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Fatima (2015), de Philippe Faucon

 

Por Miguel Martín Maestro.

fatima cartelA bote pronto, Fatima es una película pequeña, humilde, pero sincera, emotiva, realista. Una película en la que el drama social, la inconfundible marca del aislamiento, de la diferencia, del segregacionismo, del racismo, se aborda humanamente y permitiendo un cierto respiro, tanto a las protagonistas como a los espectadores. Frente a un amplio sector de la cinematografía y de los espectadores, que apostamos sin duda por el cine de arrasar sin contemplaciones con los buenos sentimientos, con las segundas oportunidades, con la posibilidad de salvación en un mundo de hienas, es de agradecer que una película planteada como la imposible integración recíproca del mundo musulmán en el occidente europeo, permita aventurar un futuro mejor para todos sin que nadie renuncie a sus señas de identidad básicas, pero comprendiendo que somos diferentes, usando para ello un arma infalible, pero que nuestros gobiernos han decidido limitar: la educación. La educación y la cultura crean individuos formados, críticos y más libres, menos influenciables a mensajes codificados de adhesión, individuos capaces de comprender dónde se encuentra su propio déficit, pero también menos manejables por el poder.

Fátima es una mujer de origen argelino que apenas puede expresarse en francés pese a que sus hijas solamente dominan bien esta lengua y cometen los mismos errores de pronunciación en árabe que su madre en francés. Ellas son emigrantes de segunda generación, más francesas que argelinas, pero que tienen que soportar la presión de la comunidad en la que viven, un petit Alger en la periferia de Paris. Fátima se divorció, quedándose con la custodia de las hijas menores. La presencia del padre demuestra que no ha habido distanciamiento con las hijas, pero se mantiene, pese a la modernidad de un divorcio, una nueva esposa, una vida occidentalizada, un intento de control permanente sobre la vida y aspiraciones de las hijas, a las que no se impide estudiar, pero sí que mantengan unas costumbres personales dependientes de la aceptación paterna que chocan con la mentalidad de las propias jóvenes, absolutamente cómodas con el modo de vida occidental, con la libertad de pensamiento y de acción.

El director no oculta, y me parece uno de los mayores logros de la película, que la falta de integración no depende sólo de los propios europeos de origen, sino de la mentalidad de una sociedad muy influenciada por un componente religioso que minusvalora a la mujer y la somete, incluso por la presión de las demás mujeres, a un régimen de vida doméstico, aceptando trabajos de poca preparación, renunciando a su formación y, en definitiva, orientadas a una especie de esclavitud para la familia. Nesrine y Souad han decidido que no van a usar velo, que no van a depender de la voluntad paterna o materna para escoger pareja, ni decidir sobre sus estudios ni sus vidas. A pesar de ello no se sienten libres porque para la gente adulta del barrio no se comportan como dos jóvenes de familia musulmana y avergüenzan a sus padres, y para los franceses de origen europeo no dejan de ser extranjeras. Fátima entiende eso, y entiende que ella es la menos libre de todas, no puede comunicarse en francés que es el idioma de sus hijas, está educada en una cultura que choca frontalmente con la de su país de adopción, se encuentra sola y sin recursos, sin respuestas para enfrentar la realidad de que va a tener que cambiar para mantenerse a flote. Fátima comprende que es la educación la que le va a proporcionar los mecanismos necesarios para superar su aislamiento, ese aislamiento cultural que le impide expresarse con libertad y decisión en una reunión de padres en el colegio de su hija pequeña, esa libertad que envidia de las mujeres francesas que pueden expresarse y emitir su opinión sin pensar en su sexo o en pretendidas superioridades impuestas por la tradición. Fátima no puede, ni quiere, renunciar a ese velo que oculta su pelo cuando sale a la calle. Tolera la vestimenta y las costumbres de sus hijas porque es consciente de que fatimasu futuro está en Francia y no en Argelia, por eso anima y se enfrenta a ellas cuando alguna no quiere estudiar o está dejando pasar su juventud sin inquietud alguna, y también apoya a la universitaria para que no desista a las primeras de cambio. Sabe, y quiere, que sus hijas no se parezcan a ella. De ello depende la felicidad de las jóvenes para no sentirse atadas a un conservadurismo que las anule. Un éxito académico les abrirá la puerta de la integración e impedirá que terminen como ella, limpiando lo que las y los franceses no quieren limpiar ellos mismos.

Para liberar sus miedos, Fátima escribirá, mientras lo haga en árabe, las pesadillas, los temores, el futuro… serán muros que se presentan infranqueables para la mujer extraña en un país que no la termina de aceptar. Cuando encuentra, o empieza a encontrar las respuestas, consigue vencer ese miedo y eliminar las secuelas físicas de un mal que no es más que psíquico. La satisfacción de poder ir a la universidad de su hija y comprobar por sí misma la calificación de la joven en el tablón de anuncios, es la satisfacción de quien sabe que ha dado el primer paso para integrarse, algo que pasa por conocer la lengua del país en el que vives, leerla, hablarla, escribirla. Un paso para no parecer una refugiada, para que no crean los demás que no se entera de lo que realmente pasa delante de ella aunque no pueda explicarse. Gracias a tantas Fátimas las sociedades occidentales han incrementado su riqueza. Son este tipo de mujeres las que han acudido primero a cuidar de nuestros hijos, nuestros ancianos, limpiar nuestras basuras, para que nuestra vida sea más cómoda, pero cuando esas Fátimas vuelven a sus casas, empieza una nueva jornada para ellas, enfrentarse a sus hijos, a sus casas, procurar respuestas a enigmas desconocidos por su cultura. Aligerando la carga de nuestras sociedades aumentan las dificultades de su entorno, unido al desprecio implícito de quien comparte los espacios con ellas por su diferencia. La película no oculta esos déficits y esos recelos, pero no los oculta de manera recíproca. El entendimiento y la mezcla son difíciles, encerrados en jaulas, en guetos miserables. Los que podrían tirar del carro de la integración se sienten cada vez más desplazados de la sociedad que les da una nacionalidad pero les cierra las puertas. Pocas Fátimas van a ser capaces de integrarse por convencimiento para que sus hijos se sientan más de donde viven que de donde nacieron sus padres. Esta Fátima es una de ellas.

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