‘Material sensible’, de Neil Gaiman
Por Ricardo Martínez Llorca
Material sensible
Neil Gaiman
Traducción de Laura Fernández
Salamandra
Barcelona, 2016
396 páginas
Hubo una época dorada en la que la única luz que entraba en las noches de los adolescentes era a través de las páginas de los cómics. Las pantallas de televisión eran potestad del jefe de la manada y allí solo se veían los telediarios porque ver demasiado la televisión te volvía más tonto. Eso afirmaba el padre que veía los telediarios, que son la mayor fuente de estupidez de la programación televisiva, al margen de las películas de Chuck Norris, claro está. Pero en esa época los momentos dorados para los adolescentes sucedían cuando abrías esos cómics por la noche, ese CIMOC, Comix, Zona 84, CreepShow que te llevaba a un mundo de fantasía y que ya había sido manoseado por varias manos de tus compañeros de instituto. Para aquellos que vivieron esa etapa, este Material sensible, obra de uno de los mejores guionistas de cómics de todos los tiempos, supone un enternecedor viaje al pasado. Para los demás, una brecha hacia una época que estuvo muy bien vivir, una vuelta de tuerca a los mundos de la ciencia ficción, de los cuentos de hadas, del terror y de cualquier versión de lo fantástico. Neil Gaiman, al igual que en sus cómics, nos trae la atmósfera del desasosiego en esta modernización de mitos y leyendas.
Conoce a la perfección la importancia de una buena estructura y de la gestión de la intriga. A partir de ahí, en lugar de proponerse meter todo el género de la fantasía, entendida en su mejor grado, como una piedra que cae en el estanque para generar ondas que se esparcen poniendo en marcha los mecanismos del cerebro, dedica unas pocas relaciones en cada cuento. Relaciones o intertextos, si es que queremos enunciar el conocimiento que posee de las leyendas. Nos puede sorprender con el laberinto y la noche y la luna y los lobos y el fantasma que nos guía, o con alguien con voluntad suficiente como para intentar volver la realidad a su favor, ignorando que se aferra a una fantasía adolescente. El mar, o la mar, comparten maternidad con la madre, o el antihéroe, el enano, el hombre frustrado, se adentra en la gruta buscando oro y resolviendo que la codicia implicará la traición de su acompañante. El alzehimer, se supone, solo te permite ciertos recuerdos vividos, de ahí la extrañeza que puede producir la memoria del mundo perdido de Conan Doyle. Sherlock Holmes, otra creación de Conan Doyle, es fondo de pantalla en un relato sobre cómo se gestan las intrigas que luego él deberá resolver. No falta la abducción extraterrestre en forma de respuestas a un interrogatorio, ni una serie en la que demuestra que la brevedad supone intensidad, nos traslada a mundos tan absurdos como familiares. Tampoco el homenaje a Ray Bradbury, a través de una demencia senil de quien leyó casi todos los libros. O las acciones paralelas durante secuencias temporales divergentes, o el relato de terror con niño casi maléfico, los viajes en el tiempo, las mil y una noches, la Caperucita en el barrio de prostitutas o la bendición del hada malvada, que condenando a la princesa al sueño la libró de la muerte. Todo un catálogo que hará las delicias de los fans de ciertos géneros, y servirá de puerta de entrada para quienes todavía no los habían descubierto. Damos la bienvenida a estos últimos.