‘American Smoke’, de Iain Sinclair

Por Ricardo Martínez Llorca

American Smoke. Viajes al final de la luz

Iain Sinclair

Traducción de Javier Calvo

Alpha Decay

Barcelona, 2016

381 páginas

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Eso que llamamos el Sistema, con mayúsculas, es un castillo inexpugnable. Allí habita lo más conservador, lo de toda la vida, la tradición que se nos ha vendido como lo nuestro y que, con frecuencia, con demasiada frecuencia, es una bazofia de cuidado. Los cocodrilos que rodean la muralla visten togas o se sientan en sillones presidenciales, pero también los hay más pequeños, los que presiden una cofradía de semana santa dispuesta a dirigir una recua siniestra una noche de marzo. La enumeración más evidente del sistema incluye al Pentágono y la guerra de misiles, al Papa y a Bin Laden, a los lobos de Wall Street y sus monaguillos en las bolsas de Japón y de Europa, a la lectura de la historia como una sucesión de batallas dignas de El Guerrero del Antifaz y a las leyes que salen de unos parlamentos que desconocen el alma de la calle. Y, por supuesto, a la patria como concepto geográfico, con lo que ello implica: la policía y los ejércitos, los notarios, las cárceles, los pasteles de boda, la recalificación de suelos y cualquier negocio redondo.

Pero que el castillo sea inexpugnable no quiere decir que no debamos intentar tomarlo al asalto. Quienes se atreven a intentarlo deben tener en cuenta varias ideas que tienen que ver con la derrota. La primera, que siempre existe más dignidad en el sudor que en la victoria. La segunda, que no hay ningún mal en aceptarla, siempre y cuando uno no abandone su recinto y la batalla dentro de su aura. La tercera, que la derrota no es nada grave si uno sabe cómo coquetear con ella. Ahí está, para invitarla al baile. Eso es lo que hace Iain Sinclair (1943) en este tan extraño como extraordinario libro de viajes. Extraño porque el viaje apenas ocupa unas páginas, sobre todo las finales del libro. Extraordinario por la forma en que va enlazando ideas tomando como punto de partida la generación beat, aunque Sinclair concluye que la generación beat no es una generación, pues en la historia tiene un recorrido transversal. Puede que comience en Burroughs, pero termina, o no, en Roberto Bolaño. Con una erudición prodigiosa, Sinclair nos ofrece asociaciones sin descanso. En este denso libro de viajes es el territorio el que le habla. Y no tiene ningún problema en asociar la piscomagia a los donuts, la saga Crepúsculo a las obras de Kerouac, el fútbol a los poetas malditos. Porque en realidad el libro, trazado sobre el mapa de Estados Unidos, tiene como centro de interés la contracultura, a esa gente que intentó asaltar el castillo del Sistema, tanto como la situación actual de los Estados Unidos como paradigma de la cultura de masas.

El efecto de acumulación nos habla de un autor que es coleccionista, en este caso, coleccionista de perfiles. Son varios los viajes que le han llevado a diferentes partes de Estados Unidos, de los que extrae lo mejor de Kerouac, sin duda, ese atleta del exceso de la bebida, como Malcolm Lowry, quien halló una patria más real en México. Pero también siente la compañía de autores no tan conocidos aunque igualmente importantes: Charles Olson, Alexander Baron, Pavel Cohen, Gregory Corso. Con menor presencia, pero también de forma significativa, está Tom Wolfe o Thomas Pynchon. Aunque el autor, el vividor que da más sentido a la obra, posiblemente sea Gary Snyder. Pero previamente a la aparición de Snyder y lo que él significa, hemos asistido a doscientas páginas de un caos muy bien elaborado. Porque no cabe otra estructura para hablar del magnetismo de la estirpe de los malditos. Que no incluye solo a escritores, también a cineastas y a mecenas. Sinclair ha escuchado el pasado de los objetos y del territorio, pero sobre todo ha leído mucho, con el espíritu de quien cree en los libros como objeto de culto. Una forma de evaporar las murallas del castillo del Sistema. Como lo es santificar la austeridad e incluso la pobreza, algo en lo que no repara elogios o, para ser más exactos, una buena forma de hablar de las cosas buenas. Pues en el estilo de Sinclair no caben elogios directos, al igual que no caben menosprecios y, sin embargo, si consigue que se respire cierta crítica hacia los representantes de un modo de vida que se propuso humanizar el mundo. Y esa humanización incluye lo alternativo y también lo kitch.

Sinclair se plantea este American Smoke como una ruta que permite inventar recuerdos, como si revisitara lugares y personas. Los pasajes oníricos, los supuestos de la imaginación, nos acompañan a lo largo del libro. Aunque los hachazos que recibimos una vez comenzamos a creer en ellos son del calibre de una visión de Lovecraft o la equiparación de la excentricidad a la estupidez humana. La gente inteligente sobre la que indaga, puede ser a la vez tan tonta como ingeniosa, pues siempre consigue abrir el cofre de lo confidencial de cada uno de ellos. Y de nuevo hay que mencionar otros nombres, como Dylan Thomas, Alan Ginsberg, gente hecha a sí misma a imagen y semejanza de su oposición al Sistema. De hecho, llega un momento en que uno tiene la impresión de que son ellos quienes han elaborado el libro para Sinclair. Le han dado todos los ingredientes que él solo tiene que cocinar.

Hasta que llegamos a las últimas cien páginas, donde detalla su ruta en automóvil por la costa oeste y su encuentro con Gary Snyder. Snyder es un genio conservacionista, un purista del ecologismo, de lo salvaje. Alguien a quien cabe achacarle no estar en posesión de la verdad, si es que la verdad es pertenecer al Sistema, como cree la mayoría de la gente. Porque la verdad es lo que construyen los medios de comunicación. Sin embargo, antes de que nadie le haga ningún reproche, Snyder confiesa su certeza: sabe que ha perdido la guerra. Y luego sigue batallando: “Snyder no se engañaba (…). No se le puede vender a la gente simplicidad voluntaria”. Tal vez esta frase sea la que mejor resume el espíritu, en todos los sentidos de la palabra, de este genial American Smoke.

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