Salgo en defensa del Ego del escritor
Por Rubén Angulo.
Dicen las malas lenguas que el ego del escritor es una de las pocas cosas que se observan desde el espacio a ojo desnudo, aunque fuentes bien informadas me explican que no se ve la muralla china, ¡ni siquiera el Santiago Bernabéu! Y es que el prejuicio se extiende infinitamente más rápido que el ébola o la gripe A, y con una virulencia cercana al cien por cien.
También se dice que el escritor es un ser extraordinariamente difícil de entender, y de soportar. En esa materia no entro; mejor pregúntenselo a mi mujer, o mucho mejor miren a su alrededor y pregúntense si aquel al que no soportan es escritor, funcionario o panadero.
Ni qué decir que el escritor está enamorado perdidamente de su obra y de sí mismo cual Narciso. No sé vosotros, pero yo he conocido albañiles, fontaneros, abogados, funcionarios, maestros, conductores de autobús… que consideran que hacen su oficio a las mil maravillas, y así será, ¿quién seré yo para ponerlo en duda?
Pero no hay que parar aquí, porque el ego del escritor es ilimitado. El escritor se cree más que los demás. Quizás se deba a que su tarea recaba de múltiples disciplinas. El escritor es profesor, historiador, psicólogo, sociólogo, cocinero, fontanero, jardinero…, si me apuras moralista y ejemplo para la sociedad. Puede que aquí radique la distorsión de la lente con la que observa su propio ego.
No sé, la verdad; yo siempre albergo conmigo la duda. Fíjense que mi ego es todavía más elevado porque me considero humanista, por dedicación y placer. Eso sí, soy persona pobre y humilde y no me codeo con elevadas clases sociales, y cada vez que un albañil, un fontanero o un operario de fábrica hablan acerca de sus respectivos oficios, yo callo, y trato de aprender; en cambio, cada vez que se habla de literatura, historia, filosofía o política, todos hablan, todos creen saber más que el otro, y ¡ojo! todos y subrayo TODOS creen saber más que el escritor o su vecino de al lado.
Eso sí, y cambiando de tercio, hay un ego que resulta incuestionable, el del escritor de éxito. Generalmente, que no siempre, el éxito comercial de una novela la aleja de la literatura y la acerca al mundo del marketing, del mercado inmisericorde. Curiosamente el lector tipo, que no tiene ego ni nada semejante ¡por Dios!, no suele entender de literatura y sí, ¡y mucho!, de éxitos comerciales.
No sé, quizás estoy infravalorando mi propio ego, lo cual me impide ver la realidad con precisión. De lo que no me cabe duda es de que seguiré oyendo hablar del ego del escritor, pues ya lo dijo Sancho: “cría fama…”
La verdad que el tema tiene miga, y cierto que los temas humanísticos son como el móvil perpetuo, que una vez dado el impulso inicial disponen de movimiento por toda la eternidad.
Este artículo viene a colación de un bienintencionado comentario en twitter de alguien que se pregunta si el escritor solo quiere sinceridad o palmaditas en la espalda. Aludo yo aquí y ahora, para que nos resuelvan el entuerto, a esos ciudadanos del mundo que dicen disponer de la varita mágica que les otorga la universidad de la vida (ni mucho menos pretendo decir que sean ellos también ególatras al pensar que solamente ellos viven…) Aludo también a todos aquellos que creen disponer de una lista mucho mejor que la de Del Bosque para la próxima Eurocopa de Francia 2016. Yo desde luego que no porque me limito a ver de vez en cuando un poco de fútbol y dejo a los árbitros hacer, y como no conozco a los jugadores ni los entresijos del fútbol no me cuestiono si los cambios son o no los adecuados.
Desde luego que nadie dice abiertamente lo tonto o malo que se considera; lo listo o bueno sí. Para esto no se requiere cumplir el requisito de ser escritor. No he conocido a ningún paciente que en una visita médica le cuestione al médico su diagnóstico. Tampoco conozco ni a una sola persona que cuestione abiertamente el tipo de educación que reciben sus hijos, no vaya a ser que llegue a oídos de sus profesores y les suspendan. Y lo mismo se puede decir de otras muchas profesiones, liberales o no. Con toda la lógica a nuestro favor, no nos pasamos la vida criticando abiertamente a unos y otros; se trata de evitarnos perjuicios. Nos guardamos la crítica y, dependiendo de lo que todos sabéis, unos critican, otros soportan y otros adulan.
En el caso del escritor…
Una cosa es el yo y otra el ego. Para entendernos diría que el yo es un elemento identitario, básico para el ser humano, porque le permite saber quien es y diferenciarse, mientras el «ego» sería una superestructura de vanidad, normalmente insoportable y, en muchas ocasiones, injustificada y destructiva. Bueno, siempre lo es. En algunos casos porque la presunción es lamentable… porque muchos artistas o escritores se consideran que lo son… y son más bien aprendices, Y en otros casos, los que sin duda tienen oficio y aportan algo, porque basta con mirar alrededor, mirar el mundo, para que el ego se disuelva como un azucarillo en una taza de té caliente. ¿Como se puede tener ego, ese ego estúpido que pretende poner a algunos por encima de los demás, esos demás que huyen de las guerras, que malviven sin culpa, que no tienen nada y solo la esperanza de sobrevivir? Vanitas vanitatis… y, además, inútil. Hay un proverbio que, con el simil del ajedrez, dice: «Al final, el rey y el peón duermen todos en el mismo cajón». ¿Qué somos?. El mismo Pessoa lo dice en el comienzo de su poema Tabacaria: «No soy nada, sé que no soy nada, pero tengo en mí todos los sueños del mundo». Eso es lo que hace una obra literaria, lo que hace aportar algo a la vida: los sueños, no los egos. No resisto la petulancia y la soberbia, no resisto el que que nadie se crea por encima de nadie, no resisto la vanidad, ni siquiera la justificada. Dicen que decía Beethoven que la bondad era el único signo de superioridad que reconocía en el ser humano y a mí me pasa lo mismo. Tanta gente sufriendo, tanta gente dañada o enferma terminal sin esperanza, tantos niños inocentes detrás de alambradas sin poder pensar en el futuro ni el presente. Señores ególatras, hagan una reflexión. Miren la existencia: la gente debajo de los escombros en los terremotos, las personas heridas por la vida, miren también la historia y lo efímero de todo. Miren con amor y consciencia y escóndase, por favor, escóndanse. Y, sobre todo, no nos den la lata con lo magníficos y extraordinarios que son, no nos cansen. Dejen, en todo caso, las alabanzas para los otros. Alimenten su yo necesario en su interior, pero dejénnos en paz con su maldito y estúpido ego.