‘El azar y el destino’, de Cees Nooteboom

Por Ricardo Martínez Llorca

El azar y el destino. Viajes por Latinoamérica

Cees Nooteboom

Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal

Siruela

Madrid, 2016

251 páginas

azar destino

Que el mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones es algo que tienen bien aprendido los viajeros que cruzan un retazo de América Latina. La idea es de Borges y ha calado. Aunque estuvo expresada en un verso, buena parte de la literatura de ese bloque de países lo refleja. Y así lo verá, con esa gasa sobre la córnea, el viajero que leyó a tantos de los grandes, no sólo a Borges, quien se basta y sobra para justificar todos los meses que pasemos en Argentina y en los países hermanos de Argentina. Siruela recoge en un volumen esas cuantas tierna imprecisiones que desde los años cincuenta ha ido escribiendo Cees Nooteboom (La Haya, 1933), el gran escritor holandés, enamorado, entre otras muchas cosas, de la lengua que en España conocemos como castellano y en el extranjero como español, porque no siempre coincide, a pesar de que nos entendamos con tanta facilidad. Eso si tenemos por entendernos el descifrar las frases de los otros.

Nooteboom, inquieto desde la juventud, comenzó por embarcarse en un barco cargero para viajar a Surinam, todavía colonia holandesa, enamorado de la melena de una belleza tropical. Ya en los primeros textos, juveniles, se apunta a ese escritor viajero que luego se iría desarrollando, hasta crear un estilo propio. ¿Qué caracteriza el estilo del eterno candidato al premio Nobel? En primer lugar, una aproximación a la poesía en prosa. Pero da la sensación de que pretende no caer en el terreno poético, en un lirismo que roza la descripción de sus viajes, pero que inevitablemente existe, pues en su conjunto lo que más refleja es lo que le entra por los sentidos. Sin embargo, cierta contención coloca al lector en una distancia intermedia en la que cabe todo el mundo. Esa distancia es, necesariamente, la del hombre solo. Apenas cabe lugar para la interacción con otros viajeros, pero sí algo, poco pero algo, con la gente del lugar. Sobre todo en su etapa más juvenil, en Surinam, en Bolivia, y casi nula en México e incluso durante la travesía en que dobla el Cabo de Hornos.

La soledad buscada hace de él un viajero un tanto triste. Y, por otra parte, nos da la impresión de que se trata del único viajero que en los años ochenta, por ejemplo, se adentraba en los alrededores de Oaxaca o Puebla (México) sin guía turístico. El viajero solitario se detiene con ahínco en los detalles, en las escenas que son lo contrario a la postal. Aquí y allá, en los momentos precisos, Nootebbom demuestra brillantez en los símiles en que se apoya para describir. Por otra parte, a medida que crece como escritor, las pequeñas disquisiciones históricas se incrustan en los descansos a los que se ve obligado, por crecer también en edad, ya que su pretensión es la de ser un viajero en movimiento. Esas disquisiciones toman como punto de partida, frecuentemente, la historia o lo que conocemos como historia, eso que se refleja, sin ir más lejos, en los murales de Rivera. Es en su paso por Mexico donde más se justifica el título de esta selección de textos: para Nooteboom la historia es una de las manifestaciones del azar. Y su fruto se conoce como destino. Aunque en otros lugares, como Bolivia, esa historia que conduce al destino es una maldición. En su paso por este país, en la década de los sesenta, encuentra siempre motivos para una revolución popular. Pero no sólo es ahí donde la prosa casi poética de Nooteboom está al servicio de la denuncia y a favor de los desfavorecidos. Esa inquietud es la que le hace plantearse las playas de Brasil como una farsa en contraste con las favelas.

Nooteboom introduce en el libro poesías escritas sobre la marcha en las que se reflejan idénticas inquietudes a las que mantienen las crónicas en marcha. Son licencias, momentos de reposo personal, aliento necesario para el viajero fatigado de tanto mirar hacia la parte de atrás del mundo de las postales turísticas.

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