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‘Contad, hombres, vuestra historia’, de Alberto Savinio

Por Ricardo Martínez

Acantilado, Barcelona, 2016

ACA0326aHe aquí una narración bien expresa, una forma de contar canónica en el sentido de una literatura confeccionada a partir de un lenguaje depurado, conciso, eficaz. Como lector me parece un regalo que alguien, el autor, se dirija a mí contando algo de un modo real y poético a la vez. Veamos, por ejemplo, cómo Savinio recoge su impresión visual de una visita realizada al pueblo de Collodi, hogar natural de nacimiento del creador de Pinocho: «(el pueblo) se encarama transversalmente en lo alto de una colina, como un manto abigarrado sobre un puf de terciopelo verde». (Por cierto, este sería el momento de hacer mención de la magnífica labor realizada por el traductor). En cuanto a la palabra ‘puf’, aceptémosla temporalmente como un neologismo, esas rarezas que demuestran que un lenguaje es algo vivo.

Y qué decir con el entrañable afecto (el autor demuestra una vinculación con sus temas que hace ahondar con mayor fiabilidad en su discurso) a propósito del dibujante y escultor Gemito, ‘o escultore pazzo’ (el escultor loco) «… era mucho más escultor en sus dibujos que en sus estatuas. Al dibujar parte del punto, de lo concreto, de lo íntimo y se prolonga hacia el infinito. Sus dibujos continúan fuera del papel». Es una suerte, de verdad, asistir a un lenguaje tan rico, a una exposición tan nítida, tan sonora, tan significativa…

Y, cuando alude a la vida del mejor constructor de violines, escribe… «Tratándose de Antonio Stradivari, cuya vida no es una vida de acontecimientos sino sólo de sonidos dulcísimos y vigorosos, conviene reconstruir con la ligereza, la habilidad de una araña la muy tenue trama de las misteriosas analogías, de las coincidencias inefables». Pero también nos habla, en esta recopilación de textos alusivos a ‘esos hombres que han de contar sus historias’ tal como reza el título, de la azarosa vida de Isadora Duncan, o del preclaro Felice Cavalloti, quien, al nacer «La Musa tiene echado el ojo ya al muchacho».

Un texto, así, inteligente, delicado, tan sutilmente poético y sugerente que el buen lector se sentirá congratulado consigo mismo, a sabiendas del oportuno comentario de C.R. Zafón a propósito de la lectura: «Los libros son espejos: sólo se ve en ellos lo que uno ya lleva dentro». Pues sea.

Aquí diríase que el lector, sorprendido tal vez de sí, saldrá ganando.

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