Un médico se pierde en “El pabellón número 6”, de Antón Chéjov
Por Horacio Otheguy Riveira
La singular poética de Antón Chéjov se sumerge en una narración de 44 páginas que aquí navegan en una representación escénica en la que se ha escogido una parte esencial de la narración: un médico se pierde en “El pabellón número 6” de un hospital de finales del siglo XIX en busca de la inteligencia, de un interlocutor inteligente con el que departir sobre lo humano y lo divino en un mundo mediocre y una sociedad tan represiva que acaba considerando a los dos igualmente peligrosos. Una obra maestra de la literatura se convierte en una pieza teatral de eficaz atmósfera y diálogos envolventes.
En el patio del hospital hay un pequeño pabellón circundado de cardos, hortigas y cáñamo silvestre. Tiene el tejado mohoso, la chimenea semiderrengada, los escalones del porche carcomidos y cubiertos de abrojos; y del revoque no quedan sino huellas. Su fachada principal da al hospital, y la posterior, al campo, del que la separa una valla gris, llena de clavos. Los clavos en cuestión están colocados punta arriba; y la valla y el propio pabellón presentan ese aspecto tan peculiar, triste y abandonado que sólo se encuentra en Rusia en los edificios de hospitales y cárceles.
Así comienza el texto original que Alex Rojo adaptó al teatro sintetizando uno de los caminos posibles: el de la disyuntiva filosófico-psicológica de un médico (como lo era Chéjov) a cargo de un hospital de enfermos mentales, saturado de la ignorancia imperante de sus colegas, bebedor de vodka para adentrarse en el inquietante “paraíso” del pensamiento: pensar para evolucionar, contrastar criterios, opiniones, sentimientos para avanzar en el desarrollo de la especie humana. Una aventura de pensamientos y emociones muy peligrosa a finales del siglo XIX en que fue escrita la obra. Entonces se padecía el rigor de la dictadura feudal del zarismo en Rusia, y hoy en el siglo XXI sufrimos el cruel retroceso de las democracias capitalistas. En medio hubo revoluciones imprescindibles al comienzo y despóticas después. La vida continúa en su círculo terrible y fantástico donde los seres humanos se aferran a la vida, y cuando no hay hambre de por medio intentan comprender y cambiar lo que esté a su alcance.
En las afueras de una apartada ciudad de provincias se encuentra el hospital que dirige el doctor Andrei Efimich Ranguin, un hombre de familia acomodada, incómodo en su propia piel impoluta y sin conflictos aparentes. Un perfil que irá incrementando su inadaptación una vez que conoce —en el pabellón número 6 para enfermos mentales— a un paciente singular: el exmaestro Ivan Dmitrich Gromov, víctima de manía persecutoria que se encuentra recluido junto al judío Moseika, un viejo sombrerero con permiso para salir a la calle y mendigar.
El médico admira la inteligencia del “prisionero” a tal punto que él mismo se encamina hacia la desolación de un buscador de gente con la que poder conversar, discutir, intercambiar angustias y preguntas. Pero ha de enfrentarse a una realidad social que desconoce, sumamente peligrosa.
Iñaki Bordegaray lleva todo el peso de la función en el papel del médico: su voz, su manera de moverse como si temiera mancharse constantemente en un ámbito sucio y miserable, emocionan con la elegante distancia del gran melodrama de Chejov. Un estilo que el adaptador del relato, Alex Rojo, ha sabido consolidar con diálogos de contenido dramatismo y ritmo preciso. Rojo también interpreta con eficacia al desesperado paciente, víctima de unos tremendos dolores de cabeza. Se mueve en el Pabellón como un animal enjaulado, hambriento, compartiendo trozos de pan con el compañero con libertad de movimiento (Alberto Romero): un personaje mudo muy significativo, mientras el médico observa, vive, admira y padece:
Estoy dedicado a una labor perjudicial y me dan mi sueldo personas a
quienes engaño. No soy honrado. Pero por mí mismo no represento nada:
soy únicamente una partícula de un mal social inevitable: todos los
funcionarios comarcales son dañinos y cobran sin hacer nada… de donde se
deduce que no soy yo sino el tiempo, el culpable de mi deshonestidad… si
hubiera nacido doscientos años después sería otra cosa distinta...
Una función muy bien dirigida por Mariana Kmaid Levy, con especial cuidado a la atmósfera de época. Una muy interesante representación que rinde tributo a un gran texto en el que se desglosan conflictos médicos y filosóficos de una sociedad muy represiva. Es un teatro desnudo, minimalista, con una síntesis importante para abordar una parte de los muchos asuntos que el relato original plantea. Sostiene con interés personajes y situaciones e invita a leer el cuento para completar el viaje: una buena fusión, un entrañable romance entre el teatro y la literatura.
Adaptación teatral de la novela breve homónima de Antón Chéjov
Intérpretes: Iñaki Bordegaray, Alex Rojo, Alberto Romero
Dirección: Mariana Kmaid Levy
Música y efectos sonoros: Alex Rojo, Carlos Mendoza
Espacio escénico: Alberto Romero
Vestuario: Alberto Romero
Diseño: Mariana Kmaid Levy
Producción: Aidos teatro
Teatro El umbral de primavera: todos los viernes de julio a las 20,30 horas.
SALA NUEVE NORTE DURANTE LOS DOMINGOS DE NOVIEMBRE 2016.