‘Modelos animales’, de Aixa de la Cruz
Por Ricardo Martínez Llorca
Modelos animales
Aixa de la Cruz
Salto de página
Madrid, 2015
140 páginas
Al contrario que en el cultivo de los huertos ecológicos, en la literatura está permitido el uso de insecticidas, pesticidas, herbicidas y otros productos no orgánicos, entre los que se encuentran los fertilizantes, que por muy industriales que sean, no dejan de ser humus para la imaginación. En esa literatura la intromisión de la química no impide que sean bienvenidos los mosquitos, las orugas que son casi crisálidas, el pulgón que ejerce de ganado para las hormigas, y también cualquier pájaro que se alimente de los insectos y de la fruta. La fuerza casi divina de los seres milenarios no combate con la de los humores de laboratorio, sino que forman un universo en el cual puede entrar cualquiera a recoger frutos con los que escribir una historia. Pero hay que ser listo para saber saltar la tapia o abrir el cerrojo de la cancela o, en última instancia, mirar a través de la cerradura y extraer de ahí el material para formar un universo propio en el que conviva lo moderno y lo de toda la vida. Esa es la especialidad de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988), y su resultado destaca por la fuerza de la imaginación.
En Modelos animales recopila varios relatos con el tema universal de la soledad imposible de separar de la piel como constante. Y es que en ocasiones uno tiene la impresión de que un buen escritor es el que consigue transmitir la sensación de soledad, tal vez porque si no existe esa emoción no se consigue dialogar sobre la dignidad, que es el toque de distinción de cualquier forma narrativa. En un principio, leyendo los primero cuentos, ambientados en Canadá, en México, en un Bilbao moderno, uno se siente atraído a creer que Aixa de la Cruz bebe de John Cheever, de Norman Mailer y otros autores americanos. Pero al rato se da cuenta de que su literatura tiene más de Bohumil Hrabal que de Bukowski, a pesar de ciertos detalles de realismo sucio que apunta cada dos o tres páginas. Y es que esa constante se cimenta en las adversidades que surgen durante la adolescencia de los protagonistas. Aixa de la Cruz sigue intrigada por las consecuencias que la adolescencia tiene en nosotros, incluso arrasándonos, y no deja de cuestionarse, como confiesa alguno de sus narradores, si es cierto que todos los actos tienen sus consecuencias. Y los actos de la adolescencia tienen, por fuerza, que ser pura emoción.
Y, sin embargo, los escenarios no pueden ser más diferentes. Una relación de espejo en una obra de teatro en formación, con el cartel de “atención obras”, que significa peligro; incluido el peligro de la muerte. Una madre demasiado joven a la que le extraen un bebé con talasemia, una madre ingenua, torpe y pudorosa hasta el sadismo, y un extraño vínculo entre la criatura y la sangre. Dos viajes paralelos de Londres a Bilbao, unidos por la relación de ambas protagonistas con las drogas, que se van separando a medida que avanza el desplazamiento; un relato que nos habla de que no somos dueños de nuestro destino, pero sí de lo que somos. La idealización de las gamberradas de nuestro paso por el instituto y la melancolía por la inercia a hacer daño sin mirar las consecuencias. La vida en la más decadente de las caravanas americanas, en un relato en el que existe mucha elipsis en la actuación y pocas palabras a la hora de redactarla. Las dudas sobre la propia identidad de alguien encerrado en un váter con anorexia y bulimia, y con la monomanía de que debe ganarse el respeto de los demás. O la ilusión de una ficción novelada de una condenada en la cárcel por culpa de una equivocación en una broma, que la lleva a experimentar con la tortura.
De ese calado es la imaginación de Aixa de la Cruz, a quien debemos seguir leyendo porque, seguro, a medida que vaya ganando en experiencia nos irá dejando mejores obras. Hasta que llegue su mejor novela dentro de unos años. Mientras tanto, un buen lector no debe perderse estos libros para conocer de primera mano la génesis de la obra que está por venir. Y porque a Aixa se le ocurren cosas que a los demás no se nos habrían pasado nunca por la cabeza.
Ricardo Martínez Llorca