Cees Noteboom: El Bosco. Un oscuro presentimiento. Ed. Siruela, Madrid, 2016
Por Ricardo Martínez
En la larga tradición pictórica, por lo común se ha asociado más la representatividad que ésta suscita a la adaptación respecto a una idea de belleza que no a una interpretación simbólica de lo que el cuadro contiene en sí. Salvo, claro está –una vez más- las honrosas excepciones que, en este caso, vienen a propósito de la observación de las pinturas de uno de los pintores más enigmáticos que haya dado el arte occidental, cual es el caso de el Bosco (1450- 1516), cuyo centenario conmemoramos. Para ello, para llevar a cabo una descripción minuciosa, no solo formal, de sus cuadros hemos contado con uno de los teóricos de la cultura más interesantes, como es el escritor Cees Nootebom, que firma este libro relevante por muchos motivos. Él escribe en un pasaje, a propósito de la contemplación del cuadro ‘El jardín de las delicias’: “Si intentaras registrar de manera exhaustiva lo que se ve en el cuadro, literalmente, sin someterlo a una exégesis, es decir, sin una teoría sobre lo que se ve, podría llenarse un libro de cien páginas con una suma probablemente absurda de horrores, de plantas en su mayoría incalificables, de seres híbridos y de formas mixtas” Y, al poco, reparando en un detalle concreto -la porción de tela donde aparece la figura de Cristo con Adán y Eva- señala: “Cristo pone la mano izquierda sobre el brazo derecho de Eva, que ella mantiene extendido con la mano hacia arriba, como si estuviera a punto de recibir algo. Da la impresión de que sea ella la que va a contraer matrimonio con Cristo. Así pues, esas tres personas, una de las cuales es un dios, están unidas mediante las manos y los pies en una silente intimidad, formando una isla de silencio y significado entre el ruido extático de la cabalgada en el panel central, donde jinetes desnudos montados sobre animales imaginarios dan vueltas alrededor de una bañera en la que hay unas mujeres blancas y negras, también desnudas”.
Una ‘lectura’ minuciosa que llevaría a otras muchas, pero sirva como ejemplo. Y a sabiendas de las innumerables interpretaciones que los cuadros del Bosco han recibido, y reciben, respecto a sus componentes simbólicos, sea ahora ya el lector quien por sí, y en un ejercicio especulativo sumamente entretenido, elabore su teoría de la significación de cuanto se observa y se podría.
Lo curioso, la originalidad de este pintor ha de entenderse a sabiendas de que la imaginación calenturienta y la brujería en su período vital habían dejado paso ya, habían dejado atrás, al menos en buena medida, a los oscurantismos de una edad media propicia en sombras y tormentos. Aún así, fue quien de concebir uno de los cuadros más enigmáticos de la historia de la pintura. Algo que el análisis de Nootebom interpreta como un presentimiento, eso sí, haciendo lugar al observador de hoy gracias a las numerosas imágenes que el libro reproduce y que a él le han servido para reflexionar.