Satin Island, de Tom Maccarthy
Por Pedro Pujante.
Mi primera lectura de Tom MacCarthy, hace unos años, me impresionó: Residuos era una novela apasionante, en la que un misterio asediaba la mente de su protagonista, un ser aquejado de una amnesia parcial, que trataba de reconstruir eventos de su pasado mediante exhaustivas performances, puestas en escena de la propia realidad a gran escala.
Ahora en Satin Island parece proceder de un modo opuesto. En lugar de indagar en la representación de la realidad mediante la ficción, parece querer trasladar la ficción a un formato parco como es el ensayo. Concretamente un informe. Pero también es una novela, en definitiva, un libro, así que me pregunto: ¿para qué sirven los géneros?
U., el narrador y protagonista de esta ¿novela? es un empleado de una gran corporación al que se la ha encomendado redactar el Gran Informe, un extenso, quizá infinito documento, que habrá de dar cuenta de toda la realidad en la que estamos sumidos. Sus visiones e intuiciones le llevan a inventar una antropología del presente.
Pero a lo largo de su periplo, más mental que físico, arrastrados por sus pesquisas e investigaciones llegaremos a una extraña conclusión: ¿es posible resumir la realidad? ¿Es su tarea plausible o nos hallamos ante una utopía, un callejón sin salida de urdimbre kafkiana?
La trama pasa a un segundo plano. El protagonista de Satin Island es el monólogo visionario, conformador de una realidad construida desde dentro, de U. Su potente forma de analizarlo todo, de asimilar el entorno físico y de conectar datos. A veces de un modo tan preciso que le conducirán a revelaciones tan agudas que pueden incluso desafiar la propia lógica. Siguiendo los consejos del gran antropólogo Malinowsky, tomará nota de todo, se convertirá en un minucioso observador, cuyo obsesivo nervio óptico, aunado a la monumental prosa de MacCarthy, nos hará disfrutar de un recorrido por una mente lúcida, brillante, analítica. A veces valiéndose de asociaciones impensables como ese personaje gombrowicziano de Cosmos.
El pensamiento y el ritmo de la prosa de este libro son de una solidez deslumbrante. Las imágenes que en Satin Island se deslizan son de una poderosa belleza. Una belleza mental, en la que el ensayo se disfraza de anécdota, y la literatura sale a flote como arma incombustible del pensamiento. Quizá, si el lector busca un libro con trama y personajes, una historia clásica en la que ‘suceden cosas’ este no sea su libro. Porque MacCarthy, con esta novela-informe, escapa de las fronteras de la novela y apuesta por iniciar un afluente de ese río arriesgado ya por otros como Roussel, Vila-Matas o Chejfec.
Quizá, si hubiese que poner un pero al libro, este estaría condicionado por un gusto personal, por echar de menos algún evento memorable que hubiese punteado la narración, y así, todos los detalles y datos que en ella se acumulan consiguiesen trazar un mosaico más compacto y coherente. No obstante, MacCarthy es pura prosa, un delirio de mente que funciona a mil por hora pero con un deliberado sentido de la autoconciencia. Como Delillo, como Javier Moreno, como un Kafka reactualizado que hubiese decidido hacer un libro contemporáneo en el que los castillos y los juzgados se han transformado en imágenes de YouTube y paisajes urbanos desconcertantes.
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