Aldo Leopold: «La naturaleza virgen»
«La naturaleza virgen es la materia bruta a partir de la cual el hombre ha forjado el artefacto que llamamos civilización. La naturaleza virgen nunca fue una materia bruta homogénea. Siempre fue muy diversa, y los artefactos resultantes son muy diversos. Las diferencias en el producto final son conocidas como culturas. La rica diversidad de las culturas del mundo refleja una diversidad correspondiente en las naturalezas que las alumbraron. Por primera vez en la historia de la especie humana, dos cambios son ahora inminentes. Uno es el agotamiento de la naturaleza virgen en las partes del globo más habitables. El otro es la hibridación mundial de culturas a causa del transporte moderno y la industrialización. Ninguno de estos cambios puede impedirse, ni se debería quizás; pero surge la cuestión de si, mediante algunas leves mejoras en los cambios inminentes, pueden protegerse ciertos valores que, de otro modo, se perderían.
Para el que trabaja con el sudor de su frente, la materia bruta en el yunque es un adversario que debe ser domeñado. Igual era la naturaleza virgen para el pionero: un adversario. Sin embargo, para el trabajador que está en reposo, capaz por un momento de echar una mirada filosófica a su mundo, esa misma materia bruta es objeto de amor y cuidado, porque define y da sentido a su vida. Este ensayo es una súplica para que se conserven algunos restos de naturaleza virgen, como piezas de museo, para la educación de aquellos que, un día, podrían desear ver, sentir, o estudiar los orígenes de su herencia cultural.
Los restos
Muchas de las diversas naturalezas vírgenes a partir de las cuales hemos forjado América ya se han perdido; por tanto, en cualquier programa práctico, las áreas que deban ser preservadas han de variar mucho en tamaño y en grado de integridad. Ningún hombre vivo volverá a ver la pradera de hierbas altas, donde un mar de flores alcanzaba los estribos del pionero. Deberíamos buscar y encontrar parcelas, aquí y allá, donde las plantas de la pradera pudieran mantenerse vivas como especie. Había un centenar de estas plantas, muchas de belleza excepcional. La mayoría de ellas son desconocidas para los que han heredado sus dominios.
Pero la pradera de hierba baja, donde Cabeza de Vaca vio el horizonte bajo las barrigas de los bisontes, sigue existiendo en unos pocas zonas de 10.000 acres de extensión, aunque bastante triturada por las ovejas, el ganado y la agricultura de secano. Si se conmemora a los pioneros del cuarenta y nueve en los muros del capitolio del estado, ¿no merece conmemorarse el escenario de su poderosa hégira con varias reservas nacionales de pradera?
En Florida queda una porción de pradera costera, y otra en Tejas, pero los pozos de petróleo, los campos de cebollas y las plantaciones de cítricos las están cercando, armados hasta los dientes con aplanadoras y excavadoras. Ésta es la última llamada de socorro. Ningún hombre vivo volverá a ver los pinares vírgenes de los estados de los Grandes Lagos, ni los bosques bajos de la llanura costera, ni los bosques de gigantescos árboles de madera dura; de todos éstos, tendremos que contentarnos con muestras de unos pocos acres. Pero todavía quedan varias zonas de arces, del tamaño de unos mil acres; quedan trozos similares de bosques de madera dura de los Montes Apalaches, de bosques de madera dura del pantano sureño, del pantano de cipreses, y de la picea de los Adirondack. Muy pocos de tales restos están a salvo de cortes de prospección, y menos aún de carreteras turísticas prospectivas.
El litoral es una de las categorías de naturaleza virgen que disminuye de un modo más rápido. Las casas de campo y las carreteras turísticas casi han aniquilado las costas salvajes de ambos océanos, y el Lago Superior está ahora perdiendo el último gran resto de línea de costa virgen en los Grandes Lagos. No hay otro tipo de naturaleza virgen que esté más íntimamente entretejida con la historia, y ninguna más próxima a una completa desaparición.
En toda Norteamérica al este de las Montañas Rocosas, sólo hay una gran zona preservada formalmente como naturaleza virgen: el Parque Internacional de Quetico Superior, en Minnesota y Ontario. Este magnífico pedazo del país de las canoas, un mosaico de lagos y ríos, está sobre todo en Canadá, y puede ser tan grande como Canadá quiera que sea. Pero su integridad se ve amenazada por dos recientes desarrollos: el aumento de las infraestructuras para pesca, a las que se accede con la ayuda de hidroaviones; y una disputa jurisdiccional sobre si la parte final del área, en Minnesota, acabará siendo toda ella Bosque Nacional, o parcialmente Bosque del Estado. Toda la región está amenazada por embalses para el aprovechamiento hidroeléctrico, y esta escisión lamentable entre los defensores de la naturaleza puede acabar dando ventaja a la electricidad.
En los estados de las Montañas Rocosas, un conjunto de zonas en los Bosques Nacionales, de un tamaño variable entre cien mil y medio millón de acres, está preservada como naturaleza virgen, y cerrada a las carreras, hoteles y otros usos hostiles. En los Parques Nacionales se reconoce el mismo principio, pero no están delimitadas las fronteras específicas. En conjunto, estas áreas federales son la espina dorsal del programa de preservación de naturaleza virgen, pero no están tan seguras como pueden hacernos creer los documentos de registro. Las presiones locales a favor de nuevas carreteras turísticas van quitando un pedacito de aquí y otro de allá. Está la eterna presión para que se extiendan las pistas forestales para el control de incendios, y éstas, poco a poco, se convierten en carreteras públicas. Campamentos de las CCC con la gente mano sobre mano representaron una extendida tentación de construir nuevas, y a menudo, innecesarias carreteras. La escasez de madera durante la guerra dio ímpetu a la necesidad militar de ampliar muchas carreteras, algunas legítimamente, otras no. Ahora se están promocionando funiculares y hoteles para esquiar en muchas áreas montañosas, a menudo sin tener en cuenta su designación previa como naturaleza virgen.
Una de las invasiones más insidiosas de la naturaleza virgen es a través del control de los grandes depredadores. Funciona así: los lobos y los leones de montaña son exterminados de una zona virgen para facilitar la gestión de la caza mayor. Como consecuencia, los rebaños de caza mayor (normalmente ciervos o alces) aumentan hasta el punto de agotar los terrenos de pasto. Entonces, se anima a los cazadores para que cosechen el excedente, pero los cazadores modernos no quieren operar lejos del coche; así que hay que construir una carretera para garantizar el acceso a la caza sobrante. Una y otra vez, las áreas de naturaleza virgen se han parcelado mediante este proceso, y no hay quien lo pare.
El sistema de zonas salvajes de las Montañas Rocosas cubre una amplia gama de tipos de bosque, desde los enebros del Suroeste hasta los «ilimitados bosques por donde se desliza el Oregón”. Sin embargo, faltan áreas desérticas, tal vez a causa de esa anticuada estética que limita la definición de «paisaje» a los lagos y los pinares. En Canadá y en Alaska, quedan aún grandes extensiones de campo virgen “Donde viajeros sin nombre vagan por ríos sin nombre y en extraños valles mueren sus extrañas muertes, solos.”
Se puede y se debería preservar una serie representativa de estas áreas. Muchas tienen un valor insignificante o negativo para el uso económico. Se afirmará, por supuesto, que en tales condiciones no es necesario ningún plan deliberado; que de todos modos sobrevivirán las zonas adecuadas. Toda la historia reciente tiende a desmentir una suposición tan consoladora. Incluso si sobreviven los lugares salvajes, ¿qué pasa con su fauna? El caribú de los bosques, las diversas razas de cabras y muflones, la forma pura del bisonte de los bosques, el oso grizzly de los yermos, las focas de agua dulce, y las ballenas son especies amenazadas incluso ahora. ¿De qué servirían las zonas salvajes despojadas de su fauna característica? El Instituto Ártico, recientemente constituido, se ha embarcado en la industrialización de las tierras baldías del Ártico, con perspectivas de tanto éxito como para arruinarlas por completo en cuanto naturaleza virgen. Ésta es la última llamada de socorro, incluso para el Lejano Norte.
Hasta qué punto Canadá y Alaska serán capaces aprovechar estas oportunidades es lo que todos nos preguntamos. Los colonizadores, por regla general, se burlan de cualquier esfuerzo por perpetuar las condiciones de la colonización.
(…)
Naturaleza virgen para la ciencia
La característica más importante de un organismo es esa capacidad para su autorrenovación interna que llamamos salud. Hay dos organismos cuyos procesos de renovación interna han estado sujetos a la interferencia y el control humanos. Uno de ellos es el mismo ser humano (medicina y salud pública). El otro es la tierra (agricultura y conservación).
El esfuerzo por controlar la salud de la tierra no ha tenido mucho éxito. Ahora, por regla general, ya se entiende que cuando el suelo pierde fertilidad, o se erosiona más rápido de lo que se regenera, o cuando los sistemas hídricos muestran desbordamientos o sequías anormales, es porque la tierra está enferma.
Se conocen otros desarreglos en cuanto hechos, pero todavía no se ven como síntomas de la enfermedad de la tierra. La desaparición de especies animales y vegetales sin una causa visible, a pesar de los esfuerzos para protegerlas, y la irrupción de otras especies como plagas, a pesar del esfuerzo para controlarlas, deben ser vistas, en ausencia de explicaciones más sencillas, como síntomas de enfermedad en el organismo de la tierra. Estos fenómenos están ocurriendo ahora con tal frecuencia que no podemos descartarlos como acontecimientos evolutivos normales.
El estado del pensamiento sobre estos achaques de la tierra se refleja en el hecho de que nuestra manera de tratarlos sigue siendo predominantemente local. Así, cuando un suelo pierde fertilidad le echamos fertilizante o, en el mejor de los casos, alteramos su flora y fauna domesticadas, sin considerar el hecho de que su flora y fauna silvestres, –que, para empezar, son las que formaron el suelo– pueden igualmente resultar importantes para su conservación. Por ejemplo, recientemente se ha descubierto que las buenas cosechas de tabaco dependen, por alguna razón desconocida, del acondicionamiento que del suelo hacen las ambrosías silvestres. No se nos ocurre que esas inesperadas cadenas de dependencia pueden tener una gran importancia en el mundo natural.
Cuando los perros de la pradera, las ardillas terrestres o los ratones aumentan en número hasta el nivel de plagas, los envenenamos, pero no miramos más allá del animal para encontrar la causa de tal irrupción. Damos por sentado que los problemas animales deben de tener causas animales. Las últimas pruebas científicas señalan que el verdadero foco de las irrupciones de roedores está en desarreglos de la comunidad de las plantas, pero se están efectuando pocas investigaciones más a partir de este indicio. Muchas plantaciones forestales producen un árbol o dos en un suelo donde, en origen, crecían tres o cuatro. ¿Por qué? Los ingenieros forestales que razonan saben que la causa probablemente no esté en el árbol, sino en la microflora del suelo, y que restaurar esta flora puede llevar más años de los que costó destruirla.
Muchos tratamientos para la conservación son del todo superficiales. Las presas para el control de las inundaciones no tienen relación con las causas de las inundaciones. Las presas de control y los aterrazamientos no afectan a las causas de la erosión. Los vedados, granjas y viveros para mantener el suministro de caza y pesca no dan cuenta de por qué éste es incapaz de mantenerse por sí mismo. En general, las pruebas científicas tienden a indicar que en la tierra, como en el cuerpo humano, los síntomas pueden estar en un órgano y la causa en otro. Las prácticas que ahora llamamos conservación constituyen, en gran parte, alivios locales del dolor biótico. Son necesarias, pero no deben confundirse con la curación. El arte de curar la tierra está intentándose con vigor, pero la ciencia de la salud de la tierra está aún por nacer.
Una ciencia de la salud de la tierra necesita, lo primero de todo, datos básicos sobre lo que podemos considerar normalidad, un cuadro de cómo la tierra sana se mantiene a sí misma en cuanto organismo. Disponemos de dos normas. Una está allí donde la fisiología de la tierra permanece a grandes rasgos en la normalidad a pesar de siglos de ocupación humana. Sólo conozco un lugar así: el Nordeste de Europa. No es probable que dejemos de estudiarlo.
La otra norma, y la más perfecta, es la naturaleza virgen. La paleontología ofrece abundantes pruebas de que la naturaleza virgen se mantuvo a sí misma durante períodos inmensamente largos; sus especies componentes rara vez se perdieron, ni se desmandaron; el clima y el agua reponen el suelo tan rápidamente como éste se desgasta, o más rápido. Así, la misma naturaleza virgen cobra una importancia especial como laboratorio para el estudio de la salud de la tierra.
No se puede estudiar la fisiología de Montana en el Amazonas: cada provincia biótica necesita su propia naturaleza virgen para los estudios comparativos de tierra en uso y sin usar. Desde luego, ya es demasiado tarde para salvar más que un conjunto desequilibrado de áreas donde estudiar la naturaleza virgen, y la mayoría de estos restos son demasiado pequeños como para mantener una normalidad cabal. Incluso los Parques Nacionales, cada uno de los cuales se extiende hasta un millón de acres, no han sido lo suficientemente grandes como para retener a sus depredadores naturales, o para evitar enfermedades animales traídas por la ganadería. El Parque de Yellowstone ha perdido sus lobos y pumas, con el resultado de que los alces están arruinando la flora, sobre todo durante el nomadeo invernal. Al mismo tiempo, están disminuyendo el oso grizzly y las cabras montesas, estas últimas a causa de enfermedades.
Mientras que incluso las áreas mayores de naturaleza virgen están enfermando parcialmente, J.E. Weaver necesitó tan sólo unos pocos acres silvestres para descubrir por qué la flora nativa de la pradera es más resistente a la sequía que la flora agronómica que la ha suplantado. Weaver vio que las especies nativas de la pradera practican el «trabajo en equipo» bajo tierra, distribuyendo sus sistemas de raíces para cubrir todos los niveles, mientras que las especies que abarca la rotación agronómica se amontonan en un nivel y descuidan otro, con lo que desarrollan déficits acumulativos. De las investigaciones de Weaver resultó un importante principio de agronomía.
De nuevo, se requirió sólo unos pocos acres silvestres para que Togrediak descubriese por qué los pinos en viejos predios agrícolas nunca consiguen la talla o la resistencia al viento de los pinos en suelos de bosque no roturado. En el último caso, las raíces siguieron canales de raíces viejas, y así alcanzaron mayor profundidad.
En muchos casos, literalmente no sabemos el buen funcionamiento que se puede esperar de una tierra sana, a menos que tengamos una zona silvestre para comparar con las enfermas. Así, la mayoría de los que viajaron por primera vez al Suroeste describen ríos de montaña originalmente muy claros; pero subsiste una duda, porque pueden haberlos visto accidentalmente en una estación propicia. Los ingenieros dedicados a la erosión no tenían un dato de base hasta que se descubrió que ríos del todo similares en Sierra Madre (Chihuahua), nunca pastoreados ni usados por miedo a los indios, muestran un matiz lechoso en su peor momento, no demasiado turbio para una mosca de trucha. En sus orillas, el musgo crece hasta el borde del agua. La mayoría de los ríos correspondientes en Arizona y Nuevo México son cintas de cantos rodados, sin musgo, ni humus, ni casi árboles. La preservación y el estudio de la naturaleza virgen en Sierra Madre, mediante una estación experimental internacional, sería una empresa de buena vecindad que merece la pena tener en cuenta.
En pocas palabras: todas las áreas salvajes disponibles, grandes o pequeñas, probablemente tendrán valor de norma para la ciencia de la tierra. El esparcimiento no es su única, ni siquiera principal utilidad.
Naturaleza virgen para la vida silvestre
Los Parques Nacionales no bastan como medio para perpetuar los grandes carnívoros; lo atestigua la precaria situación del oso grizzly, y el hecho de que el sistema de los parques ya no tiene lobos. Tampoco bastan para las cabras montesas; la mayoría de los rebaños están disminuyendo.
Las razones están claras en algunos casos, y oscuras en otros. Resulta obvio que los parques son demasiado pequeños para especies tan errabundas como el lobo. Muchas especies animales, por razones desconocidas, no parecen prosperar en islas separadas de población.
La manera más practicable de aumentar la zona a disposición de la fauna silvestre es que las partes más intactas de los Bosques Nacionales, que suelen rodear a los Parques, funcionen como parques también con respecto a las especies amenazadas. Que no han funcionado así en el pasado está trágicamente ilustrado en el caso del oso grizzly.
En 1909, cuando vi por vez primera el Oeste, había osos en cada macizo principal de montañas, pero podías viajar durante meses sin encontrarte con un guarda de conservación. Ahora hay un guarda «detrás de cada arbusto», y a medida que crecen las instituciones encargadas de la vida silvestre, nuestro mamífero más formidable se retira sin cesar hacia la frontera canadiense. De los 6.000 osos grizzly oficialmente registrados en áreas que pertenecen a los Estados Unidos, 5.000 están en Alaska. Sólo cinco estados tienen alguno. Parece como si se hubiera asumido tácitamente que si los osos sobreviven en Canadá y en Alaska, ya vale. Pero a mí no me vale. Los osos de Alaska son una subespecie distinta. Relegar los osos a Alaska es como relegar la felicidad al paraíso; tal vez uno nunca llegue allí. Salvar a los osos requiere una serie de grandes zonas, de las cuales estén excluidas las carreteras y el ganado; o en las que se indemnicen las pérdidas de ganado. La única manera de crear tales zonas es comprando los ranchos de ganado dispersos, pero hasta hoy los departamentos de conservación no han hecho casi nada al respecto, a pesar de su gran poder para comprar y cambiar tierras. Me han dicho que el Servicio Forestal ha establecido una zona para el oso grizzly en Montana, pero conozco otra zona montañosa en Utah donde ese mismo Servicio ha promocionado una industria ovina, aunque allí se asentaba la última población de osos que quedaba el estado. Territorios estables para el oso grizzly y áreas estables para la naturaleza virgen son, por supuesto, dos nombres para el mismo problema. Defenderlas con entusiasmo requiere un pensamiento firme sobre la conservación, y una perspectiva histórica. Sólo de quienes son capaces de apreciar el espectáculo de la evolución, se puede esperar que valoren su escenario, la naturaleza virgen, y su logro más sobresaliente, el oso. Pero si la educación educa de verdad, con el tiempo habrá más y más ciudadanos que entiendan que las reliquias del Viejo Oeste añaden valor y significado al Nuevo. Jóvenes que aún están por nacer remontarán el Missouri con Lewis y con Clark, o escalarán las Sierras con James Capen Adams, y cada generación volverá a preguntarse: «¿Dónde está el gran oso blanco?» Sería una pena tener que responder que desapareció mientras los conservacionistas no estaban mirando.
Los defensores de la naturaleza virgen
La naturaleza virgen es un recurso que puede menguar, pero no crecer. Se pueden detener o modificar las invasiones, de manera que se mantenga una zona utilizable para el esparcimiento, o la ciencia, o la fauna, pero la creación de nueva naturaleza virgen, en el sentido pleno de la palabra, es imposible.
Se concluye, por tanto, que cualquier programa de conservación de la naturaleza es una acción de combate en la retaguardia, para que las retiradas se reduzcan al mínimo. En 1935 se organizó la Wilderness Society «con el único propósito de salvar los restos de naturaleza virgen en América». Pero no basta con tener una sociedad así. Si no hay gente con conciencia de la naturaleza repartida por todos los departamentos de conservación, la sociedad nunca sabrá de las nuevas invasiones hasta que haya pasado el momento adecuado para actuar. Además, una minoría militante de ciudadanos con tal conciencia tendría que estar vigilando por todo el país, y dispuesta a actuar en caso de apuro.
En Europa, donde hoy en día la naturaleza virgen se ha retirado a los Cárpatos y Siberia, todos los conservacionistas serios lamentan su pérdida. Incluso en Gran Bretaña, donde queda menos espacio para lujos naturales que casi en cualquier otro país civilizado, hay un movimiento vigoroso, aunque tardío, para salvar unos pocos puntos de tierra semisalvaje.
En último término, la habilidad para apreciar el valor cultural de la naturaleza virgen se reduce a una cuestión de humildad intelectual. El hombre moderno de mente superficial, que ha perdido sus raíces en la tierra, cree haber descubierto ya lo que importa de verdad: es ese que pregona imperios políticos o económicos que durarán mil años. Sólo el estudioso se da cuenta de que toda la historia consiste en sucesivas salidas desde un mismo punto de partida, al que el hombre vuelve una y otra vez para organizar, de nuevo, otra búsqueda de valores duraderos. Sólo el estudioso entiende por qué la naturaleza, cruda y salvaje, define y da sentido a la empresa humana».
[Fuente: «La ética de la tierra» -traducción parcial al castellano de «A Sand County Almanac» («Almanaque del Condado Arenoso«)- , Aldo Leopold, Los Libros de la Catarata]