Mansfield Park
Por Owen L. Black.
Ser Fanny Price dentro del universo creado por Jane Austen (1775-1817) es quizás con seguridad, que te toque el peor premio de todos.
De toda su obra, Mansfield Park (1814) es casi siempre el menos recordado. Sus 600 páginas se alejan algo del mundo más armonioso de sus otros personajes femeninos. Y las mujeres en su mayoría que se acercan a su lectura salen decepcionadas porque Fanny no es la chica valiente y decidida, que lucha por hacerse un hueco en la opresora y correcta sociedad inglesa. Algo que al menos si intentan las otras, con mejor o peor suerte.
Pero Fanny no está hecha para ganar, sino para quedarse con lo que la vida le ofrece. Es lo que le han enseñado. Ser agradecida, correcta y sumisa a todas aquellas personas que se han preocupado por ella en su corta vida.
La historia de Mansfield Park, es la narración de un lugar perfecto, todo ocurre como debe ser. Sus propietarios, los Bertram son gente respetable y tienen cuatro hijos muy bien educados, al menos, cara al exterior. En un momento de altruismo deciden hacerse cargo de uno de los numerosos hijos de la señora Price, hermana de Lady Bertram y cuyo matrimonio no fue tan acertado como ella creía.
Así llega Fanny al lugar que supondrá sus penas y sus alegrías al mismo tiempo. Educada junto a sus primas María y Julia. Pronto descubre que pese a la buena obra de sus tíos, estos están lejos de apreciarla por igual y le enseñan desde su llegada que es sobre todo y ante todo, inferior al resto de habitantes de la casa.
No llega a ser una criada, no es el cuento de la Cenicienta, pero es innegable que no es tratada igual que el resto.
Aunque ella, lejos de albergar rencor, asume y admite su rol con total abnegación. Los desplantes y la falta de juicio moral que van mostrando sus primos con el paso del tiempo, incluso su idolatrado Edmund, van enseñando al lector una sociedad perfecta en apariencia, pero cuyas costuras se marcaban notablemente en las distancias cortas.
Personajes como la histriónica y siempre dispuesta a meterse en todo, tía Norris que martiriza a Fanny día sí y día también, en lo que actualmente sería considerado un maltrato psicológico en toda regla. Le sirven a Austen para mostrarnos la parte menos cándida de su universo femenino.
Todo salta por los aires tras la ausencia del padre y la llegada de los hermanos Crawford, que vienen de Londres, con mucho mundo y no pocas ambiciones. La supuesta gran educación recibida por los hijos Bertram, se resquebraja al primer choque con la realidad social. Y solo Fanny desde su apartado lugar es capaz de ver la cara B que ninguno quiere mostrar.
Todas sus decisiones, los arrastran a un final muy maniqueista y precipitado, hacia lo que cada uno merece según su comportamiento. Pero que quizás al lector le chirríe en algunos de sus puntos.
Sin duda un libro agridulce y quizás por ello más recomendable. Sigue siendo el mismo mundo doméstico y la misma sociedad acomodada de sus otras obras. Pero aquí se muestra más descontenta y ambigua que otras veces.
No está claro dónde está el bien y el mal. Hasta qué punto es la sociedad, la educación o sus propios caracteres los que arrastran a estos personajes a cometer sus pecados. Incluso la inmaculada Fanny tiene sus propias miserias hacia las páginas finales cuando regresa a su casa y rechaza de pleno a una familia inferior a la que ya no siente pertenecer, a la vez de que muere de celos por no conseguir que su Edmund vea más allá de la venda que firmemente se ha atado.
En resumen, un libro contradictorio, con muchas lecturas y opiniones diversas. El menos romántico, el más imperfecto en su ambigüedad y quizás por eso merece la penar leerlo para ver que Jane Austen, era mucho más que una escritora de novelas románticas, como tan a menudo se nos muestra actualmente.
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