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Cegados por el sol (2015), de Luca Guadagnino

 

Por Miguel Martín Maestro.

cegados-por-el-sol-cartelSer más joven para ser menos moderno.

Hay que contextualizar la película de Guadagnino para poder afirmar que no conviene dejarse cegar por el sol que más calienta. Por ser actual, la película no es más joven. No se es más moderno ni las películas son mejores, sólo se consigue, y no siempre, evitar que el espectador tenga un punto de referencia para comparar, y de esa manera se plantea que hay un homenaje en vez de una copia. Se pretende vender un producto como una versión cuando no es más que repetición y para evitar la acusación de plagio se introducen variantes con repetición, de tal manera que consigues hacer ininteligible lo que era meridiano y claro en la película de Deray, La piscina. Hay que reconocer que A Bigger Splash (título original) mantiene el reto, de manera más o menos conseguida, durante 90 minutos, pero naufraga clamorosamente en su conclusión, justo donde más evidente se quiere hacer la separación entre original y copia, donde más creativo se muestra el guión respecto al referente, la película pierde pie y se transforma en subproducto amable. Una cosa sí que es verdad, el reparto de la versión moderna me resulta mucho más convincente, mucho más acertado, más equilibrado que el movimiento autómata de una pareja Schneider-Delon que solo funciona en lo estático, y mucho menos en  la profundidad del sentimiento roto. El trío Phiennes-Swinton-Schoenaerts desarrolla a la perfección la trama de la nueva versión, con un redoblado papel al Harry de Fiennes frente al más secundario del interpretado por Maurice Ronet en la versión inicial, con una pareja Swinton-Schoenaerts, descompensada en edad, pero efectiva en pantalla, con menos química y erotismo que esos minutos iniciales de La piscina entre Delon-Romy Schneider, y con una joven Penélope, interpretada por Dakota Johnson, que en la versión contemporánea se diluye como un azucarillo en una taza de café kieslowskiana frente a ese segundo plano casi permanente de Jane Birkin en la original, mucho más intrigante y enigmática con un francés de resonancias británicas que nos impide pensar en la joven como francesa. Pero donde el descalabro de Guadagnino y los guionistas es absoluto, es en el desarrollo de la trama psicológica, bien planteada y bien desarrollada gracias a los actores, es en su conclusión donde desaparece el nihilismo de la versión francesa para vendernos un final moralizante con redenciones imposibles.

La sinopsis de ambas películas puede ser muy similar, durante unas vacaciones en una villa de unos amigos, la pareja Jean Paul y Marianne (Delon-Schneider, Schoenaerts-Swinton) descansa en la soledad de la intimidad absoluta, en el más libre de los mundos que la sociedad moderna permite, aislados de todo y de todos, hasta que esa soledad se rompe por la aparición sorpresiva de otra pareja, Harry y su hija Penélope (Fiennes-Johnson, Ronet-Birkin). Harry fue un antiguo amante de Marianne, Penélope es la joven que recién alcanza la mayoría de edad (en ambas versiones esa edad no es la misma, pero los tiempos tampoco). La libertad y ecos del mayo del 68 no pueden ser trasladados a la versión moderna, de ahí encajar aún más a los personajes en el mundo de la canción y del cine, como si eso justificara cierta relajación en las costumbres, a todas luces impostada. La versión moderna cambia Saint Tropez por Sicilia, la relación Harry-Marianne es conocida expresamente por Jean Paul en la segunda versión y en la primera permanece en la intuición de Jean Paul, pero nadie lo dice. La nueva versión juega al equívoco entre ese padre y esa hija, si es de verdad, si no será una ficción, si ambos no serán amantes. El Harry de la primera versión tiene un carácter nada expansivo mientras que en la segunda es hiperactivo y hasta agotador en su frenético ritmo que aturde… pero hay elementos, sin desvelar el tramo final, que imagino que al espectador le interesará  mantener en el desconocimiento si no ha visto la película de 1969, donde la nueva versión se descompone en un final propio de comedia de mal gusto cuando es el drama el que domina, de principio a fin, el desarrollo de los personajes.

cegados por el solGuadagnino juega a hacer del clásico de Deray una intriga de cine negro y suspense con toques sorrentinianos. Era de esperar, cuando algo funciona, o funciona para un sector del público, que los imitadores surjan rápidamente. No me disgusta, soy un degustador del cineasta napolitano, pero si asumes un modelo has de asumirlo hasta las últimas consecuencias, y el toque de Sorrentino, que a tant@s irrita, resulta que no es tan fácil de imitar, ni en el ritmo ni en la forma. Guadagnino no lo consigue, es más, prostituye el original y convierte sus últimos 30 minutos en un sainete de muy mala calidad absolutamente opuesto a lo ofrecido hasta entonces. Justo cuando La piscina de Deray alcanza el máximo de esplendor, proporciona un estudio psicológico profundo y determinante en el comportamiento de todos los personajes, el director italiano se lanza al brochazo del cine de masas, como si la masa fuera boba, y se permite el lujo de tratar a sus propios compatriotas de lerdos, poco profesionales, idiotas en la investigación de algo que podría parecer un crimen, pero que reflejado en imágenes y en contexto por lo que Guadagnino muestra, se convierte en película cómica irritante. Dejando a este espectador absolutamente desubicado por la forma tan obscena de rematar lo que iba siendo un desarrollo lógico y muy respetable de la historia siguiendo los patrones del original, el final de la versión moderna consigue hacer olvidar el nivel medio aceptable de todo lo demás, incluso de su manera indirecta de incluir en la trama la realidad del drama de los refugiados. Pudiera ser que a Guadagnino, o a quien le encargó la historia, no le guste el final de La piscina, pero desde luego su opción no la mejora. La risa final de la pareja Marianne-Jean Paul no puede sino reflejar la idiocia de dos personajes que no lo han sido previamente, la solución ante lo que ocurre enfrenta la racionalidad sentimental del precedente francés con la aparente fórmula del borrón y cuenta nueva del italiano, porque la actual parecería seguir la corriente de que, lo que no está en el mundo de la policía, no ha ocurrido. Ese lloriqueo de Penélope al subir al avión que la devuelve a casa no tiene relación, ni racional, ni emocional, con lo visto en la hora anterior.

Guadagnino sabe que tiene un par de ases muy efectivos en su propuesta y eso hace que la película vuele alto aunque su suelo se encuentra siempre muy cerca, mucho más cerca de lo que parecería. Sin Fiennes, y en menor medida, sin una enmudecida Swinton, la película no sería imaginable como producto de calidad, de hecho, tras la desaparición de pantalla de Fiennes, el producto se desinfla y entra en pánico. Jugando a enseñarnos un paisaje, olvida que el desencadenante de la conmoción psicológica de los personajes está en esa casa y en esa piscina donde el ambiente se va tornando irrespirable, cuanto más saca Guadagnino a los personajes de ese entorno, más rompe la opresión malsana de un ambiente merecedor de ser calificado como digno de Patricia Highsmith, justo al contrario que su precedente, en el que Deray va encerrando a Jean Paul-Marianne en un entorno negativo que trastoca su aparente felicidad inicial. Guadagnino quiere que hagamos turismo con los protagonistas y que lo que sucede es fruto de una insolación y de un viento tórrido procedente de África, mientras que Deray sabe que lo que ha de transmitirse es el frío interno de unas relaciones que van apagándose, concluyendo en el agotamiento de un silencio. Guadagnino juega a calentar las brasas mientras que Deray nos ofrecía el progresivo enfriamiento de unos rescoldos que, a duras penas, podían revivir. Penélope y Harry no son los objetos de deseo ni de reconciliación por relaciones pasadas, son el exponente de que algo no funciona entre la pareja que disfruta al principio de la película. Ese aspecto Guadagnino no sabe transmitirlo, sino que juega a un elemento de seducción permanente que agota y estanca la acción hacia una conclusión donde entra en juego un instinto de supervivencia innecesario.

Por eso, el espectador que se enfrente con la película actual sin referencias, disfrutará de ese desarrollo, y espero, será capaz de ver cómo el relato entra en coma después del momento culminante, pero si el espectador recuerda La piscina, o la vuelve a ver con ocasión del estreno de A Bigger Splash tendrá que terminarse preguntando ¿para qué volver a contar lo mismo? Es justamente lo original del nuevo relato lo que peor funciona, ¿no es, entonces, prueba evidente del error? Ambas películas tienen una duración similar y, sin embargo, el desenlace de la versión moderna se eterniza y pierde interés, mientras la versión de 1969 exige un esfuerzo definitivo a espectador y equipo para mantener una fuerza rotunda en su final de soledad y fracaso. Lo que en Deray es un relato cronológico, en Guadagnino necesita el uso convencional del flashback para retratarnos a los personajes y sus orígenes, algo absolutamente prescindible como demuestra el original. En conclusión, una película recomendable con la salvedad de ese final, de nivel medio, que, sin embargo, confrontada con la que provoca su existencia casi 50 años después, demuestra todas sus imperfecciones y su evidente menor calidad y compromiso moral.

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