‘La práctica de lo salvaje’, de Gary Snyder
Por Ricardo Martínez Llorca
La práctica de lo salvaje
Gary Snyder
Traducción de Nacho Fernández R. y José Luis Regojo Borrás
Varasek
Madrid, 2016
252 páginas
No hay nada que no esté en el Tao Te Ching. Nada. Un breve libro de la sabiduría en el que se nos habla de lo que es necesario sin imponer ninguna conducta. Por ejemplo, es necesario caminar, porque no podemos vivir sin caminar, pero no lo es el sendero. De hecho, la verdadera libertad espiritual consiste en salirse del sendero marcado para ver lo extraordinario hasta en lo cotidiano, hasta en el sencillo acto de bajar a comprar el pan. “Aun así, necesitamos caminos y senderos, y los mantendremos siempre. Primero debes estar en el camino, antes de poder echar a andar en otro sentido y adentrarte en lo salvaje”. Esta frase no está en el Tao Te Ching. Esta frase es con la concluye Gary Snyder (San Francisco, 1930) el ensayo en que dedica más espacio a recorrer el Tao Te Ching como uno de sus libros de cabecera. Poeta de la contracultura, amante de la naturaleza, buscador de la integración espiritual con Gaia, incansable defensor de nuestra condición libre reconociendo que somos también naturaleza o lo salvaje. Pero ese concepto de salvaje queda expresado en la cita anterior. No se trata de volver a la edad de piedra o comer carne cruda. El sendero también puede ser naturaleza, incluso el asfaltado. Pero salvaje es encontrarse con lo que queda fuera del sendero. En ese sentido no solo recoge la enseñanza del taoísmo, también la del budismo, religión que es más una práctica que una teoría; y del principio anarquista que dicta que conservamos la fe en las personas, pero no en los estados; y de la forma en que la generación hippie, la generación beat entendían la idea de ofrenda e intercambio; y de la meditación zen y de Thoreau y John Muir.
En estos ensayos nos encontraremos con unas reflexiones menos vehementes que conmovedoras sobre la resistencia a cualquier forma de opresión y encadenamiento, sobre la defensa de las amplias extensiones de tierra salvaje, que son lugares de abundancia. Cierta práctica agrícola es naturaleza y es imprescindible, la que respeta lo que supone el aire libre. Pero él se centra en los territorios donde encontraremos al zorro cazando. ¿Qué supone o cómo reconocemos que nos hallamos en lo salvaje? La enumeración que se puede extraer a lo largo de este hermoso libro es larga. Pero podríamos dictar algunos ejemplos: sentimos el estado de alerta, el conocimiento de primera mano; participamos del bien común y el acceso a la Tierra; nos encontramos con aquello que es anterior a las leyes escritas por los hombres; perdemos el miedo a una nueva geoorganización en la que no existan los estados; el entorno se vuelve acogedor y aunque nos hallemos en pleno proceso de aprendizaje, el conocimiento no resulta incompatible con los misterios del espíritu. Dicho de otra manera, con una expresión que resume todo ello y que Snyder utiliza en un par de ocasiones, la filosofía de la práctica de lo salvaje es la opuesta a la filosofía de las compañías petrolíferas.
Es inevitable, pues, topar con el concepto de lo sagrado que heredamos de la cultura de Asia, o de ciertas regiones de Asia. El sentido de austeridad y de convivencia de unos enclaves humanos donde se impone la preocupación humana y el respeto. Y también el estudio de la escritura de la naturaleza, el análisis de los textos. Estos textos pueden ser cualquier forma de información almacenada a lo largo del tiempo, como la estratigrafía de las rocas, los anillos concéntricos de un árbol, la caligrafía de los ríos o las capas de la historia. De estas capas se nutren mucho estos ensayos, pues Snyder acude con frecuencia a las asociaciones etimológicas de diferentes lenguas.
Habitante por su propia voluntad de las Montañas Rocosas del norte de California, Snyder es uno de los personajes del siglo XX que no deberíamos perder de vista. Un hombre con una coherencia y una imaginación superior a la de algunos de sus compañeros más conocidos de la generación beat. El hombre que se reconoce en los aborígenes australianos o en las viejas leyes de respeto a los bosques de Japón, en Alaska y en el bosque boreal, y, como justifica a través de unas fábulas, en el animal totémico de lo salvaje, el animal que en las montañas rocosas equivaldría al paso anterior en la evolución hacia el hombre que practica lo salvaje y que no es otro que el oso. Un libro fantástico, que da lástima que alguien se lo pierda.
Pingback: La literatura de montaña contra el mar | La Línea del Horizonte