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La gratitud como fortaleza espiritual y física

El agradecimiento es una acción que fortalece lo mejor de nuestra humanidad.

Desde un punto de vista filosófico, metafísico, la existencia se ha considerado a partir de la noción de carencia. Cuando se piensa que vivir es más bien sobrevivir, este matiz implica que no somos seres plenamente autónomos, autosuficientes, que con frecuencia necesitamos algo que no tenemos para preservar nuestra propia vida. El alimento, el sitio donde vivimos, el afecto, el conocimiento: casi cualquier cosa que pensemos, en algún momento la obtuvimos de alguien más.

Esta circunstancia tiene varias implicaciones en nuestra vida; una de ellas, en la que se repara poco, es la gratitud, ese gesto en el que se condensa el doble reconocimiento de nuestras propias limitaciones y, por otro lado, de cómo es en otra persona donde encontramos los medios para ir más allá de dichas limitaciones. Octavio Paz, al recibir el premio Nobel de Literatura en 1990, advirtió:

Comienzo con una palabra que todos los hombres, desde que el hombre es hombre, han proferido: gracias. Es una palabra que tiene equivalentes en todas las lenguas. Y en todas es rica la gama de significados. En las lenguas romances va de lo espiritual a lo físico, de la gracia que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte a la gracia corporal de la muchacha que baila o a la del felino que salta en la maleza. Gracia es perdón, indulto, favor, beneficio, nombre, inspiración, felicidad en el estilo de hablar o de pintar, ademán que revela las buenas maneras y, en fin, acto que expresa bondad de alma. La gracia es gratuita, es un don; aquel que lo recibe, el agraciado, si no es un mal nacido, lo agradece: da las gracias.

El agradecimiento, en este sentido, posee una profunda dimensión simbólica, su sentido se mueve en ese campo de lo simbólico en donde podemos entenderlo, reproducirlo y, en el mejor de los casos, llenarlo de significado. Agradecer, ser agradecidos, tomar en cuenta el agradecimiento de otra persona: todas estas son situaciones en las que se revela con nitidez nuestra cualidad empática, esa fortaleza de nuestra especie que también está relacionada con la cooperación y la vida en colectivo.

En la neurociencia contemporánea, la gratitud se ha revelado como una conexión de distintas áreas de nuestro cerebro que parecen fortalecer nuestra naturaleza humana. De acuerdo con una investigación dirigida por Glenn R. Fox, agradecer activa las regiones cerebrales asociadas con la cognición moral, los juicios de valor y la abstracción, esto es, los córtex cingulado, prefrontal y medio. Asimismo, en un segundo momento intervienen zonas relacionadas con la recompensa, la satisfacción y las emociones positivas, específicamente por percibir que podemos hacer algo bueno por otra persona. Por último, cabe destacar que según ese mismo estudio, la gratitud deja a las personas un último beneficio: una comprensión profunda, sensible, de un hecho trágico.

Agradecer, en suma, es una suerte de hábito inscrito en nuestra existencia, dueño de su propia poesía pero sustentado también en nuestra estructura fisiológica más concreta. Un rasgo que, conforme lo ejercemos, fortalece lo mejor de nuestra humanidad.

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