El regreso de Gabo
Por: Juan Camilo Parra
A finales de los años cuarenta regresó a Cartagena de Indias después de salir corriendo de la capital colombiana por culpa de la trifulca que se armó por la muerte del líder político y popular: Jorge Eliecer Gaitán. Bogotá quedó hecha trizas por culpa de Juan Roa –según la historia-, quien le propició cuatro disparos, dos de ellos en la nuca y otros dos en la columna. Gabo en aquel entonces estudiaba Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, cursaba segundo semestre y ese día, almorzaba en un restaurante cerca del lugar de los hechos. Corrió hasta el apartamento de estudiante en el cual pasaba largas noches leyendo a Kafka y escribiendo algunos textos que quedaron bajo las llamas, al igual que el edificio y su máquina de escribir, quien se la regaló su padre cuando este partió para Bogotá.
No tuvo otro remedio que salir de esa fría capital de lluvias y hombres de abrigos y sombreros de color negro, que solo le producía al hombre de Aracataca, una tristeza profunda. Se regresó a Cartagena de Indias sin saber que muchos años después había que regresar en un cofre de madera. Allí, lejos de esa carrera de abogado, se involucró en el periodismo y desde entonces, su vida no fue otra que el ejercicio de contar historias desde todos los puntos y ángulos posibles. Fue Clemente Manuel Zabala jefe de redacción del diario donde laboraba quien lo envió al antiguo convento de Santa Clara, hoy un gran hotel. Al llegar al lugar indicado, unos hombres destapaban unas bóvedas con restos de arzobispos, reyes y virreyes de la corona española, era un lugar privilegiado y santo para la Colombia de aquella época que rendía culto a cuanto ilustrado pisaba sus tierras. De ese paseo al convento de Santa Clara nació el libro: Del amor y otros demonios en 1994.
De aquella experiencia pasaría más de medio siglo con sus horas contadas, Gabo ganaría el nobel y haría grandes aportes al cine, a la literatura y al periodismo, después de mucha ausencia a nivel literarios, después de la publicación de sus memorias, de Gabo no se vuelve a saber mucho hasta el 2014, ese triste 17 de abril cuando llegó la noticia por parte de sus propios hijos para el mundo: Gabriel García Márquez ha muerto. Yo que estaba de paseo con la familia de mi ex novia, veía sentado en el living los noticieros que no paraban de informar y yo, ahí, enmudecido, sin poder decir nada porque las palabras no me daban y la verdad, porque a nadie en aquella casa, le importaba. Desde la muerte de Gabo se especuló mucho sobre el lugar exacto donde iban a reposar sus cenizas, algunos decían que en México, otros que en su pueblo natal, pero la verdad, es que Mercedes y sus hijos decidieron que las cenizas del nobel de literatura debían quedar en Cartagena de Indias, esa misma que lo recibió 67 años atrás.
Así que el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena, adecuó en el patio central, un busto del nobel con sus cenizas. Aquel lugar será ahora, el espacio más importante para visitar y recordar al nobel, allí sus hijos, nietos y su esposa, dejaron en claro que ese era el lugar perfecto para su descanso eterno. En la carrera cuarta queda el Claustro de la Merced, a unas cuantas calles del hotel Santa Clara, en donde muchos años atrás, el joven reportero, encontraría la historia de la niña muerta que le crecía el cabello. También, muy cerca de aquel lugar, se encuentra entre la carrera 2 y 7, en una gran esquina la casa de Gabo, aquella que compró hace tantos años para la sede de la fundación nuevo periodismo. También fue un lugar de parradas y tertulias de esas que tanto agradaban al nobel.
En ese orden de ideas, uno pensaría que Gabo siempre estuvo en ese ir y venir, entre Cartagena, su caribe y México, entre Colombia y Europa, entre las letras y el periodismo, dos de sus grandes pasiones que hizo hasta el último día de su vida y que hoy se recuerda con nostalgia pero con emoción, al ver que ha sido el producto de la perseverancia y la rigurosidad que nace del amor por su trabajo. Gabriel García Márquez siempre quiso volver a Cartagena, a ese lugar que lo aguardó de los momentos más difícil y felices de su vida, de aquel lugar que está narrado y mencionado en muchas de sus novelas. Ahora aquella ciudad amurallada, lo cuida y lo protege como aquel día cuando decidió volver a finales de los años cuarenta.