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La vida secreta de algunos gigantes literarios

«Vida secreta de grandes escritores» cuenta entretelones de destacados autores.

Defectos, fobias y debilidades de Poe, Shakespeare y Hemingway, entre otros.

El libro «Vida secreta de grandes escritores» sumerge al lector en mitos y entretelones de figuras de la literatura como Shakespeare, Byron, Carson McCullers, Jean Paul Sartre y Ernest Hemingway, con datos o literalmente chismes para animar cualquier conversación afín a la cultura. «Este libro le informará de todos los defectos, fobias y debilidades que probablemente no conocía cuando descubrió la existencia de estos gigantes literarios y espero que sea un aliciente para leer o volver a leer sus obras», escribe Roberto Schnakeberg en el prólogo.

Con una atractiva diagramación e ilustraciones de Mario Zucca, el libro recién publicado por editorial Océano realiza una selección caprichosa de figuras de distintas épocas y nacionalidades.

Para comenzar William Shakespeare, hijo de un fabricante de guantes que se hizo conocido al escribir una serie de obras de teatro aunque todavía hoy se discute si realmente fue el autor de sus obras.

Lord Byron es descrito como el Casanova de su época: «se dice que en Venecia se acostó con doscientas cincuenta mujeres en un sólo año». Entre su larga lista de amantes figuran lady Caroline Lamb y Anne Isabella Milbanke (convertida en lady Byron en 1815).

Un año después, su mujer lo puso de patitas en la calle y Byron viajó a Suiza con su médico John Polidori, donde conoció al poeta Percy Shelley y su prometida, Mary Godwin. El grupo se entretuvo en imaginar historias monstruosas y Mary escribió «Frankenstein».

«No soy profundo pero sí muy ancho», comentó Honoré de Balzac en cierta ocasión, famoso por su apetito pantagruélico, su excéntrica forma de vestir y su grosería. Cosechaba material para sus novelas asistiendo a fiestas, donde una simple conversación era suficiente para una nueva entrega de «La comedia humana».

Edgar Allan Poe fue el padre de la ficción macabra, «un escritor cuyos espeluznantes relatos y etéreos poemas despejaron el camino para H. P. Lovecraft y Stephen King. Le asustaba la oscuridad y una vez confesó: «Creo que los demonios aprovechan la noche para engañar a los incautos. Aunque, desde luego, yo no creo en ellos». Estaba muy orgulloso de «El cuervo», dijo que era el mejor poema escrito nunca (la modestia no era su fuerte).

Sin embargo, esa obra apenas le dio dinero por su desconocimiento de los derechos de autor, ya que la publicó en el periódico «The New York Evening Mirror» y cualquiera podía reimprimirla sin pagarle un centavo.

«De las tres novelistas de los Bronté, Emily era la más atractiva. Medía un metro setenta, lo que la convertía en una mujer bastante alta para la época. Su encantadora figura y bello rostro irradiaban un aire de misterio que fascinaba a los hombres. Su hermana Anne también era guapa y Charlotte… bueno, apenas medía un metro cincuenta, parecía un pajarito (…)», recupera Schnakeberg en el libro.

Tolstoi nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura. En 1901, cuando la distinción se concedió por primera vez, figuraba entre los favoritos, pero el galardón recayó en el oscuro poeta francés Sully Prudhomme. Uno de los jueces mencionó su «intolerante hostilidad hacia toda forma de civilización», pero no fue el único: «Henrik Ibsen y Emile Zola también fueron ninguneados».

«¿Tan retraída era Emily Dickinson? –pregunta el compilador en otro pasaje de este volumen–. Lo era hasta el punto de que no solía visitar a nadie; si veía a un extraño acercarse a su casa, salía corriendo.

«¿Qué tienen en común Oscar Wilde y Ernest Hemingway? –continúa Schnakeberg–. No demasiado, aparte del travestismo. Ambos pasaron parte de su infancia vistiendo ropa de niña por deseo de sus madres. Lady Jane Wilde era una poetisa excéntrica a la que le gustaba lucir trajes estrafalarios a juego con tocados adornados con joyas y plumas».

Y añade que en cierta ocasión Jack London aseguró: «‘Cuando tenía compañía siempre estaba dispuesto a beber; cuando no había nadie, bebía solo’. En un universo literario repleto de borrachos, Poe, Jack Kerouac y Dylan Thomas, entre otros, el autor de clásicos relatos de aventuras, como ‘Colmillo blanco y ‘La llamada de la selva’ probablemente fuera el más ebrio de todos».

Por otra parte, cuenta que Virginia Woolf adoraba a los animales. «De pequeña tuvo una ardilla, un tití y un ratón llamado Jacobi. Como si no hubiera suficientes bestias en casa, le gustaba poner nombres de animales a las personas de su entorno. Eligió Delfín para su hermana Vanessa, quien la llamaba Cabra. Resulta apropiado que el primer ensayo que publicó fuera una necrológica del perro de la familia».

Leyendo este libro, el lector también puede enterarse que «durante años Hemingway explicó que el FBI lo seguía. Muchos pensaron que se trataba de otra de sus descabelladas ideas, pero tenía razón. Documentos publicados después de su muerte revelan que los federales vigilaron sus actividades desde la Segunda Guerra Mundial hasta sus últimos días».

Y aunque sea difícil de creer, Ian Fleming, el creador de James Bond, fue un seguidor de Carson McCullers. El autor de novelas de espionaje estaba tan fascinado con «Reflejos en un ojo dorado», que llamó Goldeneye a su mansión jamaicana, consigna Schnakeberg.

Mientras que Jean-Paul Sartre, decidido como él mismo dijo a «estrujarse los sesos de la cabeza y liberar su imaginación, tomó mezcalina y experimentó extrañas alucinaciones durante casi un año», consigna este compendio de datos curiosos y escandaletes del mundillo literario que tiene muchas más anécdotas para entretener al lector.

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