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El niño y la bestia (2015), de Mamoru Hosoda

 

Por Miguel Martín Maestro.

el_nino_y_la_bestia_cartelRecién estrenada y se puede ver en una sala de Valladolid, conviene darse prisa, el buen cine tiende a ser cada vez menos frecuente en las pantallas, y el que se exhibe suele ser retirado en pocos días. Afortunadamente hace tiempo que acabó, aunque siempre quedan rescoldos que se avivan en el lugar común del comentario, la identificación de cine de animación con cine para niños, o para niños acompañados por sus padres. Gran parte de ese fin de una categorización tan injusta como arbitraria procede de dos cinematografías, o mejor dicho, de dos productoras, Pixar en Estados Unidos y Ghibli en Japón. Miyazaki y Lassiter son los referentes de ambas y tras ellos, y junto a ellos, muchos otros han conseguido ir creando un universo artístico fundamental en un sector del cine que, no alcanzando a la masa del público, aglutina a un sector muy amplio y heterogéneo de espectadores y que es más que las dos productoras mencionadas. El fenómeno del anime japonés merece una seria reflexión acerca de su alcance fuera de su ámbito cultural más cercano. Del cómic a las películas de animación, y de ahí incluso al cine con actores (sin ir más lejos la maravillosa Nuestra hermana pequeña de Hirozaku Kore-eda tiene su origen en un cómic), la influencia del dibujo japonés ha trascendido a su soporte papel y a un público inicialmente joven y fanático. De ese magma surgen autores de tal entidad como Miyazaki, Takahata, Otomo, Satoshi Kon, Yonebayashi, Shiro, Hosoda… son unos cuantos de los referentes cinematográficos del Japón de la animación, un lujo y una envidia para cualquier otro país.

De Hosoda han llegado cosas a España, país que no se caracteriza por su arrojo a la hora de permitir el paso a propuestas diferentes en las pantallas comerciales, la mayor parte de ellas directamente al mercado digital doméstico. Que se estrene en pantalla grande y en salas comerciales su última película es una buena noticia, y si además se añade que la propuesta es ambiciosa y de calidad, mucho mejor. Curiosamente, tras una larga sequía coinciden en cartelera tres grandes películas de animación japonesa, que dure y se mantenga la llegada de este tipo de cine, tres películas que demuestran lo diferente y distinto que puede ser según el artista que las concibe. La chica que saltaba a través del tiempo, Summer Wars y Los niños lobo son las obras precedentes de Hosoda, y el estilo de dibujo se mantiene, un estilo reconocible que le emparenta con unos rasgos estéticos orientales pero con toques de occidentalización, como si el rasgo facial japonés debiera dulcificarse y hacerse más cercano a una estética caucásica sin perder de vista totalmente su origen. En El niño y la bestia Hosoda juega, desde un relato fácilmente entendible para los más pequeños, a crear un universo paralelo en el que la libre voluntad forja el carácter. Para ello hay que inventar un mundo paralelo, las sociedades actuales, y probablemente las de cualquier época, han mirado siempre mal a sus miembros que intentan explorar rutas alternativas. Separarse de la norma, hacerse individuos a fuerza de reivindicar su carácter y condición única es peligroso, no querer ser rebaño te significa. Para forjar un carácter hay que tener un espíritu indomable, algo que también entraña un peligro. Lo indomable suele venir diseñado por sentimientos extremos, amor, ambición, generosidad, odio… según cual sea el dominante, el resultado final puede suponer un individuo extraordinario o extraordinariamente peligroso.

Bakemono no ko es una película de aprendizaje, una película de formación para dos seres cuya individualidad les ha marginado. El dibujo no es abstracto ni complejo, contiene la suficiente nota de claridad y oscuridad como para revelar los datos identitarios de cada uno de los personajes. Hosoda utiliza el doble mundo de humanos y espíritus tan propio del cine japonés de animación. Si atendemos al referente de Miyazaki, ese doble mundo suele interactuar, los espíritus del bosque, los pequeños dioses familiares, las presencias espirituales cercanas al budismo, se transforman en personajes que se mezclan con los humanos. Hosoda separa ambos mundos como realidades incompatibles. Las bestias del título son los espíritus sencillos y bondadosos aspirantes, en función de su perfección, a llegar a ser dioses. Viven en un mundo paralelo anclado en una especie de edad antigua donde la felicidad, ajena a los vicios más nocivos del ser humano, les permite vivir en armonía. En ese mundo imposible de alcanzar por un humano el señor del mismo decide elevarse de categoría y establecer un torneo entre los dos candidatos que considera más dignos para sucederle, uno de ellos Kumatetsu, haragán, vago, desastrado, irritable. En el trazo del dibujo de esta especie de oso enorme, los gestos y los comportamientos nos recuerdan a esos papeles de Mifune haciendo de Ronin, de samurái presuntuoso y arrogante, fanfarrón y pendenciero. Toda la comunidad de bestias no alcanza a comprender la elección de su señor, al escoger a ese rival para oponerse al líder natural del lugar, un imponente jabalí blanco, blancura que revela su educación, su formación, su honestidad, su inmaculado comportamiento. Cuando el niño, Kyuta, huye de su hogar, muerta su madre y ausente un padre que desapareció cuando el matrimonio se divorció, su alma se llena con un agujero negro de odio y rencor. En un oscuro callejón, Kumatetsu ha ido de excursión a la gran ciudad, al gran Tokyo de Ginza y Shibuya, buscando un aprendiz, una de las obligaciones que le ha puesto el señor para admitirle como digno rival de su oponente.

nino bestiaEn ese encuentro, inicialmente frustrado, el niño encamina sus pasos intentando encontrar al guerrero por las callejuelas cercanas, siendo arrastrado por una fuerza sobrenatural que le introduce en el mundo de las bestias. A partir de ese momento la película habla del aprendizaje y la lealtad, pero recíproco. Kyuta se identifica rápidamente con Kumatetsu por su soledad, por su valentía no ausente de temeridad, porque nadie le admira ni le respeta. Ambos personajes se necesitan aunque ninguno lo crea, ¿qué va a enseñar un niño a un guerrero y viceversa? Los años van haciendo a ambos mejores y más sabios, disciplinados y conscientes de sus limitaciones, mejoran con el apoyo del otro, algo menos que un padre y un hijo, pero algo más que maestro y alumno. El vínculo que surge entre los dos protagonistas de la película habla de las cosas importantes de la vida, de renunciar para mejorar, de esforzarse para superar retos que parecen imposibles. Finalmente Kyuta y Kumatetsu son cuerpo y alma, han vagado en realidades y mundos paralelos de manera incompleta, necesitando encontrarse para conformar una unidad que se ve amenazada por el recuerdo del mundo de los humanos. Cuando Kyuta se hace casi adulto, retorna el recuerdo del pasado, de su mundo real, las calles de Ginza, la animación nocturna de los barrios tokiotas, siente la necesidad de un padre, de saber por qué no fue a buscarle cuando se quedó huérfano y estuvo a punto de ser recogido por la familia materna que no lo quería.

El padre ausente, el descubrimiento del amor y la necesidad de aprender y formarse para una vida real y no en un mundo de espíritus, produce el choque dramático necesario para elevar la historia desde el proceso de formación al desenlace. Un desenlace en el que ambos mundos están a punto de perecer por ese agujero en el alma de dos personajes que, de manera nada casual, se encuentran en un universo que no les corresponde. Ambos heridos en su infancia, abandonados a su suerte, huérfanos de pasado e identidad, discípulos de seres que pertenecen a otra dimensión, su lucha no es sino la lucha eterna del bien y del mal. La belleza amenazante de esa ballena que atraviesa el famoso cruce de múltiples pasos de peatones de Tokyo ofrece un final arrebatadoramente bello en medio de la amenaza de destrucción. Moby Dick revive en Tokyo de manera magistral, y el arpón que la neutraliza no necesita de un Achab reconcomido por el odio, es el amor y la entrega los que eliminan el mal sin necesidad de muerte. Hosoda es un director relativamente joven con un importante currículum tras de sí, y seguro que nos va a seguir ofreciendo maravillas de este calibre. Un lujo para llevar a los niños a las salas, un lujo para ir en familia, y un lujo para cualquier adulto amante del cine. Olviden los prejuicios de “cine de dibujos” y disfruten de la historia y de las imágenes.

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