Viaje al Macondo real
Por Ricardo Martínez Llorca
Viaje al Macondo real
Alberto Salcedo Ramos
Pepitas de calabaza
Logroño, 2016
320 páginas
El centro del universo es ese lugar que está en ocasiones en nuestro paladar y en otras, unos segundos más tarde, en el estómago. Ahí dentro no sucede nada digno de relatar, porque el hedonismo no es un manantial de géneros narrativos. Sin embargo, a medida que nos alejamos de ese centro surgen los relatos, más y más historias. Hasta el punto de que en la periferia, allí donde acaba el universo conocido, al borde de la Nada, lo que sucede ya no son anécdotas o versiones más o menos lúcidas, más o menos interesantes de la vida. Allí lo que ocurre son dramas.
Allí eso que se conoce como aldea global tiene más de aldea que de global. Puede que en un quiosco te vendan Coca-Cola o una cerveza, pero la historia de la familia del quiosquero no será la misma que la del habitante de raza media de un barrio de Valladolid. En las aldeas, como en Macondo, las leyes se construyen sobre sí mismas, sobre el suelo de laterita, los chaparrones de ranas, el paso del tiempo que pierde un orden cronológico o un sentido de patria geográfico que nada tiene que ver con la continuidad del territorio en el mapa. Por ejemplo, la patria de Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, Colombia, 1963) tiene que ver con el idioma común que se habla en México, El Salvador o la selva del país que le dio un pasaporte. Dotado de un oído tan exquisito como los grandes escritores colombianos –García Márquez, Álvaro Mutis, Fernando Vallejo, etc.-, Salcedo Ramos no se inventa esas aldeas. Las visita. De esta forma esa prosa caribeña, esas metáforas, ese ritmo, está al servicio de un realismo social que da voz a los pobres. Como debe hacer cualquier persona honesta.
En esta recopilación de artículos que es Viaje al Macondo real, el primer bloque se centra en personajes concretos. La mayoría de ellos se distinguen por haber sido pendencieros, peleones, bravos, salidos del arroyo y ahora difuminados tras un paso efímero por los tabloides. Salcedo Ramos no se limita a entrevistarles, les conoce, pasa un tiempo con ellos. Y así es como surgen unos perfiles que en nada tienen que envidiar a los de Leila Guerriero o Alma Guillermoprieto.
Los personajes que copan el segundo bloque son seres solitarios, en el sentido en que nadie ha sabido de su existencia, fuera de un círculo familiar, local. Un bufón que se gana la vida contando chistes en los velatorios, un equipo de fútbol de travestis incapaces de darle al balón con el pie, un boxeador cuya victoria, tras recibir una paliza, es poder pagar la deuda que mantiene con el colegio donde está escolarizada su hija. El cariño hacia los perdedores nos habla de la dignidad de la derrota. Y ese es un asunto al que deberíamos prestar más atención cuando celebramos cualquier éxito: porque siempre hay un damnificado.
Finalmente, agrupa unas crónicas que ya no se atienen a un personaje, sino a un coro. Una aldea masacrada, que es una de las crónicas más estremecedoras que se han escrito, para estómagos valientes, da inicio a estos episodios. Es en ellos donde se nos habla de Macondo real, de la aldea que, se dice, inspiró a García Márquez, convertida en un parque temático. Pero esa crónica sigue siendo una anécdota, como lo demuestra el compararla con la reseña de los mutilados por minas antipersona que todavía se esconden en ciertos senderos del país. Viaje al Macondo real es un libro que deberían leer no solo los aficionados al periodismo. Es un ejercicio literario de altura, de grandeza, entre otras cosas porque no hay nada más grande que ponerse del lado de los perdedores, y además hacerlo con un proyecto moral que es la fuente de la que bebe su gran estilo.