piedras y espinas que pueblan ese traicionero paisaje de zarzas. En 2002, lanzó su primer LP con la multinacional Sony, del que a ella no le gusta mucho hablar. Desde entonces, y siempre caminando por la cuneta del establishment musical, ha publicado tres discos en solitario –Ahórrate las flores (2007), En el fondo de los mares (2010) y Con el viento de cara (2014)–, todos ellos de producción independiente, y ha firmado canciones para artistas consagrados del panorama hispano (Marta Sánchez, Azúcar Moreno o Malú). El pasado 29 de julio, Vicky cumplió ante el público madrileño con un concierto acústico en la sala Galileo, en compañía del pianista Iñaki García.
La voz de Gastelo es la de una cantautora que no abandona nunca la primera persona. Sus canciones se articulan desde una melancólica poética del yo. Melodías que inciden una y otra vez en el desamor; letras que plantean ocasionales conjeturas, posibilidades o imposibilidades en el horizonte de los sentimientos –“¿Cómo será?”, “¿Cuántas veces?”–, si bien la mayor parte de las veces se asientan en el terreno de la tristeza y de la complacencia de una proclamada derrota sentimental –“Si tú piensas en mí”, “Si te lo tengo que explicar”–. Dolores, yerros y decepciones barruntados en la resaca del recuerdo. La suave estética del abandono, de las madrugadas solitarias, de los abrazos de hotel, de las despedidas a la francesa… Los amores truncados y recalentados que, a pesar todo, siguen abrasando la piel. Como el sol en altamar.
Pero en esa travesía de marejada hay lugar también para la brisa y para la caricia solar… Las de la propia artista desempeñándose en vivo. Sobre las tablas, Gastelo envuelve de comedida dulzura y sensibilidad todo ese mundo de aparente desolación personal. Es su despliegue como intérprete, su voz amiga, su mirada de tímida irresoluta, sus comentarios entre canción y canción, los que irradian esas agradecidas dosis de ternura. También cierto humor de fondo que se asoma en buena parte de sus chascarrillos. Así, en poco más de hora y media de periplo por una selección de sus tres últimos discos (con especial énfasis en Con el viento de cara), consigue rendir tanto a sus seguidores habituales como a los que se acercan a ella por primera vez. Al final, entre bises y vítores, abandona su guitarra y su escabel en el escenario y, micrófono en mano, como una speecher al uso, invade las mesas del público en un gesto muy a lo Edith Piaf.
En su concierto madrileño, la guitarra y voz de Gastelo hallan pródiga compañía en el piano de Iñaki García. Músico de larga y fructuosa trayectoria profesional en la que ha grabado, compuesto y arreglado temas para numerosas producciones musicales, su buen quehacer como pianista le granjeado el haber acompañado en directo a la élite del panorama musical español: Dani Martín, Luz Casal, Miguel Bosé, Raphael… Sin embargo, al maestro García le tienta de siempre el reto de acompañar a otros artistas de emergente talento y no tanta notoriedad comercial. Su piano, de raíz clásica en su formación, aunque con resonancias de otros muchos estilos adquiridos de forma autodidacta, aporta al conjunto del show una mullida y coloreada musicalidad. Solidez armónica aliñada con pinceladas de jazz. Y su compenetración con la cantante resulta, en todo momento, deliciosa.
Un lujo de actuación íntima, de la que fuimos testigos los asiduos y profanos de la Galileo, removidos en nuestras mesas de cervezas por la saudade moderna de Gastelo.