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Todos queremos algo (2016), de Richard Linklater

 

Por Jordi Campeny.

todos-queremos-algo-cartel-richard-linklaterEn sus películas más célebres, el director americano Richard Linklater compuso cápsulas temporales en la que se nos mostraba, sin aspavientos, la vida. Nos ofreció una especie de ventana a los años perdidos, irrecuperables y más decisivos: los períodos de formación. Su célebre trilogía Antes del amanecer y la monumental Boyhood eran fragmentos de realidad anodina, sin picos dramáticos, sin argumentos convencionales; films bellísimos en los que, aparentemente, no pasaba nada pero que ponían de relieve que, en la vida, mientras no pasa nada, es cuando va pasando todo.

Y, de nuevo, prestando mucha atención a los viejos compases de su íntimo reloj biológico, Linklater nos presenta su nueva no historia en tiempos de crecimiento personal: la divertida, fresca, lúdica, lúbrica y profundamente melancólica Todos queremos algo, secuela espiritual de su mítica Dazed and confused (1993).

En Todos queremos algo se nos muestran los tres días previos al inicio de la universidad de Jake –álter ego de Linklater– y su testosterónico grupo de nuevos compañeros del equipo de béisbol. Ambientada en los inicios de los años ochenta, el grupo de jóvenes parece seguir una máxima: divertirse, beber y follar todo cuanto puedan antes de entregarse a las acechantes obligaciones de la edad adulta. En la pantalla discurren un sinfín de momentos hilarantes, festivos, lúdicos, aparentemente triviales. Justo por debajo de sus imágenes subyace el runrún agridulce de la nostalgia. Nostalgia por un tiempo de esplendor en la hierba que irremediablemente se les irá; se nos va. Que ya se nos fue.

A la vez comedia juvenil y retrato generacional, la película ofrece una luminosa mirada al universo –casi– tribal de un grupo de chicos universitarios y arranca sonrisas y carcajadas cómplices a los espectadores, puesto que, aunque centrada en un lugar (Norteamérica) y un tiempo (tres días de agosto de 1980) concretos, el film consigue, rasgo típicamente linklateriano, trascender su ámbito y convertir sus temáticas en universales.

todos queremos algo2Tras Boyhood (2014), obra mayor, cabía la posibilidad –y el temor– de que Linklater agravara su tono y empezara a tomarse demasiado en serio a sí mismo. En el primer compás de esta nueva sinfonía juvenil se disipa cualquier atisbo de duda: Todos queremos algo es una invitación a la fiesta y a los tiempos más luminosos y efervescentes de cada uno de nosotros. Y en medio del goce y la frivolidad se nos van ofreciendo pinceladas de temas de más hondo calado: la necesidad de inclusión o pertenencia, combinada, a su vez, con la búsqueda de la autoafirmación; la posibilidad de labrarse un futuro de éxito, la importancia del sexo, del deporte, la posibilidad de amar, la de escoger los caminos correctos que no te despeñen por el desfiladero…El imperativo de vivir, en definitiva.

La película, sutilmente incisiva, autoparódica y deliciosa, se contempla con una –casi– perpetua sonrisa en los labios. En su condición de cápsula temporal consigue entretener, divertir y evadirte del mundo, pero, a su vez, Linklater mantiene estratégicamente pulsada en todo momento la tecla de la nostalgia; y ello se hace evidente tanto en los detalles ínfimos –unos vaqueros ajustados, una máquina de marcianitos, un bigote, unas luces de neón, un tema musical ochentero, un colega que se va– como en su habitual, finísimo oído para los diálogos.

Cabe una mención para el elenco protagonista, quienes, aunque se nos presenten dibujados con pocos trazos, acaban resultando concisos y eficaces. Divertidos y tiernos. Este grupo de gañanes, rebosantes de hormonas y de juventud, consiguen, de la mano de un director sobrado de talento y sensibilidad y sin que abandonemos la sonrisa ni la sensación de levedad en ningún momento, trasladarnos a nuestro propio paraíso perdido.

 

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