Lita Cabellut, arte racial a raudales
Por María J. Pérez
“I am more than a painter, I am a storyteller”
Es así como se define Lita Cabellut, artista española que aprendió a pintar antes de leer y escribir y que confiesa abiertamente que su arte reside en contar historias, en “retratar almas”. De enorme proyección internacional y sin embargo una desconocida en su país de origen -probablemente por el hecho de fijar su residencia en Holanda hace más de cuatro décadas-, es aplaudida y encumbrada por los grandes críticos de arte y ha mostrado su talento desde los años 80 en todas las galerías más importantes del mundo. Nueva York, Ámsterdam, Hong Kong, Londres, París o Dubái, también Madrid y Barcelona, dan fe de su destreza que será nuevamente presentada en España el año que viene cuando la Fundación de Antoni Vila Casas de Barcelona exponga sus pinturas.
Actualmente solo son tres los artistas españoles contemporáneos que han logrado entrar en la lista de los más cotizados del mundo, como la que elabora Artprice –analistas de la base de datos más precisa en el mercado de las subastas públicas-, una clara referencia del virtuosismo del ya fallecido Juan Muñoz, de Miquel Barceló y de Lita Cabellut.
Su obra en perfecta sintonía con su vida
Su bagaje personal entra en perfecta sintonía con su trabajo. Y es que su obra habla de su vida, en connivencia con la dureza que reflejan las facciones de sus retratos tan característicos. No hay resquebrajamiento posible en sus intenciones respecto al lienzo. Su inspiración, sin duda, proviene de sus vivencias, de su testimonio particular. Y con todo, da solidez a lo que realiza en un afán por manifestar los posos del infortunio y la orfandad. Y a pesar de esta certeza, demuestra una gran fuerza y riqueza interior que quizás venga del azar –ese que, según la autora, representa un papel primordial en el destino de cada uno- y que le llevó a ser abandonada por su madre, prostituta de los arrabales de Barcelona, apenas hubo cumplido los tres meses y, recogida por su abuela, ser la calle su cobijo.
Y ese empeño por reflejar la verdad y ambigüedad de la existencia, es lo que vio posiblemente en el Museo del Prado, donde descubrió cuál sería el rumbo de su vida, gracias a la visita que realizó a los 13 años junto a su familia de adopción, con el fin de exhibirlo al mundo a través del escenario propicio para extrapolar el dolor y el sufrimiento entreverados en sus fotorretratos expresionistas. Figuras que describe Cabellut con cariño, “acariciar con ternura la fealdad para convertirla en terciopelo”, aduce la artista con una filosofía vitalista que nada tiene que ver con los vestigios del pasado.
Influencias de maestros como Rembrandt, Rubens, El Bosco, Goya, Velázquez, contemporáneos también como Tápies, Francis Bacon o Lucian Freud y también la humanidad inunda sus empastes, donde el dramatismo de las heridas emocionales dejan paso al despertar en las conciencias en toda su dimensión.
De mirada franca y cercana, esta mujer de raza gitana, confiesa que nunca se ha sentido discriminada “Ser gitana me ha dado fuerza y creo que he heredado el duende”, a la vez que muestra su preocupación por la situación del pueblo gitano en el mundo. Así, inauguró el Primer Museo Gitano del arte de Berlín en 2011, con una serie de ocho cuadros cuyo protagonista fue Camarón de la Isla, además de haber recibido el Premio de Cultura Gitana 8 de abril de 2011, en la categoría de pintura y artes plásticas, que entrega el Instituto de Cultura Gitana.
Técnica y expresión
Al igual que el kintsugi, una antigua técnica japonesa para reparar objetos de cerámica con la resina del árbol de la laca y con polvo de oro -así como una forma de embellecimiento de los objetos que los convierte en verdaderas obras de arte-, el lenguaje pictórico de Cabellut está cargado de fragilidad en un pincel que ilustra y transmite la pulsión de la piel, y habla de la condición humana, del albur de cada uno. Lejos de limitarse a personificar la angustia del ser humano, sus escenas crudas y veraces dejan paso a una concienzuda disciplina muy presente en todo su desarrollo artístico.
Utiliza un discurso propio donde su originalidad reside en la técnica que, como la artista recalca, “es única”, con una factura donde el efecto craquelado metaforiza esas marcas internas que todos llevamos, al igual que las grietas de la porcelana cuando se reparan siguen percibiéndose. Un dolor que se filtra en sus cuadros a través de los surcos de unos personajes que exhuman la delicadeza e imperfección carnal y enfrentan esa realidad sombría en la que la belleza presenta su lado más oscuro: el estigma de la fatalidad. Entre 12 y 15 capas le lleva solo la preparación del fondo del lienzo, sobre el que al concepto le sucede el boceto y a éste el modelo, en una producción de gran formato que delata afecto por todo lo que pincela la brocha de la pintora.
Sus personajes
Su empatía por los olvidados de la sociedad, a veces auténticos despojos, presentes en toda su creación, se aprecia en sus lienzos en un ejercicio de introspección. “Solamente puedo pintar lo que conozco, lo que entiendo. Un artista siempre está haciendo un retrato de sí mismo”, argumenta Lita. Y de esa manera, materia y forma crean un diálogo de trazos sórdidos, henchidos de soledad y desprovistos de romanticismo, pero de una belleza que no riñe con el contexto más abrumador.
Personajes muy diversos, aparecen en sus sabias combinaciones, celebridades como Kafka, Camarón, Chaplin, la madre Teresa de Calcuta, Truman Capote, Frida Kahlo, Coco Chanel, Freud o desconocidos entre los que destacan prostitutas, geishas, enfermos mentales y vagabundos. Todos están representados con el mismo énfasis en recalcar algo en común: la esencia. Y es esta la que los presenta como únicos a base de tonalidades absolutamente contrastadas -claroscuros que muestran una dualidad sombría-, en una composición en perfecto equilibrio que no deja indiferente al observador. “La tragedia puede ser construcción- recalca en una de sus entrevistas- mira sino el ejemplo de Frida que salió adelante con la columna rota y su alma siguió intacta”.
Y con esa actitud, Cabellut confiesa que la pintura es su vida, “es como respirar o sonreír”, una vida de aflicción y esplendor como caras de una misma moneda.
Pingback: Bitacoras.com
MUY INTERESANTE
Un gran articulo.
Esperemos no tener que esperar los 150 años de Ramon Casas para reconocer a uno de nuestros mayores exponentes de la pintura con una exposición en condiciones.
Bienvenida la organizada por la fundación Vila Casas para el año que viene.
Acudiremos a verla antes de tener que cruzar cualquier frontera.
V.C.