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Préstamos y extranjerismos

Por César Alen.

LibrosvisofEn los últimos tiempos se observa  una desmedida utilización de extranjerismos, de préstamos lingüísticos en el lenguaje publicitario, así como en el ámbito de los negocios y finanzas. La publicidad se sirve del lenguaje para llegar a su potenciales receptores. Resulte paradójico el empleo de extranjerismos, de palabras desconocidas para hacerse entender. Lo cual nos hace pensar que detrás del lenguaje hay una didáctica subliminal. No es cuestión de que se entienda la lengua, sino que en el hecho de utilizar un determinado idioma (inglés casi siempre), por sí mismo es sinónimo de calidad, sofisticación o exclusividad. De este modo acabaremos por pensar que nuestro idioma carece de prestigio, que no se considera a la altura del inglés o el francés. ¿ Quiere esto decir que ese mismo producto publicitado con eslóganes en español no se valoraría de la misma manera? El simple hecho de que en España no haya una ley de traducción de la publicidad es vejatorio para nuestra lengua. Además de incomprensible y absurdo.

Lo curioso de todo esto es que la sociedad ha aceptado estos préstamos y los ha asumido con normalidad, con complicidad incluso. Y ese vocabulario superfluo se usa también en registros coloquiales y populares. La mayor parte de las veces con un afán de notoriedad, distinción y exclusividad. Eso corrobora mi pensamiento de que la publicidad no es inocente, sino una poderosa herramienta para crear opinión. En este sentido están más vigentes que nunca las ideas que expuso Ortega en su famosa conferencia De la vieja y nueva política, en donde, entre otras cosas decía: “La mayoría de las opiniones y pensamientos son los tópicos recibidos, las fórmulas de uso mostrenco que flotan en el aire público”.

Por supuesto que todos los idiomas se han enriquecido a lo largo de la historia con aportaciones léxicas procedentes de otras lenguas. Ya el lingüista Manuel Seco hablaba de “ léxico heredado y el léxico adquirido”. El primero hace referencia al fondo amplio de palabras que formaban parte del Latín de Hispania cuando la península era provincia romana, el segundo es el conjunto de elementos que se fue incorporando a ese léxico primitivo, que proceden de otras lenguas con las que España mantuvo relaciones de tipo comercial. Pero su utilización debe responder a nuevas necesidades expresivas y no sustituir a las que tiene el propio idioma.

Este abuso de extranjerismos está estrechamente relacionado con la credibilidad, con el prestigio de la lengua, con la valoración intrínseca de nuestra cultura. Los creativos consideran que ciertos adjetivos, que ciertos eslóganes publicitarios son más atractivos, más convincentes en inglés. Tanto anglicismo, tanto galicismo supera cualquier lógica, cualquier previsión y rompe las reglas elementales del uso  de una lengua.  Los préstamos superfluos no tienen sentido, son lo que Manuel Seco denominaba “préstamo semántico o calco”, dentro de los préstamos diatópicos, en el que se agrega un contenido nuevo, de origen foráneo, a una forma ya existente en una lengua. En todo caso obedecen a estrategias comerciales y publicitarias. Este abuso deja en evidencia a nuestro idioma, que parece quedar relegado a un segundo plano. En esta estrategia subyace un componente cultural, de supremacía. Alguien ha decidido que el español no es lo suficientemente sofisticado para ciertos usos. Las connotaciones de estos préstamos son, a mi parecer, falsas e injustas . Da la impresión de que el solo hecho de usar estos vocablos importados da un plus de calidad, de prestigio. Esto no es una cuestión patriótica, sino de simple conocimiento lingüístico (como decía el mismo Manuel Seco).

La estupidez televisiva es la plataforma perfecta para que la poderosa industria publicitaria imponga el pensamiento único, es decir, el consumo. Fieles servidores del  capitalismo más salvaje. Con este colaboracionismo disfrazado de arte, se cumplen al milímetro los mandatos del sistema. Pero hablando estrictamente de lingüística, no tiene sentido que prostituyan de esta manera la lengua, porque  la lengua representa la culminación de una cultura, el máximo exponente del pensamiento. Pensar y hablar van o deberían ir unidos, porque una es consecuencia de la otra. Hay una estrecha relación lengua/pensamiento (los griegos unían en una sola expresión logos “decir y pensar”. Por eso la pauta de pensamiento no la pueden marcar los ideólogos de las grandes corporaciones, por muy bien que lo adornen, sino los sectores más cultos, científicos, escritores, catedráticos, filósofos, para que el pensamiento se enriquezca, para que la sociedad se haga eco del poder del poder del lenguaje.

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