Manuel Jabois: “No hablo de conclusiones porque no es mi trabajo”
Nos vemos en esta vida o en la otra
Manuel Jabois
Planeta
Por Telmo Avalle (@telmoavalle)
Manuel Jabois (Sanxenxo, 1979) empezó a interesarse por la historia de Gabriel Montoya –el único menor involucrado en los atentados del 11 de marzo y primer condenado- en febrero de 2014. Su interés no fue correspondido hasta la primavera del año siguiente, cuando el joven le propuso hablar delante de una grabadora.
Entonces vinieron los encuentros, las llamadas de teléfono, las horas de escucha sin juzgar. Jabois atesoró el relato de esas conversaciones y lo escribió sin formarse una opinión en ‘Nos vemos en esta vida o en la otra’ (Planeta). Parece sencillo, pero no lo es. Tras estas mismas líneas se van quedando disimuladas valoraciones. Pero Jabois lo hizo. Escribió con afecto a la historia del joven Gabriel, que transcurría entre menudeos y sin nada que hacer, y se olvidó de la moraleja. Ni adjetivos ni juicios, porque si lo primero mata lo segundo ensaña.
‘Nos vemos en esta vida o en la otra’ es un texto aséptico y desprovisto de adjetivos, un ejercicio de periodismo puro en el que te limitas a ver, escuchar y plasmar.
Sí, es un reportaje muy básico. No es un reportaje de investigación porque no hay ningún trabajo de campo. Es un reportaje hecho a partir de unas conversaciones que mantuve con los implicados del 11-M, concretamente el menor, el primer condenado por los atentados. En esas conversaciones él me cuenta su vida y yo escucho, escribo, contrasto en lo que puedo, sobre todo cuando se trata de acciones especialmente relevantes, y narro. Sobre todo narro. Narro una crónica que puede llegar a funcionar conforme se va acercando el 11 de marzo como una bomba de relojería, porque vas viendo cómo esos acontecimientos de repente se vuelven inevitables y se acerca la hora del terror. La hora de la desgracia. Entonces, efectivamente, yo leo, escucho, observo y con todos los detalles y la información disponible (habida y publicada) y nueva que me proporciona construyo un relato. Construyo una crónica. Sobre todo a nivel personal desde su perspectiva y punto de vista.
Al comienzo explicas que las circunstancias del personaje no tienen por qué ser un condicionante. Eso rompe con la idea de que la procedencia social determina el carácter delincuente de una persona.
Evidentemente no soy un experto ni un estudioso de eso, pero me baso en pruebas, en que tenga antecedentes y en hechos. Y los hechos demuestran que no tienes por qué nacer en un entorno humilde para convertirte en terrorista, en colaborador de terroristas o en delincuente común, incluso. Puede haber condicionantes y circunstancias que efectivamente ayuden, pero los hechos demuestran que no es así ni tratándose del terrorismo islamista ni del etarra, por hablar del más familiar, ni por hablar de crímenes en serie o cualquier tipo de delincuente que pueda haber. Estoy convencido de que no es así. Uno puede pertenecer a una familia adinerada y terminar liderando Al Qaeda, como la familia millonaria de Bin Laden, y uno puede nacer en un extracto humilde y dedicarse a estudiar y a sacarse adelante, ya sea a través de la universidad o a través de cualquier curro. Es decir, llevando una vida honesta en la que no tengas que hacer ningún daño a los demás.
En este sentido quien descarrila a Gabriel Montoya es Emilio, el que digamos es el malo de la película y que proviene de una familia más acomodada.
Sí, por eso te digo que no tiene mucho que ver. Por ejemplo, sí que tiene que ver, o por lo menos eso se trasluce en el texto, la impresión que causa en el Gabriel de 15 años cuando lo conoce. Él tiene una especie de fascinación hacia Emilio, hacia un tío que conoce a todo le mundo, que controla todo. Es respetado y temido y en ciertos ambientes, donde Gabriel se mueve de forma tangencial. Supongo que eso supone para un adolescente una imagen de atracción y en cierto modo también una invitación para el chico adolescente deslumbrado por su nuevo amigo. Sobre todo que ese nuevo amigo lo llame todos los días y se conviertan en inseparables. Yo creo que ahí sí puede haber más condicionantes que el hecho de que la familia de Gabriel esté rota o desestructurada.
Al igual que tú escribes y plasmas, Gabriel escucha y actúa sin pensar en las consecuencias de lo que está provocando. Empieza con el menudeo de drogas y termina cargando dinamita.
Él no piensa en las consecuencias de sus actos, lo cual a ciertas edades y con ciertas compañías es terrible, porque si no piensas en las consecuencias de tus actos y tampoco los evalúas una vez cometidos, ni los analizas ni estudias y en cierto modo los expías, lo que resulta de ahí es una actitud peligrosa para la sociedad. No tienes conciencia de culpa. De esto también habla un poco el libro. Yo narro hechos, acciones que tienen consecuencias y sin embargo no parece haber tampoco un gran proceso de expiación en torno a ellos.
¿Ni siquiera ahora?
Él ahora es más consciente, lo que pasa es que es sincero y lo ve con una forma diferente a los 16 años. Pero asegura que si volviese atrás entonces pues probablemente le hubiese dado igual que la dinamita fuese para reventar los trenes. Lo cual confirma que si no tienes conciencia de lo que estás haciendo ni te importan las consecuencias de tus actos te da igual que estés bajando CDs pirata o dinamita para reventar joyerías o lugares con gente dentro. Esa es la consecuencia de no tener un cierto complejo de culpa.
Escribir es vaciarse. ¿Te sentiste así después de quitar todos los adjetivos que pudieron humedecer el libro?
Me siento desvinculado. Muy desvinculado. Yo soy periodista y escribo de muchísimo temas. He escrito reportajes sobre muchísimos asuntos y estoy acostumbrado a que tengan una caducidad muy temprana. Y también estoy acostumbrado a documentarme de forma muy explosiva, en el sentido de en pocos días y de forma muy intensa para tenerlo todo muy fresco, de vaciarme en el texto como tú dices. Vaciarme en el trabajo y después olvidarlo. Hay páginas que escribo que ya no recuerdo, y columnas.
¿Cómo cuáles?
El otro día me estaban hablando de un jugador del Barcelona que había llegado en el año 81, que había provocado cierta polémica y terminó yéndose. A mí sonaba y dije ‘no sé si he escrito de eso’, y el chico con el que estaba hablando me puso el enlace a mi artículo. Fue en 2014 y yo recordaba vagamente haber escrito eso cuando en el momento en que lo escribí conocía perfectamente el tema, podía hablar con conocimiento de causa. Me había documentado y es un artículo decente de columna deportiva, no es un reportaje. En fin, pues un año y medio después recordaba vagamente haberlo escrito.
Quiero decir con esto que no soy experto en nada y tengo que hacerme experto periodístico, como todos los periodistas. Documentarte para escribir de algo con conocimiento de causa. Cuando lo escribo normalmente tiendo a que me ocurra como en los exámenes: mirarlo todo el último día de forma que el conocimiento te da para aprobar el examen, pero no te da para convertirte en ingeniero ni en abogado. Entonces yo no soy experto en el 11-M. Cuando escribí este libro era un experto en la vida de este chico, que tiene relación con el atentado; me informé por tanto sobre la trama, pero me vacié de tal forma que ya estoy con otra historia, con otro tema. Funciono muy al día.
¿No te da cargo de conciencia?
No, ¿por qué? Yo aquí cuento la historia y la historia está escrita. Lo que no hago es quemar el libro. Esto lo he escrito y quedará, y espero que duro mucho y que se descatalogue muy tarde. Y que si se descataloga alguien pueda tener acceso a él. Mi trabajo es ése y no hacer un seguimiento de lo que he escrito. No tengo esa pasión y esa ambición, ese click de obsesión sobre ciertos asuntos como para decir quiero seguir con esto y saber qué pasa. Evidentemente tengo interés, tengo el teléfono de él y si le pasa algo lo sé. Voy a estar pendiente de mi historia, no de él en cuanto a ser humano porque no somos amigos. Somos un entrevistador y un entrevistado, y cuando entrevistas a alguien, por mucha información que te dé, no estás pendiente de cómo le va la vida. Yo he hecho un trabajo y si a partir de aquí mañana me llama y me dice “oye, esto no te lo he contado”, y me saca un montón de papeles del 11-M, pues evidentemente le presto atención. Pero el modo en que te refieres no tengo mayor interés de continuar este libro. Tengo que estar pensando en el próximo trabajo.
¿Has hablado con él del libro?
No, pero porque no la ha leído todavía.
¿Se lo has hecho llegar?
Todavía no. Cuando escribimos de alguien no le dejamos verlo hasta que está escrito, pero no tuve nunca la tentación de estar escribiendo y enviárselo porque normalmente lo que hace es decir que no quiere que salga esto o aquello. Si el protagonista está retocando continuamente entonces es absurdo.
No respondes a los por qué de la historia, pero al margen del libro tienes que hacerte preguntas y sacar conclusiones, ¿no?
Yo no hablo de conclusiones porque no es mi trabajo. Mi trabajo es contar una historia, no es un trabajo de investigación ni un ensayo sobre el mal, ni sobre la colaboración de españoles en un atentado terrorista. Cuento una historia. Es una crónica periodística muy básica, simple y llana. Se lee, creo, de una forma muy ágil precisamente porque yo no estoy en ese libro. Y como no aparezco para contar el working progress ni el making-of, no recojo ni mis impresiones ni mis pensamientos. Ni siquiera mi texto subjetivo ni desde luego mi prosa habitual, que puede ser un poco más irónica y distanciada, queda dentro. Es difícil hacer promoción de este libro en el sentido de que fuera de él tengo poco que decir para no estropearlo. Esto cuenta lo que cuenta y hay compañeros tuyos que me preguntan por la teoría de la conspiración que rodea al 11-M. Pues bueno, en este libro se cuenta el punto de vista de una persona que estuvo bastante involucrada e implicada y nunca tuvo conocimiento de ningún otro terrorista que no fuesen estos que fueron a por la dinamita. Salgo de ese jardín porque es lo que sé.
A lo lejos aparece el odio, pero aunque es una historia del 11-M no ahondas en el suceso.
Esa es una de las razones por las que decidí no escribir lo que ocurrió el 11 de marzo en Madrid y preferí escribir lo que ocurrió el 11 de marzo en Avilés, con Emilio llamando al telefonillo de Gabriel y con los dos yéndose a tomar un café con la televisión encendida emitiendo los atentados. Es precisamente porque las víctimas están presentes de arriba abajo. Este libro no se entiende sin que hubiese 191 muertos y todo lo que se cuenta aquí está dirigido a los atentados terroristas más importantes de la historia de España. Desde el saludo de uno y otro hasta las conversaciones. Todo cobra un sentido, si lo tiene, en el hecho de que detrás de cada acción de estos chicos está el horror de los atentados y están los 191 muerto y el inspector fallecido en Leganés.
¿Entonces Gabriel es intrascendente en la obra?
Es trascendental en el sentido en que él estuvo en la noche de autos, que es la noche en la que se provisionan los terroristas y él los conduce. Pero si no hubiera estado Gabriel cualquier otra persona hubiese hecho su trabajo; al igual que si no hubiese estado Emilio tendrían que haber conseguido la dinamita en otro lado. Ya no sé si el atentado saldría como salió, ni las fechas ni nada de eso. En eso sí que es una pieza más fundamental. Pero él fue testigo y colaborador fundamental, tanto bajando una mochila llena de explosivos como haciendo de chofer la noche en la que los terroristas cargaron el coche de explosivos.
Tengo que preguntarte por el accidente de Angrois.
Lo ví y hablé en la SER sobre eso. Yo creo que una comisión de investigación nunca de está de más. No es gasto, y no me refiero a lo económico, sino a querer conocer un poco más de un suceso. Sobre todo cuando han muerto 81 personas y no tiene por qué haber ningún impedimento. Si las victimas quieren y la sociedad en cierto modo reclama conocer absolutamente todos los detalles y considera que todavía quedan flecos por saberse y por averiguar, con eso no deberían negarla. El gobierno en funciones ya votó en contra y lo evitó. Es una comisión de investigación, no el pasillo judicial de nadie, y se está reclamando simplemente seguir investigando un poco más. Es un accidente de tren en el que hay factores que tuvieron que ver no solo por el despiste o por el error humano que pudo haber tenido el maquinista, sino que también pudo haber errores relacionados con Alvia, con el diseño de la vía, el dispositivo de frenado… Hay apartados técnicos que por la memoria de las víctimas merecen esclarecerse de una vez por todas. De forma primera para depurar responsabilidades y de forma segunda para que no se vuelva a repetir nunca.
¿Vas a ahondar en el tema?
Pues no lo sé. Tengo cierta relación con el accidente. He escrito sobre él y he hablado con familiares de las victimas y ha fallecido gente conocida. No amiga pero sí involucrada con mi entorno, y eso siempre te chocaba de alguna manera. La verdad es que no lo sé porque no tengo ni idea. Normalmente cuando una historia aparece, si es una historia larga se produce una serie de razones. Pocas veces tengo una determinación, como tampoco la tuve al escribir esto. Estaba en otra cosa y de repente volvió después de haber insistido. Si encuentro un ángulo adecuado, una información relevante o creo que la historia no se ha contado de una forma que a mí me gustaría leer claro que es posible que escriba sobre la gente de Angrois.
Volviendo al libro, centras la historia en Avilés, que está relativamente cerca de tu hogar. Siempre has dicho que las mejores historias las sacabas de Galicia.
No sé, creo que cualquier lugar tiene su historia. Seguro que en cualquiera de las habitaciones de este hotel -De las Letras- se está desarrollando una trama novelesca o cinematrográfica. Estoy absolutamente convencido. Yo soy muy observador y me fijo en por qué esa persona está esperando y qué está esperando o por qué se ha ido de repente con esta chica… Las historias están en cualquier parte. Evidentemente, claro, son historias privadas y normalmente blindadas para cualquier periodistas. Pero no creo que Galicia tenga ninguna característica especial como para producir grandes historias. Es verdad que hay una mitología, que es una tierra de leyendas muy fértiles y que a muchos de nosotros nos han educado con cuentos a la luz de la hoguera, que entonces era la forma de entretenimiento. Pero esto pasa en Galicia y en cualquier parte.
En lo que sí me ha influido Galicia es en la forma de contar, en la forma de utilizar el humor. Yo me noto influenciado por los autores que he leído, desde Cunqueiro hasta Camba, y por una retranca heredada de mis abuelos. En fin, esta forma de ver las cosas sí puede tener cierto rasgo gallego.
¿Por qué el título del libro?
Es la frase que dice el Chino a Gabriel cuando se despide. Hay varias versiones, la otra es nos veremos en el cielo o en la tierra. Y es una frase sintomática porque se la dice a los dos, a Emilio y a Gabriel, cuando se despide de ellos con el coche cargado de dinamita, lo cual deja un poco en evidencia la versión de que no sabes para qué es la dinamita.
¿Y sobre la frase que abre el libro?
Es una frase de un colega que además cito mal, porque es ‘No eran los pájaros los que volaban, sino el mundo, que caía’ y yo escribí cielo. Tiene que ver con el mundo de la apariencia, con que a veces pensamos que están volando los pájaros cuando realmente se está cayendo el mundo y que a veces pensamos que hay cierta gente que se dedica a lo que se dedica. Esto es lo que ha pasado también relacionado con la policía, que no le das mucha importancia, cuando realmente lo que está cayendo detrás es el mundo. Y en el territorio de los atentados terroristas, no sólo aquí sino en muchos sitios, de lo que se han valido es de su capacidad de mimetizarse en la sociedad. Emilio dice una frase que es también bastante sintomática, y es que él distingue cualquier delincuente a distancia por sus muchos años en la cárcel pero que jamás había aprendido a identificar un terrorista islámico, una persona que está dispuesta a hacerse matar para matar a más gente. Y de eso se han valido los colaboradores de los terroristas.