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El ojo oye, Paul Claudel

El ojo oye CUBIERTAEL OJO OYE

Paul Claudel: hábito de la distancia

Por José de María Romero Barea

 

“El ojo en Holanda no encuentra a su alrededor uno de esos marcos acabados en el interior de los que cada cual organiza su recuerdo y su ensueño”. Al igual que el autor británico G. K. Chesterton, al que en cierto modo se asemeja, el poeta Paul Claudel combina la visión progresista con la reaccionaria. La oportuna reedición de su libro de ensayos El ojo oye (1946. Editorial Vaso Roto, Umbrales, 2016) constituye no solo una revisión radical, de largo alcance, de las convenciones de la cultura oriental y occidental, sino una relectura de la prosa ensayística al uso.

Nacido en Villeneuve-sur-Fère en 1868, el escritor francés sigue simbolizando la relación entre la brillantez poética y la provocación constante, deliberada. Considerado el mayor poeta católico de la literatura francesa, su poesía, a la vez devota y rabiosamente erótica, fue y sigue siendo muy leída. Sus obras de teatro, consideradas por muchos durante mucho tiempo irrepresentables, se han llevado a escena no pocas veces, aplaudidas por un público entusiasta.

Tomando como modelo las principales obras de la pintura, la música y la arquitectura mundial, El ojo prescinde de las convenciones formales, reemplazándolas por un pensamiento “libre de un objeto que se imponga brutalmente a su mirada”. El resultado, una serie de ensayos de longitud irregular, donde se usa y abusa del ritmo y las imágenes, “menos de interés por la circunstancia inmediata que por simpatía hacia los elementos, un ojo que el hábito de la distancia ha vuelto rápido y preciso”.

La revolución claudeliana es más interior que exterior. “La pulpa de esta carne viviente y respirante”, sostiene refiriéndose a los desnudos de Tiziano, “criatura inmortal en quien la misma sabiduría divina declara que ha encontrado sus delicias”. Las imágenes de su mundo implosionan a medida que entrecruzan artistas y escuelas. “Toda gran obra de arte, como los logros de la misma naturaleza, obedece a una necesidad intrínseca de la que el artista tiene la impresión más o menos clara”. El lector queda “marcado para siempre”, se transforma en “un texto, algo dotado de un recurso o título perpetuo de existencia”.

En El ojo, Claudel es ante todo un poeta que mira a una imagen, “la expresión material de una relación a través de una distancia, el medio permanente de una comunicación y la invitación, hacia una meta o en una dirección, a un paso”, justo lo contrario de los historiadores del arte profesionales: donde estos se desplazan a través de archivos de miles de pinturas para identificar al autor de una imagen, fijar la fecha y la iconografía, Claudel, asistido apenas por su imaginación poética, traduce sus sensaciones en un lenguaje de gran riqueza evocadora, que la traducción del escritor Juan Ramón Ortega reproduce.

“El papel blanco es el campo donde el poeta concienzudo, surco a surco, línea a línea (…) persigue con una pluma afilada el progreso de su pensamiento vermicular”. Claudel demuestra en El ojo que el arte y la poesía son uno, y que, para apreciar una obra de arte, para descubrir toda su riqueza, hay que admirarla con el alma de un poeta. Murió en 1955, a los 86 años. En Francia, su trabajo sigue siendo objeto de debate. En España sigue siendo desconocido. Que esta reedición de Vaso Roto obligue a una reevaluación de nuestros prejuicios y nos permita experimentar, de primera mano, el trabajo de un poeta imprescindible.

 

2 thoughts on “El ojo oye, Paul Claudel

  • Pingback: “El ojo oye” de Paul Claudel, en Revista Culturamas | romerobarea

  • De el libro La telaraña china… .

    El libro trata sobre una noticia de un encuentro, con un cadáver, y durante posterior disección, de trama urgente, y policíaca, y escrito por Lee tse.

    El último momento, que le instó pensar… fue el momento, de la gran explosión, y el coche te, que echo chispas. El momento, de la GRAN VICTORIA.
    El momento, de la gran luz.

    Esta última, noticia hizo que Gardner se precipitada por la barandilla, y se tirar por la borda. Fin. .

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