‘Después del baile’, de Lev Tolstói
Por Ricardo Martínez Llorca
Después del baile
Lev Tolstói
Traducción de Selma Ancira
Acantilado
Barcelona, 2016
91 páginas
Si se trata de elegir entre la diversidad de la oferta televisiva y la solidez de Tolstói, no lo dudes. Tras nuestra muerte quedarán vagando por el espacio las ondas electromagnéticas y todos los pulsos electrónicos que guardan la estupidez viajando a la velocidad de la luz. Es posible que en el planeta ya no quede ni una sola bacteria viva, que esto sea un puro territorio mineral, pero cualquier alienígena podrá escuchar el parloteo imbécil con la suerte de no poder descifrarlo. Sin embargo, nuestra reválida no está ahí, sino más cerca de la conciencia o de la parte natural de la conciencia. Es decir, la reválida moral que nos atañe tiene que ver con el bien y el mal y si se nos ha dado la opción de elegir entre uno y otro. No podremos triunfar en un programa basura o en la NBA, porque nuestra condición natural y nuestros límites sociales lo impiden. Pero sí sabremos escoger entre dos opciones la más generosa. O negarnos a actuar cuando nuestro acto provoca daño. Sobre esa conciencia natural es sobre la que Tolstói creaba universos enteros. Y decimos universos pues al planeta le pertenece toda la red social y las castas, cualquier forma de vínculos entre personas y con la naturaleza o lo artificial. Pero Tolstói no se conformaba con el régimen terrenal. El alma queda dentro y fuera del planeta. El problema es que las almas no se traducen a ondas electrónicas que vaguen por el espacio para confundir a los seres de otra galaxia dentro de millones de años.
Y para ello, Tolstói no necesita recurrir al ruido y la furia. Le basta con un sencillo relato en el que haya sueños y naveguen deseos. Después del baile es el que abre este sencillo volumen que contiene tres cuentos del maestro ruso. En él, un aristócrata, intrigado por la aseveración de sus contertulios en la que se niega al hombre el libre albedrío, porque el hombre no entiende lo que está bien y lo que está mal, narra su encuentro y su enamoramiento en una noche de baile. Como dictaba Aristóteles, reconoció ese amor sincero por la intensidad de sentimientos a que le condujo, por una embriaguez que le hacía saberse mejor persona. Sin embargo, esa misma noche una visión atroz le provoca arcadas. La asociación entre el flechazo y la barbarie, inevitable por ser protagonizadas por los mismos personajes, le obliga a enfermar buscando una explicación. Trabado en la disociación cognitiva, sin que él lo pretenda, las consecuencias serán inevitables y se sucederán poco a poco. Tolstói certifica con esta obra maestra que sí, que sabemos distinguir entre el bien y el mal. Otra cosa es la manía de engañarnos para justificar el egoísmo o la pereza.
De muy distinto carácter es Tres muertes. Aquí, con un excelente manejo de la luz por parte de Tolstói, en un entorno lúgubre, donde nadie desearía vivir, se certifican las muertes de gente que, como es inevitable, muere sola. Aunque todos los seres queridos nos estuvieran dando la mano, morimos solos. Pero en estos casos, dada la tibieza de los demás personajes, la muerte podría entenderse como una liberación. Así ocurre con la maldición con que el Diablo estigmatiza al campesino de ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Escrita como una fábula, siguiendo el esquema del cuento de la lechera, un campesino siente que no debe ceder a la envidia para ser tan rico como el más poderoso de los habitantes de la ciudad. Inevitablemente, nos preguntamos si la experiencia de Tolstói no está llevándole a criticar al alma de los campesinos, a su avaricia, a su inconformidad, a sus celos. Aunque la verdadera maldición, si hacemos una lectura metafórica del cuento, a la que invita su formato de fábula, es la de sentirse pobre. Como siempre, otra lección del mejor novelista de la historia.