Fernando J. López, entre «Los amores diversos» y el «Pánico» de algunos hombres
Por Horacio Otheguy Riveira
Profesor de lengua y literatura, Fernando J. López es un referente de creatividad imparable: novelas, relatos, adaptaciones teatrales de autores extranjeros, obras propias y versiones de clásicos nacionales. Su talento va abriendo puertas insólitas y renovadas posibilidades creativas. Si en 2011 compone un audaz modelo de periodismo literario en torno al drama nacional de la educación académica y sus adolescentes (novela trepidante: La edad de la ira), en 2016 estrena un monólogo para voz femenina, Los amores diversos, en el que los libros conforman un mundo de poderoso engarce con la vida cotidiana, pero también con la incapacidad de vivir en plenitud.
Fernando J. López: un autor que navega entre variedad de estilos y lúcidas contradicciones con una libertad poética sorprendente a la que muy a menudo añade un gran sentido del humor. Así sucedió en sus anteriores estrenos de creación original, ambos dirigidos por Quino Falero: Cuando fuimos dos y De mutuo desacuerdo, funciones en las que diversos conflictos de pareja desarrollan la dificultad del amor entre sonrisas que divulgan profundos dramas.
Actualmente en Madrid, y en un mismo teatro en días diferentes, se representan dos funciones que llevan su firma. El ya mencionado monólogo Los amores diversos, y una versión española de un éxito mundial: Pánico, del finlandés Mika Myllyaho.
No hay mayor felicidad para un autor que la de contar con un director con el que establecer la continuidad de su lenguaje teatral; la forma y el contenido de un texto necesita encontrar la puesta en escena idónea para crear el vehículo de expresión más complejo en el arte: una armonía de objetivos para lograr una representación que renace cada noche ante la reescritura de cada espectador anhelante de noticias que no salen en los periódicos: sobre la vida de los otros, y la suya propia.
Esta obra es, a su modo, una reivindicación de dos grandes temas: el yo y la cultura. Por un lado, Ariadna hace un viaje desde sus fantasmas y sus ataduras hacia la libertad y el vértigo que esta nos provoca. Todos nos queremos saber libres, pero no siempre somos capaces de asumir el riesgo que esa decisión trae consigo. Ni aceptar la soledad que de ella puede desprenderse. La función apuesta por el amor desde una visión íntima y también dolorosa, una perspectiva que concibe las relaciones como un ejercicio de sinceridad y de simbiosis que no tiene nada que ver con las ataduras ni con la dependencia.
Y el otro gran eje de Los amores diversos es la pasión literaria: los libros como elemento vertebrador de nuestra identidad. Somos lo que hemos leído. Incluso lo que no hemos leído. Somos los cuentos que nos relataban de niños. Los poemas que copiábamos (o incluso inventábamos) para alguien en nuestra adolescencia. Las canciones que hemos convertido en himnos cada vez que las hemos voceado con amigos alguna noche de borrachera. O las novelas que hemos leído y las obras de teatro que hemos visto. Somos ficción en la misma medida que somos realidad y esta función es un homenaje a las palabras que nos construyen y que nos permiten ver de nosotros mismos cuanto a veces no sabríamos ver de otra manera.
Fascinación poética, tensión dramática y misterio que se resuelve al final: una función en la que, desde la intimidad del monólogo, se invita al público a dejarse llevar por los versos de Ariadna para que, junto con ella, compongan el rompecabezas de su vida. Una obra construida de tal manera que las citas literarias se ponen al servicio de una elaboración teatral con la energía de un thriller emocional, ya que solo al final se conoce el motivo de su encierro en el laberinto: qué verdad oculta y cuál es el motivo de su secreto…
De la inquietante y liberadora soledad de una mujer pasamos al Pánico de tres hombres en una comedia que está dando la vuelta al mundo, integrante de una trilogía acerca de conflictos masculinos en Finlandia: un país de 5.439.000 habitantes (Wikipedia) considerado insuperable en su manera de enfocar la educación desde los parvularios hasta la universidad, y que a su vez tiene los más altos índices de alcoholismo europeos. Aunque localista en el punto de partida, el desarrollo de la historia tiene un aliento universal que ha calado en numerosos países. Su autor, Mika Myllyaho es un hombre de teatro con larga experiencia en la dirección escénica y la dramaturgia.
La propuesta de adaptar Pánico llegó a mí a través de Felipe Andrés, alma y motor de este montaje. Ya había tenido la suerte de trabajar con él en Cuando fuimos dos, una función de pareja en la que tanto Felipe Andrés, en el papel de Eloy como David Tortosa, que desempeñaba el papel de César, consiguieron llenar cada escena de una verdad y una emoción que hicieron que esa función se convirtiese en uno de los procesos creativos más especiales de mi trayectoria teatral.
La lectura del texto provocó en el adaptador una suerte de enlace que fortaleció el entusiasmo inicial. Toda versión española de un texto extranjero exige un cuidado de considerables proporciones, no siempre conseguido en nuestras versiones españolas. De allí que un creador como Fernando J. López lo haya encarado como una obra propia, de tal manera que se afanó en producir un efecto de diversión donde la riqueza del texto aporte el universo profundo del que es capaz toda gran comedia.
No habría aceptado el proyecto si esta fuera una comedia más sobre hombres que se quejan de lo difíciles de entender que son las mujeres o viceversa. No soporto el humor que se basa en el cliché, que perpetúa tópicos misóginos y que, en definitiva, aporta una visión estereotipada de nuestra identidad. Pánico, por el contrario, aborda la incomprensión desde un lugar que sí me interesa y comparto: la dificultad para entendernos y de reconocernos en nuestra soledad. Cada uno de sus tres personajes sufre una particular crisis de identidad, motivada en gran parte por todas las etiquetas que, supuestamente, trae consigo la masculinidad. Se pone así de relieve cómo los hombres son —somos— también víctimas de un sistema recalcitrantemente heteropatriarcal del que es necesario escapar.
En cuanto al proceso de escritura, era preciso respetar el estilo del original, trabajar con cuidado la fluidez de los diálogos y, a la vez, contextualizar la peripecia y las referencias de los personajes. Conocer los nombres de los intérpretes que darían vida a los tres personajes fue un punto a favor en ese trabajo, pues me permitía incorporar ciertos elementos que sabía que, con un reparto tan especial como el que componen Felipe Andrés, Guillermo Ortega y Mon Ceballos, podrían funcionar. En cualquier caso, creo que la labor del adaptador consiste en convencer al público de que la obra ha sido escrita en el idioma en que la escucha y, a la vez, resultar casi invisible: se debe escuchar y sentir al autor del original, no a quien realiza la versión, aunque sea inevitable que ambos se contaminen entre sí.
Pánico es una función en la que el humor aparentemente disparatado nos lleva a viajar hasta la soledad y el miedo de sus personajes. Tres hombres atrapados en vidas de las que solo podrán escapar gracias a la amistad y la honestidad consigo mismos: A fin de cuentas, no hay nada más serio que la comedia.
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