Juana de la Vega o la escultora de su fama
Por Beatriz Cobo
Gracias a ese don que tiene Juan Pastor para descubrirnos obras y sacarlas, como por arte de magia, de un joyero de textos preciosos que parecieran estar esperando a ser elegidos para convertirse en el nuevo ‘gusto teatral’ de su sala, late en Guindalera Fuga Mundi, la historia de una imaginera religiosa perseguida por la Inquisición y encerrada en un convento por haber tallado una Virgen inspirada en el rostro de una hereje, con el edicto de expulsión de los moriscos de la España de 1609 hilando la trama.
En un momento en que la mayoría de los textos teatrales contemporáneos que llegan a estrenarse suelen tratar insistentemente sobre la crisis, la actual situación político-económica, la precariedad laboral…; cuando empieza a cansar ver propuestas experimentales a menudo carentes de sentido y comprensibilidad —a veces con el único fin de posicionarse en el candelero del moderneo mediático—, lo novedoso es que haya quien, como Mar Gómez Glez, joven autora madrileña premiada por esta pieza con el Beckett en 2007, escriba una historia ambientada en el siglo XVII, con un desarrollo narrativo clásico, y se lance a adoptar los temas, formas y convenciones propios de nuestro teatro barroco, orbitando la acción principal en torno al símbolo de la mujer velada.
De acuerdo en que un teatro comprometido con la sociedad en la que nace debe hablar de los asuntos que le atañen, pero hay otras maneras de hacerlo; en este caso, llevar la ficción al siglo de Oro para tratar temas que nos resultan cercanos se revela original y sorprendente. Y no falta precisamente la mirada contemporánea en la propuesta: el actual drama de los refugiados está implícito de modo sutil en toda la función. Y hay una historia de amor entre mujeres que enlaza vivamente con esta época en que sigue siendo necesario celebrar unas fiestas del orgullo gay para reivindicar que hay otras formas de querer. Además, los baches con los que se encontraban las mujeres profesionales en el Siglo de Oro de nuestras artes conectan directamente con las dificultades de hoy…
La protagonista, Juana de la Vega (interpretada por María Pastor con impetuosidad, desgarro y una agradecida ironía), es una vehemente escultora a la que protegen la marquesa de Santa Cruz (María Álvarez, grotesca y cómica servidora del poder) y la hermana sor Paula (Chusa Barbero, precisa y absolutamente creíble), antigua amiga y responsable del convento en el que la artista deberá redimir su pecado esculpiendo una figura mariana pura (la Virgen del Velo), y con quien se va adivinando un vínculo más que fraterno.
Habituada a ver el mundo a través de sus manos, Juana necesita tocar, fundirse con la materia que talla, mirarse a sí misma de dentro afuera a través de su modelo en una suerte de comunión mística; la sospecha de la piel desnuda bajo la túnica dotan al personaje de un erotismo arrebatador. Y sí: amor lésbico intramuros, entre santos, rezos y velos monjiles, pero tratado sin irreverencia, con la naturalidad equilibrada de quien no puede sino aceptar la certeza de sus pasiones.
Otros interesantes conflictos se van desgranando según avanza la acción: el servilismo que impone el mecenazgo, la dependencia económica de los artistas frente a la autenticidad y libertad creativas, la amistad traicionada, lo ridículo del fanatismo de las creencias, la ocultación de la identidad para asegurar la supervivencia. Clara, la enigmática novicia que ayuda a Juana en el taller (a la que Anaïs Bleda dota de una tierna ingenuidad), acabará descubriéndonos el secreto de la relación de la artista con su obra:
Yo no soy yo, soy mi imagen.
Resulta evidente la influencia de Santa Teresa de Jesús (especialidad con la que Mar Gómez Glez se doctoró), tanto en la poética, como en la configuración de los personajes y los temas, así como de sor Juana Inés de la Cruz.
Recientemente se publicaba en prensa que sólo el 23% de las obras teatrales que se representan en España están escritas por mujeres. Este estreno mundial de Guindalera viene a romper las estadísticas, apostando por un montaje integrado por un equipo de mujeres entregadas, en el que destaca la pasión desbordante de cuatro actrices privilegiadas que se vuelcan en cuatro personajes femeninos con cuerpo, hondura, y calado, cada cual con una función dramática perfectamente definida.
Hay buen ritmo y limpieza en la puesta en escena. Juan Pastor vuelve a acertar con un tratamiento de época sin ambages dentro de una estilizada sencillez. El afán por cuidar las texturas en los detalles y elementos formales aún se podría depurar más. El aparentemente simple recurso de la cortina, que ora tapa, insinúa, o desvela, contribuye a crear suspense y genera imágenes fantasmales que funcionan muy bien. Las voces en off con referencias cervantinas, son oportunas guindas en este año de efeméride. En concreto, la divertida escena de equívocos con la marquesa como víctima creyendo oír ecos masculinos (una representación de El Retablo de las Maravillas colándose por las rendijas del convento) no puede estar mejor traída.
El gran poder de evocación del texto, su tono poético, la energía vibrante que trasluce, y la indudable teatralidad, confortarán a los amantes de las buenas historias. Hermosa e intimista función que dan ganas de volver a ver y que presumiblemente seguirá creciendo y brille más así que rueden los días.
Fuga Mundi: huyan del mundo y fúguense a verla, antes de que la Guindalera, después de años de resistencia, cierre definitivamente como sala de exhibición el próximo 17 de julio, según anunciaba estos días con tristeza —pero también con honesto orgullo— su promotor, Juan Pastor (El adiós al Teatro Guindalera).
Texto: Mar Gómez Glez
Dirección: Juan Pastor
Ayudante de dirección: Carmen Vélez
Intérpretes: María Pastor, Chusa Barbero, María Álvarez, Anaïs Bleda
Iluminación: Sergio Balsera
Espacio sonoro: Marisa Moro y José Buysan
Escultura: Martín-Munuera
Fotografías: Susana Martín y Eva París
Teatro Guindalera. Jueves a domingos hasta el 17 de julio de 2016
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