‘Nunca la nada fue tanto’, de Javier Nart
Nunca la nada fue tanto
Javier Nart
Península
Barcelona, 2016
512 páginas
“Muchas veces me han preguntado ¿por qué lo hiciste?, ¿por qué te involucraste en conflictos, en luchas, en guerras ajenas donde pudiste ser herido, mutilado o muerto? Y respondo y me respondo que cuanto hice jamás lo sentí como distinto ni distante, sino como propio”, explica Javier Nart en su libro “Nunca la nada fue tanto” que acaba de publicar Ediciones Península.
“Y, sin alardes neorrománticos, mantengo que es un deber material, no sólo moral, el restar un resto de injusticia, de dolor, de miseria. Que la vida sin libertad y sin justicia, o sin pugnar por ellas, se convierte en tránsito inútil. Y que siempre merece la pena haber conseguido, o intentado, mejorar lo que encontramos en nuestro camino”
Javier Nart (Laredo, 1947) pudo morir en una emboscada de Daesh en Irak, cuando visitaba una de las zonas petrolíferas del país que acababan de perder los yihadistas. A los veinte, hacía de «picapleitos» en Barcelona de lunes a viernes, y de reportero de guerra los fines de semana en Líbano, Yemen o Chad.
En aquella época, confiesa que Líbano era relativamente fácil de acceder. Con un vuelo Barcelona-Roma-Beirut y ya en Beirut donde estaban los palestinos le esperaban para llevarle al frente. En ocasiones llevaba el expediente judicial del lunes para repasarlo por la noche entre tiro y tiro. Como el de Javier de la Rosa, en el que era quien destapó el entramado. Lo estudió en el desierto, por la noche bajo la tremenda luminosidad de la luna llena.
Era el único español de las agencias Sygma, Gamma, así que la consideración profesional era muy alta. El objetivo de Nart era explicar lo que pasaba desde el punto de vista de las guerrillas.
En este libro, Nunca la nada fue tanto, se ha introducido lo que corresponde a su papel como corresponsal de guerra. La coherencia con que afronta los conflictos del mundo moderno está tamizada por la experiencia personal y la educación occidental, teniendo en cuenta todo el bagaje cultural que Europa
Con frecuencia se mostraba en contra de la posición de las guerrillas, lo cual ni le favorecía ni le perjudicaba. Tuvo incluso el valor de preguntar por el gran genocidio de Camboya al número dos de los jemeres rojos. Pero considera que las guerrillas no terminan de ser una alternativa: “los atajos te llevan al precipicio. Y algunas luchas son necesarias y justas. Por ejemplo, contra la oligarquía de Somoza la única alternativa era la lucha armada. Este es un medio lícito cuando no queda ningún otro, y esto lo decía Santo Tomás de Aquino. Lo digo porque, al contrario de lo que muchos piensan, esto no es de Karl Marx o Piotr Kropotkin; desembarazarse del tiranicidio como forma legítima de una sociedad sometida a la barbarie. Lo terrible es que las guerrillas, cuando son instituciones militarizadas, tienden a militarizar el poder, lo patrimonializan y no lo sueltan jamás”, dice, sin morderse la lengua. “En un primer momento era bueno luchar, pero ahora hay que educar para evitar que se cometa un error”.
Con todo, sus reportajes e intervenciones le llevan a coleccionar cuatro condenas de muerte, una en Guinea con Macías Nguema, dos en Chad, con Maloum y Habré, y otra por Nicaragua con Somoza. Además, sólo podía pisar aquellos países donde estaba condenado a muerte, cuando iba con la guerrilla.
Herido en Nicaragua en plena revolución sandinista y dado de alta en Beirut. Reportero en Camboya, el primero que entró con los jemeres rojos. Allanador del no tan inexpugnable búnker de Macías en Guinea Ecuatorial. Expedicionario en el Darfur sudanés durante el genocidio. Condenado a muerte en Chad, donde coaligó a la guerrilla y al ejército que juntos derrotaron y humillaron a Gadafi. Testigo de la lucha contra el Estado Islámico en Irak y Libia, donde pudo comprobar in situ que las potencias occidentales permitían que los terroristas islamistas mantuvieran operativas sus vías de suministro…
Javier Nart ha sido muchas cosas a lo largo de su vida. Abogado, escritor, corresponsal de guerra en múltiples escenarios bélicos; fotógrafo… y ahora político con fecha de caducidad. En este libro recuerda algunos de esos conflictos y los convierte en una suerte de autobiografía, fragmentaria y anárquica, pero auténtica. La de quien odiando la guerra la encontró, y buscando la paz se dio de bruces con la aventura.