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Entrevista a Rodrigo Cortés

Por José Antonio Olmedo López-Amor.

DSC_4713_alta (1)Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973), es uno de los directores de cine español con mayor proyección: su trayectoria fílmica, con tan sólo tres largometrajes, ha conseguido romper moldes y erigirlo como uno de los valores consagrados entre los cineastas internacionales de su generación. Rodrigo, además de ser director, guionista, montador y compositor, es también escritor. Con motivo de la reciente presentación en la librería Bartleby de Valencia de su tercer libro, Dormir es de patos (Delirio, 2015) –un libro de aforismos en el que no todo es lo que parece–.

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Bienvenido, Rodrigo. ¿Qué te parece si, aprovechando la polivalencia de tus múltiples inquietudes, y sin olvidarnos del aforismo como pretexto, hacemos una entrevista multigenérica y llena de humor?

Deposito en ti toda la responsabilidad de mi fracaso…

Parece que, a día de hoy, el humor es la actitud más razonable ante tanto desorden, parece que la comedia conecta más fácilmente con un público necesitado de realidades menos agresivas. ¿Crees que Dormir es de patos provocará esa desconexión de la realidad en el lector? ¿Lo venderías como analgésico de efecto placebo?

Dormir es de patos se toma poco en serio a sí mismo, que es su única oportunidad de alcanzar al lector con mediana eficacia. Su propósito no es aleccionador, elude la invectiva, y sus delirios, en forma de antiaforismos, semicuentos, breverías o pedradas, buscan, por encima de cualquier propósito, detener el cerebro del lector y hacerle dar una vuelta a la manzana. Cuando eso sucede y la respuesta es una risa, se escucha una campanilla en algún lugar de la casa.

Si, desde el punto de vista de un currante nato como tú, dormir es de patos, ¿cómo definirías «no dormir» desde el punto de vista de un vago?

Como el dulce preludio al próximo sueño.

El aforismo parece diseñado, por su brevedad, para el autómata urbanita del siglo XXI: nanoliteratura para nanopensadores; sin embargo, las atómicas cápsulas de Dormir es de patos, al descomprimirse en el interior de los lectores, pueden expandir una carga venenosa que, además de divertir y entretener, induce a reflexionar. ¿No es contradictorio en sí mismo?

No estoy seguro de recordarlo todo, así que la respuesta, por si acaso, es «sí». Las bombas de mano de Dormir es de patos comprimen mucha masa en poco volumen, pero la masa permanece. Una vez explotan, el contenido vuelve a ocupar espacio en la habitación

«Resta ovejas si quieres despertarte», dices en tu libro. Ese principio antagónico de darle la vuelta al calcetín del cliché parece que es el fundamento básico de la especulación. Llevamos diez años dando credulidad a la venta de humo, nos han hecho creer que ciento volando es mejor que pájaro en mano.

Es que es mejor. ¿Para qué coño quieres un pájaro en la mano? Uno de los delirios del libro reza: «Sé paradójico, no contradictorio». La paradoja, como la exageración, permite ver la realidad; hay que cambiar el punto de vista, ponerse detrás del David y ver qué tal se las apañó en esa zona Miguel Ángel.

Algunos consideran que el gremio de los artistas compone una contracultura que es capaz de frenar, por lo menos algo, la viral ideología del voraz capitalismo. ¿Rebelarse vende?

Reza también el libro: «El mundo está bien; cambia tú». Todo es sistémico, también la rebelión; sólo queda la quimera de conocerse, despojarse de lo que uno no es y tratar con cariño lo poco que quede.

Tanto en el cine, como en la literatura, has demostrado desenvolverte muy bien en las distancias cortas, Yul (1998), 15 días (2000), A las 3 son las 2 (2013) y, ahora, Dormir es de patos. Parafraseando al gran Carlos Marzal, ¿crees que «si los hombres tuviésemos la regla, competiríamos entre nosotros por ver quién la tiene más larga»?

Nos pasaríamos el día quejándonos. Como las mujeres, por otro lado; la única igualdad que funciona es la de facto.

Leyendo tus aforismos, antiaforismos o balas, he advertido mucha poesía en ellos. De hecho, algunos, muy divertidos, son directamente estrofas, como: «De la charca el limo contemplando / las noches pasaba, / cantando del agua debajo, / la puta la rana». ¿Podremos ver algún día en las librerías un libro de poemas de Rodrigo Cortés?

¡No como esos! (risas). Cuando escribo: «Lo que tiene que ser chungo / no es el hambre como premio / ni es el frío como rumbo; / es decir que eres bohemio / y vivir en el segundo», no hago poesía, sino simple rima. Hay, seguramente, más poesía en propuestas como «La noche se detuvo por el Este», «Habla más bajito para que pueda oírte», «El pasado es otro país» o «Tanto por deshacer…». O –de una manera menos lírica– en « ¡A la de tres, todo igual!». Las rimas son sólo coplillas que funcionan como parada y fonda en el ritmo de lectura, a modo de ilustraciones satíricas. Pero me interesa mucho la poesía, sí, que no define el mundo pero lo desvela.

Daniel Sánchez Arévalo, Julio Medem, Elio Quiroga, son directores de cine que, recientemente, han dado el salto a la novela, y con bastante éxito. ¿A qué crees que se debe este fenómeno? ¿Te identificas con ellos?

No estoy seguro de que haya ningún fenómeno. Un autor, por encima de todo, procesa su ubicación en el mundo y la vuelca en forma de mirada: la herramienta es lo de menos, con tal de que la domine. Fernando León y Cuerda son estupendos escritores. Gonzalo Suárez, por descontado. No hay ninguna novedad.

«Tratar de hacer una película por ti mismo y sin dinero es la mejor escuela a la que puedes ir»: esto fue lo que dijo Tarantino a sus estudiantes durante una master class en el Festival de Cannes. ¿La autocensura es un acicate para el autor a la hora de crear —tal como afirmó Berlanga— o un problema?  

Las restricciones son, inevitablemente, un acicate para la creatividad, como lo son, desde un punto de vista menos deseable, las prohibiciones. La restricción, si se toma como disciplina deportiva, impone un marco, un lugar por el que empezar; el lienzo en blanco, en cambio, abre un paraje infinito e inabordable. Es cierto que, en cierto sentido –siempre en el terreno de la ocurrencia especulativa–, la censura es el terreno «perfecto» para la creatividad. Buñuel y Berlanga dudaban que, sin censura, pudieran volver a ser tan sugerentes y evocadores.

Verbolario es un neologismo precioso que titula el espacio que mantienes a diario en la última página de ABC, un lugar en el que juegas con las palabras y desafías las leyes del ingenio en un «más difícil todavía» que parece no tener techo. ¿Qué autopsia le harías a una palabra como sursuncorda en tu sección?

¿A lo Moncho Borrajo? Nunca elegiría esa palabra así para Verbolario, pero vamos allá:

Sursuncorda, m. Personalidad de incontestable ascendiente cuyo

criterio, sin embargo, cuestiona tu madre.

Después de leer Dormir es de patos, padezco aversión a los mazapanes (te advierto que yo era un «comesobras» disciplinado –como tú llamas a sus consumidores habituales–). ¿No crees que, si te hubieses posicionado ideológicamente en tus aforismos –algo que, a mi parecer, has evitado conscientemente–, hubieses conseguido el mismo efecto en el lector, convirtiendo o desarbolando más de una conciencia?

Me mantengo, como dices, alejado del sermón y la monserga; ni siquiera me siento obligado a tener una opinión sobre nada, y mucho menos un juicio definitivo; no estoy seguro de mis propios criterios y me aburre la reacción instantánea al estímulo. No me interesa la militancia ideológica que divide el mundo entre los nuestros y los equivocados, y, si se me impusiera tal militancia, escogería el bando de los equivocados. Vuelvo a citar el libro: «Las certezas engañan».

¿Qué dirías a quienes llaman «subcultura» a la cultura y la tratan como tal?

Que bien.

En ocasiones has manifestado que no te gusta «la actualidad», algo muy lícito teniendo en cuenta los «valores» y la fugacidad que transmite. Imaginemos que la actualidad socioeconómica de España fuera el motivo de tu próxima película. ¿Qué es lo que más detestas de ese escenario y por lo tanto no pasaría del proceso de montaje?

Concursante, mi primera película, define con alguna claridad esa mirada, que dista del veredicto. Me declaro confuso y desorientado, y me niego a hacer prospección sobre el futuro, sobre el que me siento tan pesimista en lo global como esperanzado en lo individual.

«El mundo es un desfile si te paras tú», dices en tu libro. ¿Estás disfrutando ahora de ese desfile o andas metido en algún proyecto que nos puedas contar?

Los proyectos no se cuentan, se sudan en silencio hasta que dejan de serlo.

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Rodrigo Cortés debuta en 2007 como director de largometrajes con Concursante, película que recibió el premio de la crítica en el Festival de Málaga y por la que fue nominado a los Premios Goya 2008. En septiembre de 2010 estrenó Buried (Enterrado), protagonizada por Ryan Reynolds, un thriller en el que su protagonista lucha por sobrevivir encerrado en una caja de madera. El filme obtuvo el premio de la crítica en el Festival de Deauville y el de mejor película en L’Etrange Festival, además de tres Goyas. Rodrigo Cortés fue galardonado con el Premio Ojo Crítico de RNE en la modalidad de Cine el 10 de noviembre de 2010 «por formular una apuesta arriesgada, capaz de llevar al público al cine, a pesar de jugar al límite de las emociones; por convertir la escasez de recursos en un trabajo audaz y original, como ha demostrado en su película Enterrado». En 2012 rodó su última película hasta la fecha, Luces rojas, en la que dirigió a uno de los mejores actores de la historia del cine, Robert de Niro, junto con Sigourney Weaver y Cillian Murphy.

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