Mircea Cartarescu. Autoficción onírica en una Bucarest en ruinas
Por Pedro Pujante.
La obra de Mircea Cărtărescu se caracteriza por su versatilidad. Si con Nostalgia o Cegador, el autor nos descubre un mundo onírico, con retales de su propia biografía y una densidad imaginativa abrasadora, con colecciones de relatos como Las bellas extranjeras o ¿Por qué me gustan las mujeres? consigue esbozar una mueca irónica, y con cierto humor entabla un diálogo con los lectores en el que de nuevo sus experiencias personales salen a relucir. Pero esta vez, rimadas con la mirada satírica de un escritor de vuelta de todo, que ama profundamente la literatura pero que sabe encontrar el lado cómico de la realidad.
En El ojo castaño de nuestro amor, el último libro publicado en España, se reúnen una serie de textos dispares con un hilo conductor: Mircea Cărtărescu.
En las veinte piezas breves que conforman el volumen Cărtărescu hace una regresión y nos habla de sus primeros años como escritor. De la gestación de El levante y la exploración del idioma; de su afición desmedida al café soluble y los sueños psicodélicos que este le procuraba. De su pasión por la literatura, el descubrimiento triste de que la vida no era un libro. El sueño luminoso de un libro inmenso y total que abarcase una existencia. De Jesús, autor bartebiano sin obra. Del amor, en Zaraza, que sin renunciar a sus atmósferas bucarestinas, no deja de emitir ecos de una historia de nostálgicos arrabales, compadritos y tangos al más puro estilo borgeano.
Cărtărescu, escritor total, hace de la vida, obra, y de la literatura, una experiencia vital. Su memoria se ciñe a las reglas de la escritura y (re)construye un universo poblado de signos y marcas que configuran su propia realidad. Una realidad teñida por el halo de los sueños, de la magia de la infancia, de la ficción como engranaje para dar sentido a todo; de la memoria como tejido que todo lo enlaza.
Hay guiños a su propia obra. En Para D., vingt ans après recupera a un personaje de REM, una chica a la que plagió sus sueños y por la que sintió fascinación por ‘su capacidad para soñar.’
En sus fantasías semificcionales, o autoficciones oníricas Cărtărescu hace coincidir lo ilusorio con lo real, lo mágico con lo cotidiano. El autor rumano evoca una isla mítica de la que tuvo noticias en su infancia, y que al trasluz de la memoria adquieren una luminosidad fascinante, y se ilumina de una belleza inusitada. Lo mítico y lo autoficcional también son imbricados en el cuento Pontus Axeinos, un canto al mar en el que Virgilio es convertido en personaje. Y otras experiencias biográficas, me refiero al relato que da título al libro, en las que el tema del doble se explica desde una realidad que vivió el propio autor. Un hermano gemelo, su otra mitad, que perdió la vida muy joven.
Bucarest, sobre todo, la ciudad que vivió al filo del régimen de Ceaușescu es el escenario mitificado de las ficciones cărtăresquianas. Una urbe gris y desolada que parece existir en forma de ruinas –‘A veces pienso que ser rumano significa ser pastor de las ruinas, arquitecto de las ruinas, amante de las ruinas–.’ Se trasmuta la ciudad en una geografía emocional, onírica que no es recorrida con el cuerpo o con la vista, sino con la palabra y una imaginación exacerbada. El Bucarest de Cărtărescu, al que ama y odia, ciudad de estatuas, calles retorcidas y barrios destartalados; el que le retiene y le impulsa, tiene, como el mismo explica en uno de los relatos, la estructura de un cráneo, en el que hay tres cerebros superpuestos, capas que han ido creciendo y tejiendo un mapa vivencial cuyos vértices están marcados por el amor y la literatura.
También hay espacio en estas páginas para repasar la literatura, y en especial, la poesía rumana. Y aunque Cărtărescu se declara un escritor europeo –como Kafka, como Pynchon, como García Márquez- no puede negar su condición de rumano. Porque su obra está tamizada por la melancolía de los años de la censura comunista, años que el autor reseña sin un ápice de patetismo, convirtiendo lo que debió de haber sido una experiencia atroz –hasta encontrar unos pantalones vaqueros era una aventura de tintes épicos– en una historia surrealista e hilarante.
Mircea Cărtărescu con su inigualable estilo directo nos hace pasear por sus pesadillas y memoria sin extravíos. Su prosa, de aparente sencillez, se asoma con gran intensidad en los abismos cotidianos de una vida marcada por la melancolía y la rehabilita a través de la magia de la literatura. Hace, como solo saben hacer los grandes escritores, de su propia experiencia, una obra luminosa, potente y adictiva, que consigue trasmutar el onírico mundo de la capital rumana en un recodo del universo reconocible para cualquier habitante de este enorme cerebro que es el mundo.