Antonio Lucas: «La poesía lo que te genera es una apreciación del presente más completa»
Por Telmo Avalle (@telmoavalle)
Es temprano, aunque puede que no tanto. Lo justo para comprobar que la calle –esta que sirve de andén de espera- presenta unas señales de madrugón que no se esfuerza en disimular. Cuando llega, el Antonio Lucas (Madrid, 1975) de 40 años no repara en que detrás lleva al poeta de veinte que quiso ser y fue.
Al principio, cuando Lucas tenía veinte años, todo estaba por estrenar. Entonces la vida se trataba de empezar una rebeldía íntima con larga melena de apache. Se trataba de construir un espacio a solas con las piedras de las palabras. Hoy es mirar, con el privilegio de la paciencia, a los acontecimientos que suceden en el siglo del ahora.
No llega uno a los 40 años como poeta sin sorprenderse de su traza de superviviente ni sin comprobar que el suelo ha quedado lleno de imágenes desalojadas del verso. Y aunque ambos siempre han pervivido en el hemisferio de la poesía, con el tiempo el casi adolescente que escribió el solemne “así de extraño, así de solo” ha sido aleccionado por el hombre que después de reflexionar durante veinte años responde: “y ya nunca se hará tarde. Y nunca más tan solo como ahora”.
Media vida después, el Lucas adulto vuelve a encontrarse con el Lucas niño –en- ‘Fuera de sitio’ (Visor, 2016), que es donde siempre supieron estar.
Fuera de sitio. Veinte años de poesía. ¿Qué tomaría el Antonio Lucas de cuarenta años del Antonio Lucas de veinte?
Pues probablemente la ingenuidad. La ingenuidad y ese ímpetu que uno tenía a los veinte años, donde todo estaba por estrenar. Todo era nuevo. Todo era inédito. Eso sería principalmente lo que yo me llevaría de aquel chaval de veinte años. Espero conservar alguna pequeña pestaña de todo eso pero como aquellos tiempos no creo que lo vuelva a vivir. Tampoco soy muy nostálgico; no me seduce demasiado echar la vista atrás ni caigo en nostalgias puntuales.
¿El tiempo le ha imprimido a tus poemas la pátina que necesitaban o les ha provocado estrías?
Depende de los poemas. Hay poemas que yo creo que más o menos, dentro de sus pequeñas inocencias, mantienen el tipo y la compostura, y otros que inevitablemente pertenecen a momentos muy puntuales de mi vida y mi biografía. Esos probablemente son los más ajados; los que se nota que tienen más polvo encima. Cuando Chus Visor me propuso hacer la antología a mí me parecía un poco pronto todavía. Pero bueno, al final era un regalo poderlo hacer con Visor y era bobo decir que no. Cuando lo miré todo de principio a fin – yo no me había acercado a los tres primeros libros desde que salieron hace 2, 10 y 15 años- sí que sentí, aunque pueda parecer petulante, una cierta coherencia. Es decir, un camino que más o menos con sus aciertos y sus fracasos ha mantenido una aguja mirando al norte. El norte ya no digo que sea el mejor ni el más acertado, pero sí que tenía cierta coherencia, que era lo que más me importaba: que no hubiese saltos.
Esa aguja comienza señalando un camino muy intimista que, más tarde, terminará abriéndose. Tu obra poética tiene dos etapas muy definidas.
Eso se nota ya más avanzado. Los primeros libros son más exhibicionistas. Muchos de los chavales que empiezan en la poesía tienen el afán de contarlo todo a la primera, de hacer un descargo de saberes que no se tienen o que no se han metabolizado bien. Son más impetuosos. Es a partir de ‘Los mundos contrarios’, el cuarto libro, y sobre todo de ‘Los desengaños’, el quinto, donde sí se nota más que hay una cierta apertura a lo colectivo. Se pasa de esa intimidad, que es muy candente y está muy vivida, a una voluntad de comunicación más intensa con el otro.
Esa habitación personal viene antes incluso de tu primer libro.
¿Ah, sí?
Aquí el entrevistador tiene la fatal idea de poner sobre la mesa un ejemplar de ‘Versos adolescentes’, el poemario que autoeditaron Antonio Lucas y otros dos amigos de la adolescencia. “¡Hostias! ¿Pero dónde habéis conseguido esto? No me imaginaba que alguien fuera a sacarme esto algún día”. Pese a hacerle tomar conciencia del paso inexorable del tiempo, la sorpresa parece agradarle.
Continuemos. Esa perspectiva intimista se consagraba en “así de extraño, así de solo”, los versos que cierran tu primer poemario.
¿Así se cierra ‘Antes del mundo’? ¡Qué bárbaro! No me acordaba. Sí, es verdad. Eso conecta con un poema de ‘Los Desengaños’, que es el de los 37 años y que dice (lo busca): “y nunca más tan sólo como ahora’. ¡Qué sentido de la soledad!. Curioso cómo se conectan las cosas.
No hablas del amor hasta el cuarto libro.
Hay poemas de amor pero están más cifrados. Hay poemas de amor aquí en ‘Antes del mundo’ que además van dedicados a la que era mi primera novia, Almudena, que nos reímos mucho. Y este sí es un poema de amor largo, pero está quizás más velado. Pero de lo que se habla en ‘Los Desengaños’ es de desamor por una ruptura que fue muy brutal. No porque fuese ruidosa ni nada estrambótico, sino porque fue muy lamentable emocionalmente. Y el amor es un territorio en el que siempre he estado muy instalado: en la reflexión sobre el amor, sobre la pérdida del amor, en qué quilates tiene reales y cuántos le ponemos nosotros de fantasía o de imaginación o de estímulo.
El amor es el motor principal de la literatura y la forma en la que tiene uno que vivirlo. Lo interesante cuando lees un poema de amor, por ejemplo ‘Barcarola’ de Neruda -que parece uno de los mejores poemas de amor en español del siglo XX-, es cómo alguien te habla del amor desde esa parte inédita que uno siente pero no sabía verbalizar o palpar realmente. Se habla prácticamente de lo mismo desde hace más de dos mil años pero el gran hallazgo es cuando encuentras a alguien que te dice eso mismo que tú sospechabas con palabras muy nuevas, con esa calentura que tiene el lenguaje para hacer de lo que existe algo a estrenar. Eso es muy interesante. Cosa que no pasa en la política.
¿Contienes el vuelo de los poemas?
Es un proceso natural y a la vez con un punto de voluntad. Los primeros poemas, como te decía antes, son muy pirotécnicos y uno ponía un despliegue de presuntas virtudes, la de generar imágenes muy locas en un momento dado, y que el poema tuviese su intensidad más que por que dijese algo exacto porque en aquella especie de catálogo generase sensaciones y turbaciones. Ya más adelante el propio tiempo te va exigiendo que vayas macerando, alquitarando, es decir, que una imagen tenga un sentido concreto, que no sea simplemente el descargo de un golpe de fortuna imaginativa. Los poemas se van ordenando íntimamente con una vocación más serena, pero porque mi vida va siendo más serena. Descartas muchas ideas y te descarta a ti cierta energía. Hay un proceso de ahondamiento que tiene más que ver con tu necesidad de centrarte cada vez en menos cosas. Creo que ese proceso no está muy pensado, pero sí está provocado a veces. Es interesante que un poeta vaya despojándose poco a poco, que la poesía se haga compartida por la emoción que la envuelve más que por el estallido.
¿Y qué envuelve tu poesía de ahora?
En los poemas nuevos, tres inéditos que están al final de la obra y que forman parte de un libro que estoy trabajando muy lentamente porque me come demasiado tiempo el trabajo, hay una necesidad muy espeleológica sobre uno mismo. Uno está curiosamente a los cuarenta reconociéndose, y yo estoy en ese momento de reconocerme, de volverme a examinar hacia mí mismo. Me gusta esa idea de que el poema es una forma de conocimiento, de que la literatura es un espejo muy colectivo y plural que tiene mucho de plaza pública, pero no deja de ser ese espejo en el que al fin y al cabo uno va encontrando sus pequeñas coordenadas. Y me gusta, y al mismo tiempo me asombra y me inquieta, esa deriva a la que ha llegado mi poesía, que es la de cada vez hurgar más en mí; que eso no sea la tarea de un tipo que se contempla, sino esa compuerta del que quiere mezclarse más con los demás sabiendo cuál es su posición en el mundo, su espacio en la vida.
Debe ser ahí donde te influye la veta periodística, esa preocupación más social.
Sospecho que el periodismo, que siempre se ha mantenido en mi poesía a una prudente distancia, como debe de ser igual que la poesía se mantiene a la distancia higiénica, sí que ha ayudado en ese sentido; en tener conciencia del otro, conciencia del colectivo, conciencia de lo común. Y por tanto lo común implica lo plural. Y a lo mejor sí que el ejercicio del periodismo con el entusiasmo con el que yo lo vivo, que sigo manteniendo la misma ilusión que cuando empecé o incluso más, sí creo que ha podido servir a la poesía para abrirla; la ha hecho más de nosotros y la ha puesto más en un lugar donde todos podamos compartirlo. Probablemente en eso ha tenido que ver la profesión.
¿Y la poesía ha hecho contrapeso en el periodismo?
No sé si hace contrapeso. El periodismo me ha enseñado que la poesía en un momento dado tiene que vivir por cuenta ajena. Vive colgada de la biografía del que la escribe, pero ni un paso más allá. Si hace contrapeso lo hace sin que me dé cuenta. Sí sé que en el periódico, a pesar de que yo ejerza una forma de escritura muy literaria, no debiera caer –y a veces se me escapa- en lo pretendidamente poético. Me refiero a que caiga en lo estudiadamente literario pero sin perder el rigor del periodismo. Pero bueno, sí, me gusta que pueda hacer contrapeso, me parece una buena definición.
Reconoces que en tus poemas desembocan muchos autores. ¿Con quién patrullas?
Yo voy con muchos compañeros de viaje. A demás no los escondo y me gusta que sus lecturas estén ahí, que esté conmigo esa geografía artistas y de escritores. Si tuviera que nombrar un capitán de mi barco diría que es Rimbaud. Me gustaría naufragar mucho con él porque casi se ha convertido en un fetiche para mí y tiene esa condición de talismán. Me parece que es el poeta que mejor define lo que para mí es la poesía; esa condición tan alquímica, tan despeinada, tan generadora de algo nuevo y tan osada. Y luego su vida forma parte de algo tan incalculable, tan delirante, tan valiente; con ese instinto de libertad hasta el último momento posible que me parece un personaje que completa muy bien mis fantasías. Todo esto con la distancia absoluta. Pero en un barco ebrio me gustaría que lo pilotase Rimbaud y los demás son compañeros de viaje, que cada vez son más o menos pero se van consagrando.
Un polizón muy importante en esa nave sería Caballero Bonald.
Claro. Pepe Caballero Bonald para mí es una de las referencias de la poesía de los poetas vivos en español. Es un hombre que ha mantenido una extraordinaria coherencia literaria y que ha sabido bracear en dirección contraria. La poesía, es curiosamente un género más de juventud, y él a partir de los 70 años de repente coge un brío y un impulso que le convierte en un referente de una poesía que tiene ese caudal de protesta y de rebeldía que tiene todo gran poeta dentro. Da igual que sea hermético o más cercano, Pepe es un poeta barroco que sin embargo sabe contar el presente sin caer en el panfleto ni el inventario. Desde el ‘Manual de infractores’ se convierte en ese poeta joven que todos deberíamos haber sido en un momento dado tomando la poesía como una rebeldía. Yo además le debo mucho porque su actitud ante el mundo y las cosas me parecen el colmo de la coherencia y un gesto de elegancia.
La coherencia del poeta imagino que es no abandonar la rebeldía y no mirar nunca al pasado.
La rebeldía en un país como este es mantenerse, porque aquí la poesía tiene mucho prestigio pero pocos lectores. Y el poeta es alguien que siempre parece un personaje absorto o ajeno al momento, su rebeldía primera es reivindicarse como poeta, enclavijarse en su tiempo. Pero creo que sí, que la poesía tiene el consenso de la rebeldía y de la protesta en el aspa de su ADN y lo notas en la lectura de los poetas que te gustan. Todos tienen un punto de desacato. Este mundo no está muy acondicionado para la poesía, y sin embargo tiene su sitio y su voz en alto. Así que la poesía en sí misma ya tiene algo de anómalo en un mundo, en un presente donde lo pretendidamente poético está tan penalizado.
¿Acaso no debería ser este presente el caldo de cultivo idóneo para su resurgimiento?
Y lo es. El momento actual es muy propenso a ponerlo en duda, y no hay encrucijada mejor a la duda que la que genera la poesía. La poesía es un generador de preguntas y dudas. No ofrece tantas respuestas como cuestiones dispensa. Y es un momento muy idóneo, pero también el que vivimos hoy es un tiempo en el que la literatura cada vez importa menos, como la cultura. Tienen un sitio mejor y es un espacio más cimarrón, y si me permites la expresión más fugitivo. Pero hay gente que se mantiene en el ámbito del arte, y el que decide mantenerse ahí creo que es una persona mejor habilitada para afrontar este tiempo y estas inquietudes.
Últimamente se vienen produciendo nuevos tanteos en la poesía. ¿Cómo lo valoras?
¿Hablamos de toda la hornada de chicos y chicas que cantan? Pues me parece bien. No les sigo mucho pero sí atiendo a lo que me va llegando de ellos. Hay algunos que están bien y hay otros que probablemente están viviendo un momento de esplendor cuyo futuro no sé bien cuál será. A mí no me interesa mucho esa poesía que anda con la guitarra a cuestas cantando. Sobre todo la que te va contando un relatillo fácil más o menos cercano. Creo que la poesía debe ser más exigente y que tiene unos conductos más oscuros y una exigencia más elevada, aunque pueda sonar un tanto jerárquico. Me parece bien en el sentido que si algunos de esos poetas que luego avanzan un poco más – eso está por ver- probablemente sorprenderán, si continúan en la poesía y se quedan e investigan a ver qué hay más allá de esta poesía tan repentina, bien está. Lo que pasa es que dudo mucho que esa gente se quede. Sospecho que están viviendo su momento por edad, por geografía y entusiasmo, pero no sé hasta qué punto continuarán hacia delante. Todo lo que sea sumar gente me parece fantástico. Ese camino es uno más de los miles que hay, y los poetas que quedarán de aquí a treinta años serán los que se muevan en un registro propio y lejos de la manada.
¿Eso entra en relación con que la poesía no es un traje que se vista sino un espíritu que se habita?
Sí, la poesía más o menos es eso. Es un espíritu que se habita y sobre todo la forma que uno tiene de generarse el hábito y la vestimenta. Uno se viste y se afianza mejor con la poesía. Vestirla o desvestirla, eso que decía Juan Ramón, forma parte de la aventura y del juego, pero creo que la poesía te remata muy bien como individuo y como ciudadano. Te contornea, te perfila, y sobre todo te da mucha capacidad de reacción. La poesía no ensimisma, la poesía impulsa. Hay quien cree que el poeta es alguien que vive en un territorio paralelo a lo real y que genera mundos ajenos al que se vive. No, la poesía lo que te genera es una apreciación del presente más completa.
Te voy a pedir indulgencia pero acostumbro a dar muchos saltos y ahora toca volver al poemario y a su título, ‘Fuera de sitio’, un poema que dedicas a Arturo Pérez Reverte.
Ah, sí. Eso sospecho que habrá algunos a los que les alerte extrañamente. Vamos a ver, ‘Fuera de sitio’, por empezar desde el título, más que un extravío geográfico es un extravío emocional. Yo me he sentido y me siento muchas veces fuera de sitio por cosas que veo y no me gustan. Por situaciones en las que estoy y me desagradan. Por momentos que no entiendo y que soy incapaz de descifrar. Y, bueno, por un temperamento imagino que uno tiene, que es el estar siempre en ese lugar de frontera, en ese sitio un poco extraño. No hablo en lo social, hablo íntimamente. Y me parecía que ese poema que cierra ‘Los Desengaños’ tenía todo el condimento necesario para titular una poesía reunida que creo que se va a quedar ya de aquí para lo que pueda quedar con ese ‘Fuera de sitio’, que es donde empecé yo.
Empecé fuera de sitio en la poesía porque mis amigos, que hoy son grandes amigos, los que yo empecé a conocer a mis dieciocho años que eran poetas, estaban todos dentro de una órbita más o menos cercana. Todos venían de una poesía de carácter figurativo, impresionista o realista, y yo venía de una tradición que fui armándome solo. Tanteándola solo, que era la del surrealismo. La del romanticismo. La del simbolismo. Eso me situó en un lugar muy ajeno al resto de los amigos. Y con el tiempo ellos fueron derivando hacia otros territorios. Ahora estamos mucho más cercanos, por lo menos en la propuesta y en la apuesta de buscar. Y luego me parecía que la poesía mía tiene un punto de eso, de querer estar además fuera de sitio.
A la cita de Arturo: Arturo es un gran amigo. Uno tiene lealtad con los amigos y le importa muy poco lo que piensen de sus amigos los demás. Creo que si un amigo fuese a la cárcel, el primer gesto al ir a verlo al locutorio no sería preguntarle qué ha hecho, sino preguntarle cómo estás. Eso quiere decir que hay lealtad por el amigo. Luego deducirías si lo que ha hecho es correcto o no. Lo importante es que cuando alguien manifiesta amistad y lealtad uno acoge eso con la misma amistad y la misma lealtad que le han ofrendado. Arturo es una persona a la que yo quiero, a la que yo estimo. Sé que tiene batallones de seguidores muy furibundos y sé que tiene batallones de enemigos, igual de furibundos o más, pero por encima de cualquier ruido que un autor genera hay una emoción que es la de saber que esa persona forma parte de tu galaxia de afectos. Y como él otros tantos. Hay otros buenos amigos. Hay poemas dedicados a Pere Gimferrer, a Caballero Bonald, a Luis Antonio de Villena, a Jaime Siles, a Guillermo Carnero… Es decir, a gente que uno considera amigos y con los que tiene la deuda literaria, la deuda emocional, la deuda de aquellos que te han hecho entender mejor cuál el papel de la escritura.
A ti la deuda literaria te viene desde pequeño, ¿no? En tu casa se celebraban tertulias literarias.
Mi casa ha sido un sitio muy divertido durante muchísimos años. Por ahí ha pasado mucha gente. Yo entonces era un niño y no tenía conciencia de quiénes eran, pero he podido compartir noches en casa con Buero Vallejo, con Ángel González, con Claudio Rodríguez, con Francisco Brines, con Carlos Bousoño… Con una cantidad de gente que, de algún modo, ha ido conformando la biblioteca de mis padres que para mí fue el primer campo de juego. Y después a mí me han ido dando pequeñas reverberaciones que con el tiempo salen, que quedaron en el subconsciente de conversaciones cuando era un crío con ocho o nueve años y, aunque no entendía nada, me gustaba ver a esa gente tan estrafalaria en casa. Sospecho que gota a gota se ha ido haciendo el charco y que todo ello ha dejado en mí también una cierta forma de entender la literatura y de entender la relación con los escritores.
Era una compañía privilegiada, ¿no?
Sí, sí lo era. Hombre, el pasar la Nochebuena en casa de Dámaso Alonso era curioso. El compartir ratos de silencio, porque no hablaba mucho, con Gerardo Diego pues también era singular. Claro, todo eso uno lo vive ahora con más interés y con más gracia que el niño que lo estaba viviendo en streaming, porque el chaval que yo era pues no. Era gente mayor que pasaba por casa y cada uno tenía su pequeña singularidad, pero yo no sabía quiénes eran.
Todos ellos eran amigos de tu padre , que por cierto es quien diseña la portada del libro.
Sí, quería que fuera así porque respeto y admiro mucho el trabajo de mi padre. Él es pintor y siempre me he sentido muy cerca temperamentalmente de su pintura. Creo que además se podría establecer algún vaso comunicante entre su forma de entender el arte y mi forma de entender la literatura, y entre la forma que él tiene de plasmar sus obsesiones, sus demonios, y la que yo tengo de fijarlos también en la escritura. Creo que hay puntos paralelos y además me he criado con esa pintura. He aprendido mucho de pintura con él, pero también de arte yendo a museos y a exposiciones. Le debo muchas cosas de lo que ahora creo que sé de literatura, porque él tiene una vocación tan fuerte de lector como la tiene de artista plástico.
Eso tengo entendido, que podría haber sido un buen escritor.
Escribía poemas pero son muy malos. Tengo algunos de cuando él tenía dieciocho y treinta años, pero son un petardo extraordinario (risas).
Sé que por tu profesión tienes que asomarte de vez en cuando a las redes sociales, es obligado. Hay una tendencia que iniciaste en Twitter, supongo que para amenizar la tarea, y es ‘Ni un día sin poesía’.
Ah, sí. El hashtag aquél. Eso lo comencé porque Alberto Rojas, un compañero del periódico, se empeñó en que debía tener Twitter. Yo era reacio, no por ninguna preservación de ninguna pureza, sino porque sencillamente no me seducía demasiado el cacareo que me contaban que había en las redes sociales. Al final me hice un Twitter y como cuando me dio aquello no sabía muy bien qué hacer -además de meter la pata varias veces al principio como es lo normal y casi lo exigido- pues se me ocurrió que el ni un día sin poesía justificaba el que todos los días pudiese decir algo. No necesariamente ocurrente o ingenioso, que no me apetecía demasiado aunque lo he hecho.
Por otro lado me parecía que podía encontrar algún cómplice por el camino poniendo versos siempre de otros, nunca míos. Versos y lecturas que a mí me seducían o que recordaba o que tenía en ese momento. Todos los días leo poesías. Siempre. Entonces subrayaba y lo colgaba en las redes sociales. Eso al principio tenía su gracia, pero ahora cada vez lo voy abandonando más y cada vez me interesa menos el fenómeno Twitter. Creo que cada vez le interesa menos a la gente. Se ha convertido en un ámbito muy oscuro, en un territorio muy incivilizado. Hay una penalización muy fuerte en Twitter ante lo que esa masa de followers que nadie sabe muy bien quién es considera que es lo correcto o lo que no; unn instinto de tribu muy mal entendido y una vocación de manada muy extraña. Con Twitter sucederá como cuando la gente de la Movida que sigue viviendo, que ha sobrevivido a aquellos años de heroína, echa la vista atrás y piensa “¡hostias, cómo se nos fue la olla!”. Bueno, pues pienso que algún día miraremos hacia atrás a Twitter y diremos eso mismo.
Te lo decía porque solías dar el toque de diana con un poema. ¿Cuál es el momento más propicio para leer poesía, al despertar o al acostarse?
Creo que esto es como los 24 horas. Porque con la poesía muchas veces te tropiezas mientras hurgas en Internet buscando algo y de repente ese algo te remite a una página donde hay un poema y lo lees. Porque estás en el metro y el trayecto es largo y llevas el móvil y te apetece leer un poema concreto de un autor concreto. Porque estás en casa y buscando en la biblioteca cualquier cosa accidentalmente llegas a un libro de poemas, lo sacas, y lees un par de poemas o un par de versos. La poesía siempre está abierta. No hay una hora propicia. Decía Juan Ramón que la mejor hora era la del crepúsculo. Ésa es una de las gracias de la neurastenia juanramoniana. Yo creo que la poesía a cualquier hora es buena. Da igual la hora a la que sea; borracho a las cinco de la mañana con un colega que de repente se te ponga a recitar balbuciendo cualquier verso también vale. La mejor hora para la poesía es en la que tú tienes ganas de poesía, y eso puede suceder en cualquier momento. Hay que estar muy alerta.
¿Qué voces jóvenes de la poesía actual destacarías aquí?
Tú quieres gente joven, no quieres gente de mi promoción…
Hombre tú eres joven, por favor. Pero veinte años publicando ya te dan autoridad para pronunciarte.
Bueno sobre todo veinte años leyendo. Más que publicando, leyendo. Hay poetas que quiero mucho y que leo con enorme entusiasmo. Por cifrar a gente de mi promoción, te diría que desde Manuel Vilas, Carlos Pardo que es de mis mejores amigos, un hombre inteligentísimo; Maraino Peyrou, Pablo García Casado, Julieta Valero… Poetas más jóvenes como Alberto Guirao, por ejemplo, que me parece un poeta que lo hace muy bien; Berta García, que es una poeta estupenda; algunas cosas nuevas de Inés Sastre creo que tienen cierto interés. Hay enormes poetas por todos lados. Hay una promoción de poetas estupenda muy en activo y muy viva. Te he citado unos cuantos siempre sabiendo que me dejo algunos o bastantes en el tintero. Además lo más interesante es que cada uno tiene una tradición distinta, con lo cual hay un arco muy plural y muy abierto de distintas tradiciones que conviven, se fusionan, se bastardean, e intercambian referencias. Creo que la poesía que ahora mismo se hace, tanto los más jóvenes como la gente de mi promoción, y por supuesto lo que son mayores que nosotros, da sensación de una enorme amplitud. Algo que en otros tiempos no era tan habitual.
¿Y qué sensación te da la poesía que ha de venir? Antes comentábamos que la poesía cada vez ocupa un lugar más fugitivo.
No sabría contestar muy bien a cómo será la poesía que ha de venir. Por los nombres que te he dado creo que hay un campo de trabajo estupendo y un campo de posibilidades; que hay una calentura muy prometedora y muy afianzada en algunos de ellos. No sé por dónde disparará. La poesía no debe progresar porque el arte no progresa. El arte como mucho se va transformando. Es distinto. Cada sociedad reclama sus puntos referenciales, pero la poesía seguirá y continuará porque el hombre inevitablemente tiene necesidad de expresar ciertas cosas de un modo distinto a como lo hace en su ámbito común o general. Siempre tiene que buscar un poco más allá y siempre hay que preguntarse. Y para eso la poesía es un gran motor de explosión. La poesía que vendrá desconozco cuál es, desde luego sospecho que seguirá siendo una poesía en la que las incertidumbres estén en todo lo alto, se trata de eso al fin y al cabo.
¿Se puede escribir poesía con certidumbre?
Se puede escribir poesía intuyendo, teniendo la certeza de qué quieres decir o hacer en un poema en concreto que llevas entre manos; pero la poesía está necesariamente sometida a todos los vaivenes a los que se ha sometido la vida. A todas las dudas y a todas las incógnitas a las que está sometido el levantarte por la mañana, empezar y decir “venga, por dónde tiramos”. La poesía no es ni más ni menos que el reflejo de esa expedición que es vivir y que es pensar en la vida, que es pensar en ti, pensar en los otros e intentar descifrarte en los otros y en ti mismo, sobre seguro nunca funciona porque termina generando moralejas, y la moraleja es lo peor que le puede pasar. La poesía con mensaje es un refrán largo y no me interesa nada. Lo mejor es que uno tenga claro qué quiere escribir, pero es mucho más salvífico no saber bien qué es lo que se va a escribir porque eso lo deja todo abierto, lo deja todo posible. Tanto el fracaso, el naufragio, como los probables y escasos aciertos.