Novela

Yo me arrepiento

Por Owen L. Black.

YOarrepientoCon esta contundente confesión quiero empezar esta reflexión de los pecados cometidos y la escasa falta de criterio propio, que muchas veces tenemos todos y cada uno de los que nos dedicamos a escribir.

Pero especialmente esto puede servir para aquellos que somos unos novatos. Como en aquella célebre película en la que Al Pacino lo arriesga todo para morir en una sobredosis de poder, dinero y sangre. Todos los novatos preferimos emular esa apoteosis de lo alto de la escalera a reconocer los errores cometidos.

¿Y todo esto porque viene? Porque en los últimos meses como parte del trabajo de cualquier escritor, he estado leyendo a otros que están tan en ciernes como yo. Y salvo por honrosas excepciones, de aquellos que aunque novatos se percibe que aman su trabajo. La gran mayoría de los libros son un despropósito que no habría producido el derramamiento de una sola lágrima si quiera, al ser arrojados a las llamas como muchos autores pidieron hacer con su trabajo a lo largo de la Historia.

Para muchos que lean estas palabras, les podrá parecer una opinión muy dura. Pero el renegar de las primeras obras es de lo más habitual. El ego, la juventud, la ignorancia o los eslóganes actuales de que cualquiera puede ser escritor si tiene unas teclas que aporrear, nos ha provocado el escribir creyéndonos dioses de la Literatura con 20 años. Lovecraft o Poe por citar solo un par de ejemplos pasaron por el fuego parte de su trabajo. Y este mal, es endémico de todo tipo de arte. Preguntar a Tarantino o a Kubrick sobre sus primeros trabajos y veréis el cambio de cara en la entrevista.

No todos, bueno nadie para ser sinceros, somos Rimbaud y podemos decir que ya lo hemos dicho todo en nuestras primeras décadas de vida.

Pero uno de los males del escritor, es vivir con ese halo de afectación sobre lo duro y casi místico que es su profesión. Y no hay que preocuparse que sino ha desarrollado el halo por sí solo, ya se encargará alguien de creárselo. Cuanto más grande se hace, se convierte en una pelota de proporciones planetarias que aplasta al autor y a todos los que se acerquen a su obra.

Y no me refiero a los mitos de antes, sino a los nuevos escritores, cada uno de nosotros comparado en quién sea que tenga el suficiente nombre rimbombante para hacer que hordas enloquecidas corran a por ese ejemplar que les devolverá la fe en la Literatura.

Yo no entraré en esos debates, al menos hoy, mi reflexión la quería plantear desde el punto de vista del escritor, del escritor novato. Cuantos más días, horas y minutos de mi vida dedico a esta profesión más me enamora, pero a la vez también me acechan más dudas. Si soy capaz de ver que hay cosas que no deberían haber visto la luz. Que remorderán la conciencia del escritor dentro de unos años si es capaz de tener un momento de autocrítica sobre su trabajo. ¿Estaré yo también a la altura de lo que me propongo, aunque solo sea ligeramente? O solo estaré proporcionando más basura a un mercado ya saturado de la misma. Y no, no quiero preguntarlo retóricamente, quiero dejarlo en afirmación consciente.

Todo artista y creador sueña con sus 15 minutos de fama, sus grandilocuentes reconocimientos y triunfos, parece que sin eso no somos nada. Es el ego, la banalidad de ver nuestro trabajo bajo el cristal erróneo. He leído en los últimos tiempos muchos artículos sobre lo mal que esta todo en el mundo literario. Aunque todo siempre parece que está mal. Al margen de los que tienen el camino hecho para llegar al gran público, por el motivo que sea. Una posición en la que yo no me encuentro.

Nosotros, los novatos desconocidos, los que construimos nuestro pequeño mundo literario de espaldas a lo que todos leen y a las luces más brillantes de los carteles. ¿El tiempo nos creará un halo de misticismo literario, seremos los incomprendidos del futuro, los rescatados del olvido? ¿Nos arrepentiremos de nuestro primer trabajo?

Habremos engañado a algún lector ingenuo (o a muchos) y a la vez nos habrán engañado a nosotros haciendo publicable algo que no lo era.

¿Dejaremos algo que se pueda llamar Literatura, en este mundo en el que parece que todo ha perdido su nombre?

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